lunes, 30 de mayo de 2016

Poesía sin fin, de Alejandro Jodorowsky: Cannes 2016

Vi Poesía sin fin, el film que Alejandro Jodorowsky ha presentado en Cannes 2016.
Vino él. Está mayor pero estupendo (87 añitos), es entrañable y simpático. Habla un francés fluido, por supuesto, pero, con tanto acentazo que, a veces, cuesta entenderlo. Siempre que lo escucho, me sorprende ese asunto porque llegó a Francia en el 53 y con solo 24 años.


En este film es la continuación de La danza de la realidad. En él, sigue con su autobiografía, sigue contándose a sí mismo. La primera hora (¡el film dura dos horas y ocho minutos!) me pareció muy divertida Porque, además, es la más surrealista, disparatada y libre. Luego ya se pone en plan filosófico-poético… Jodorowsky está convencido de que por su boca habla la sabiduría. Claro que sus much*s seguidor*s también lo piensan.
A Jodorowsky Lo salva el hecho de que es buena gente, creo pero, con todo, yo no puedo ser complaciente. No estoy para ese tipo de “lecciones de vida”. Y, además, ni su personaje ni los demás que lo rodean, me enternecen.
Y, luego, es machista. No agresivamente machista. Solo tranquilamente machista. No es de los que nos odian, no. Se nota, por ejemplo, que a su madre la quería. Dice incluso algo muy hermoso de ella (y que se puede aplicar a muchas mujeres): “Era un humilde cisne viviendo entre pretenciosos patos”.

Pero, con todo, en la escena final, no es de ella de quien se despide sino su padre, de él es de quien asume la filiación. Él es quien simbólicamente importa. 

sábado, 28 de mayo de 2016

La brutalidad del cine chino.

Ya comenté del cine chino en otra entrada de mi blog. 
Como sabéis, al acabarse la Revolución Cultural, en China se vuelven a rodar películas. Aparece un ramillete de directores muy interesantes que realizan un cine de calidad y que se difunde sobre todo en occidente donde cosecha grandes éxitos en festivales.
Zhang Yimou (que había estado 10 años de nada currando en una fábrica) ganó el Oso de Oro Berlín en 1988 con Sorgo rojo. Algunas de sus pelis posteriores, La linterna roja, Qiu Ju, una mujer china, se difundieron ampliamente. Con La semilla de crisantemo (Ju Dou), ganó la Espiga de Oro de Valladolid.
Chen Kaige, por su parte, se llevó la Palma de Oro de Cannes en el 93 con Adios a mi concubina

Pero esa generación de cineastas (en la que no incluyo a Wong Kar-Wai pues, aunque nacido en Shanghái, vivió e hizo toda su carrera en Hong Kong y esa es otra historia) contaban el pasado de su país. NO que rehuyeran el presente, para nada, pero lo miraban a través del pasado, lo cual diluía en cierta manera el análisis y la crítica. Producían, además, pelis de una gran estética y ello, aunque no invalide el sabor amargo del caramelo, lo endulza.


jueves, 5 de mayo de 2016

¿Meterse en el ejército para intentar convertirlo en una maquinaria pacifista?

http://tribunafeminista.org/2016/04/meterse-en-el-ejercito-para-intentar-convertirlo-en-una-maquinaria-pacifista/

¿Meterse en el ejército para intentar convertirlo en una maquinaria pacifista?

Dos lesbianas (cuyos nombres omito aunque han salido publicados en la prensa) organizaron el bautismo de su bebé en la iglesia de Santa Rita de Cassia, en Telde (Gran Canaria). El cura solo dejó subir al altar a la madre biológica.
La madre despechada dice estar en estado de shock. Y acusa al cura de "homófobo".
A mí me deja, no en estado de shock, pero sí estupefacta que a esas dos mujeres les sorprenda la actitud del cura ¿no sabían que, en efecto, la iglesia católica (no solo ese cura en concreto sino la iglesia como institución) es homófoba?
¿Inscriben a su inocente e inconsciente bebé en una asociación sin conocer mínimamente la doctrina que sustenta y propaga? Y digo mínimamente porque si algún terreno la iglesia es clara y predica abierta y machaconamente su doctrina es en lo relativo al sexo…
Así, Jesucristo dijo: "Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios." (Marcos 10:25) pero ¿cuál es la aplicación doctrinal de la iglesia sobre estas palabras? Exacto: no se sabe, o, como mucho, vaguedades. No hay textos que proclamen: “Las palabras de Jesucristo manifiestan que es imposible salvarse y ser rico. Los que lo sean deben dar todos sus bienes o, en caso contrario, los excomulgamos”. O que digan: “A partir de tal cantidad de ingresos se comete pecado venial y a partir de tal otra, mortal”. Ni que digan: “Puedes ser rico de nacimiento (de “vicio” ya es más peliagudo). No es culpa tuya pero para salvarte, debes vivir como si no lo fueras, sin tocar tus cuentas millonarias, sin tus palacetes, ni tus yates”.
El evangelio se puede interpretar de muchas maneras. La iglesia católica lleva siglos interpretándolo y generando doctrina. Ha elaborado, pues, una moral con minuciosa escala de pecados veniales y mortales, penas, excomuniones, anatemas, etc. (y en los aspectos en lo que no la ha hecho -en el asunto del dinero, por ejemplo- el mensaje también está claro: no es tema importante, ancha es Castilla).
La iglesia, como cualquier otra institución, tiene perfecto derecho a elaborar su interpretación del evangelio y a darse a sí misma su propio código moral. Puede, por lo tanto, decirles a sus fieles lo que deben o no deben hacer: si ir a misa, si ayunar, si guardar las fiestas, si tener esta actividad sexual o no tenerla, etc.
Y yo puedo, por supuesto, juzgar como buenos o malos esos principios pero no puedo poner en tela de juicio su licitud para tenerlos.
¿Qué no debe hacer la iglesia?
1.      Imponer sus normas a quienes no pertenecemos voluntariamente a ella. Ni pretender que la sociedad civil respete sus mandamientos. Ni tampoco detentar privilegios, ni ser financiada por el estado, etc. 
2.      Tener normas que contradigan los derechos humanos. Así, por ejemplo, no puede castigar los pecados con torturas físicas (con las psicológicas tampoco pero esa son más difíciles de detectar…). Y, por supuesto, un Estado como el nuestro, cuya constitución declara la igualdad entre hombres y mujeres, no debería consentir que la iglesia vete el acceso a ciertos puestos en razón del sexo. Creo que merece un ultimátum: “O acatan la constitución, o los declaramos ilegales”.
Con esas salvedades, la iglesia tiene todo el derecho a exigir de sus fieles tales o cuales conductas.
Alguien puede creer en el mensaje del evangelio y no estar de acuerdo con la interpretación que de él hace la iglesia, pero, entonces ¿por qué se empeña en pertenecer a ella?
Ya sé que hay gente que quiere cambiar la iglesia desde dentro… Es como afiliarse al PP creyendo que conseguirá transformarlo en un partido de corte socialista. Es como meterse al ejército para intentar convertirlo en una maquinaria pacifista… Pues bueno… es una opción; libre cada cual de tenerla pero no sé hasta qué punto pueden quejarse luego si el coronel los arresta por no querer llevar fusil…


El placer sexual no es cosa de hombres

El placer sexual no es cosa de hombres


Tradicionalmente el placer sexual ha sido “cosa de hombres”. Algo que les pasaba a ellos.
Las mujeres sentíamos amor, ilusión, embeleso, “cositas”, etc. A nosotras nos gustaban los besos, las palabras bonitas, las caricias y demás “adornos”. Pero, a la hora de la verdad, lo suyo, lo de los hombres, era la sexualidad y nosotras éramos simplemente el receptáculo.

Un señor galante se preocupaba por “ir con tiento y delicadeza”. Los brutos se limitaban a decir: “Vuélvete que la meta”.
Pero, tanto unos como otros, daban por supuesto que el placer sexual era como la barba: cosa propiamente viril.

Siguiendo la misma lógica, se aceptaba como normal que los varones, cuando aún no estaban casados o ya se aburrían con su señora o querían extras o variedad, “fueran de putas”. Se consideraba un escape necesario para su vigor de hombres. La iglesia –que controlaba la ideología dominante- decía que era pecado. Aunque, por supuesto, la iglesia –tan paternal- comprendía ese pecado, catalogándolo como inherente a la “naturaleza varonil” cuya “carne era débil”.

En los años 60, como consecuencia de los amplios movimientos de liberación, se reclamó la libertad sexual. Las mujeres  concretamente, gracias a la toma de conciencia feminista, proclamamos nuestro derecho al placer sexual. Dijimos: “Tenemos nuestro órgano sexual específico, se llama clítoris, y disfrutamos con los orgasmos”.

Cuarenta años después ¿la sociedad lo ha asimilado y aceptado? Algunas (y algunos) sí, pero, pasmosamente, bajo apariencias modernas, aún hay bastantes seres de la cavernas: hombres que no pueden admitir que las mujeres seamos sexualmente activas y reivindicativas. Siguen anclados en la idea de que la sexualidad es un asunto suyo y viven como una anomalía la sexualidad compartida. De vez en cuando se enrollan con una a la que han de prestar atención (¡qué remedio!) pero, globalmente, la sexualidad femenina les parece un lata insoportable, una pérdida de tiempo sin interés, cuando no un ataque al poder viril.

Su sexualidad ¿cómo se satisface? Pues muy sencillo: puteando (en el sentido literal y metafórico que prácticamente se superponen).
Porque, además, para ellos la sexualidad sigue siendo algo muy mecánico, pobre y cutre. Consiste en meterla (en ano, vagina, boca) y punto. En ese esquema, solo necesitan protuberancias y agujeros, no una persona.

Una persona más bien estorba. Porque ya sabemos que compartir sexualidad con alguien siempre es un pelín arriesgado. El intercambio sexual no tiene -ni debe- ser peligroso pero sí azaroso, por decirlo de algún modo. En cualquier intercambio humano te expones (vuelvo a insistir en que no estoy hablando de peligro físico sino de un cierto “riesgo” emocional). Nunca tienes la exclusiva del mando y del control. Y, nadie te garantiza el resultado que puede ser mediocre, o trabajoso o decepcionante…
Quizá por eso, ellos prefieren no arriesgar y seguir en el “antiguo régimen”. Les resulta más fácil alquilar un cuerpo, considerarlo solo carne, sentirte dueños de la situación, seguros y poderosos.
A cambio de conservar el poder, renuncian al hedonismo, al placer del descubrimiento, al placer del juego (de juego de verdad, no del juego mecánico de: “ahora ponte así, ahora chúpamela asá”), al placer de explorar otro cuerpo, al placer de dar placer, al de ser objeto/sujeto de deseo, al de descubrirse diferente en cada encuentro, etc.

No sé si deberían darme pena esos seres que, por miedo, por pereza, o por mezquindad moral, viven una sexualidad tan miserable. Pero no me la dan. Ellos pierden, sí pero más pierden las mujeres a las que usan y de las que abusan.

Siguen en el siglo XII (o en la primera mitad del XX), siguen yendo “a lo suyo” (al metesaca) utilizando para ello el cuerpo de una mujer.

Y me preguntaréis: ¿Nada ha cambiado en las nuevas generaciones varoniles? Alguna cosuela. Así, por ejemplo, lo del pecado está completamente pasado de moda. Pero ¿han entendido lo que significa la “revolución sexual”? Sonarles, les suena pero creen que consiste en que se deben follar mucho, incluso compulsivamente y que es casi obligatorio hipersexualizar la vida. De fondo, no han entendido nada. Más allá de lo cuantitativo, lo cualitativo les resulta un arcano mayor que ni se huelen.

Otra cuestión también ha cambiado con respecto a hace treinta años: el tráfico mundial de mujeres con fines de explotación sexual. La mundialización mueve capitales y mueve cientos de miles de mujeres desde los países pobres hacia los ricos. Este cambio les satisface grandemente. Así, ahora, cualquiera con 10€ puede follarse hoy a una cubana, mañana a una nigeriana, pasado a una ucraniana.

Pero lo que de ninguna manera han entendido aún estos seres reaccionarios y retrógrados es que estamos en el siglo XXI y en este siglo, las mujeres ya no somos receptáculos, somos sujetos que aspiramos a la libertad y al placer.

Cuando entré en la universidad (en los 60), estábamos aún en el régimen “pecaminoso”. De modo que ni las parejas de “novios formales” “se acostaban” (este era el vocabulario de la época). Pero yo fui de la generación que le dio la vuelta a todas esas convenciones. Y lo hicimos rápido: cinco años más tarde, cuando acabé la carrera, ya nos “acostábamos” (al menos las chicas progresistas, de izquierdas, rompedoras).

Algunos hombres sí entendieron que la revolución sexual significaba que nuestro placer existía.

Otros no. De modo que venían y te proponían “acostarte” con ellos. Tú, en vez de quedarles inmensamente agradecida, si el tipo o la circunstancia no te apetecían ni atraían decías que no. Se indignaban y te llamaban pacata, conservadora, santurrona, puritana… En fin, lo mismo que te llaman ahora los defensores de la prostitución. Y es que, tanto unos como otros, se creen que su libertad significa el derecho a hacer sin cortapisas lo que les da la gana y nuestra libertad significa que no podemos ponerles reparos.

Ni aquellos “progres” ni estos se han enterado de que la liberación sexual no consiste en que nuestros cuerpos tienen que estar a disposición absoluta de ellos sino en que las mujeres tenemos igual derecho a vivir el placer.

Cosa que consideramos, además, imposible de alcanzar mientras la sociedad  siga admitiendo que nuestro cuerpo es un amasijo descoyuntando de trozos de carne más o menos apetitosa. Mientras que los varones no entiendan que el cuerpo femenino es, igual que el suyo, sujeto, persona.

Nada, ¡no les entra! Y ya estamos en 2016…

Nosotras las feministas, decimos que el destino no está escrito

Artículo publicado en Tribuna Feminista

Nosotras las feministas, decimos que el destino no está escrito


La ideología cristiana me repugna. Siento decirlo por si ofendo a gente buena (a la mala no me importa ofenderla, al revés). Y aclaro que no estoy atacando a los evangelios sino a la ideología que ha propagado la iglesia, esa que nos vende el valle de lágrimas, la glorificación del sufrimiento, la paralizante resignación ante los males del mundo pretextando que en la otra vida se nos recompensará, esa que pregona que los dolores nos los manda dios y nos los manda para bien…

Esa que representa Jorge Fernández Díaz, ministro del interior y miembro del Opus Dei, cuando comenta sobre los asesinatos de Bruxelas: “Espero que podamos aplicar el dicho de que no hay mal que por bien no venga”. ¡Y luego acusan a Podemos de connivencia con el terrorismo…!

¡Qué vergüenza siento, por diosa, de compartir país (o lo que sea pues no voy a entrar en disquisiciones nacionalistas) con un tipo de esa calaña. Los otros ministros de exteriores deben de haberse quedado a cuadros…

Sí, ya sé que si el cristianismo se extendió fácilmente entre los esclavos del imperio fue justamente porque les proporcionaba lo que veían como única “salida”. No podían rebelarse, no podían luchar contra el sistema, entonces, al menos, el consuelo de creer que en la otra vida, un dios les compensaría.

Y sé que hoy, en la fase previa a la rebelión, sigue estando la resignación, el esfuerzo por ver el lado “bueno” de la opresión más salvaje. A ello se acogen los que no piensan que exista ningún otro escape. Y, por supuesto, esa ideología de santificación por el sufrimiento se nos ha predicado con sumo ahínco y sobre todo a las mujeres. Como bien analizó Celia Amorós -y otras feministas- el patriarcado nos hace depositarias de los “valores” y las “tradiciones”. Somos una especie de “vertedero espiritual” donde “condensan” todos los horrores.

Así, en muchos países árabes, ellos, los hombres, se han modernizado tan ricamente: van con short, en chanclas y con tarjeta de crédito. Ellas siguen tapadas y de negro. En países donde el sol quema salvajemente, les obligan a vestir de negro… ¡De negro! Justamente el color más “fresquito” posible. Cuesta comprender tanto sadismo.

Y el mecanismo no se da solo en los países árabes. Desgraciadamente se puede generalizar: Todo lo que en una sociedad esté mal visto, está incomparablemente peor visto en una mujer.

Aún recuerdo nuestra infausto fascismo, aquel que se apoyaba mutuamente con la iglesia y jaleaba sus siniestras prédicas hacia las mujeres…Y lo que aún se nos sigue predicando -no de la misma manera, las formas han cambiado pero el fondo persiste.

Pero no. Nosotras las feministas decimos que el destino no está escrito. Lo escribimos luchando. Perdonad que me ponga tan mitinera pero es lo que creo.



El método curativo por excelencia

Este artículo se publicó en Tribuna Feminista.

Los que pretenden curar los males de las mujeres (incluido el feminismo) con “un buen polvo”

Leo que “Después del coito vaginal y el sexo oral, la sodomía es la práctica favorita de los humanos”. De los humanos, no sé; de las humanas, lo dudo. Yo solo he conocido a una mujer que me haya confesado que le encantaba. No digo que no haya otras porque es difícil saber lo que realmente hace la gente en la cama y lo que realmente le gusta pero…

Lo leí en “eldiario.es”, sección “ConsumoClaro”. Y también me mosquea. ¿La sexualidad en la sección Consumo? ¿Por qué no es la de Deportes? ¿o Cultura?
El artículo entero es bastante malo, batiburrillo y contradictorio pero lo que ya me ha dejado estupefacta es leer “el semen, que aporta diversas hormonas euforizantes a la mujer penetrada vaginalmente, se absorbe también vía anal, incluso mejor. Además se dice de este modo un hombre penetrado recibe adicionalmente selenio, un regulador fundamental de nuestra fisiología. Se trata de un elemento antioxidante que estimula el sistema inmunológico” (la cita es literal es que está así de mal redactado).

O sea, pobres hombres heterosexuales, pobres lesbianas: perderse toda esa riqueza de selenio y de hormonas euforizantes! Van a llevar razón esos que pretenden curar los males de las mujeres (incluido el feminismo) con “un buen polvo” (y más si es anal, claro).


Cine y micción

http://tribunafeminista.org/2016/03/cine-y-miccion/

Cine y micción

Someto a vuestra consideración este detalle que siempre me ha dejado estupefacta: ¿cuántas veces hemos visto la micción masculina en el cine? Y con qué complacencia, con qué fruición y con cuántas variantes: como competición, como rito iniciático, como símbolo de fratría, de humor, de ternura, de compañerismo, etc. etc.
Total, que mientras la micción femenina es una simple necesidad fisiológica, la masculina es una especie de proeza de interés general[*].
Claro, este ejemplo, de entrada, parece insignificante. Pero, justamente, su interés radica en su insignificancia. Demuestra que la cámara puede detenerse a explorar todo lo que tenga que ver con el mundo viril convirtiendo así en significativos hasta los pormenores más triviales.
Porque la cámara, al filmar un episodio como digno de ser narrado, lo inviste de interés. Y al revés: si los asuntos, historias, avatares, opiniones, anécdotas, etc. de las mujeres no se ven, equivale a considerar que no existen. O, en cualquier caso, que carecen de enjundia por sí mismos.
Somos seres vicarios en la historia de otros y sólo aparecemos en función de ellos: la niña de la que él se enamora, la adolescente que lo provoca, la que le hace sufrir, la mala que lo decepciona, la madre que lo agobia o lo consuela, la hermana que lo irrita, etc. Recordad Barrio. Queremos a esos chicos aunque no sean, en principio, nada excepcionales. Los queremos con sus torpezas, sus fantasías, sus ingenuidades, sus malos rollos. Nos enternecen sus avatares. Durante hora y media compartimos sus vidas y vemos el mundo (y, por supuesto a las mujeres) desde ellos. Sufrimos con la decepción del que descubre que la emigrante que le interesaba es una puta, nos sentimos provocados por la hermana del otro, nos conmueve ese hombre que desea preservar a su hijo del dolor y la humillación. Y hasta llegamos a compadecer al padre que termina viviendo en la calle. Sí, la madre lo ha acusado de maltratador pero sabemos que es mentira, al menos eso se deduce de la escena. Y aunque fuera verdad: al no verlo, no nos duele.
En efecto, la inmensa mayoría de las películas nos inculcan un constante aleccionamiento sentimental, una propaganda masiva, para que conozcamos y comprendamos los gustos masculinos, perdonemos sus traspiés, nos emocionen sus penas, nos conmuevan sus debilidades, nos riamos con sus pequeñas o grandes cosas, rechacemos lo que les hace daño (incluyendo las malas mujeres)...
Y sí, claro, no está mal tener una cierta educación que te permita ponerte en el lugar del otro. Pero lo que las mujeres recibimos es una sobredosis de ese tipo de educación que, para colmo, va de par con una cruel carencia de historias nuestras.
¿Dónde están reflejados nuestros miedos? ¿Dónde el terror de tener un cuerpo que no guste? ¿Dónde la humillación de saber que constantemente te catalogarán por tu envoltorio? ¿Dónde las casi siempre difíciles relaciones con tu madre? ¿Dónde nuestros juegos? ¿Dónde la mirada que ayude a las adolescentes en la búsqueda de su sexualidad si están inundadas por las imágenes de la sexualidad masculina?
¿Dónde nuestras proezas?
 Y, además (y digo esto para calmar a las que, por deformación sentimental, sólo están preocupadas por ellos mismos), las películas que narran el mundo desde perspectivas de mujeres brindan a los hombres la oportunidad de ocupar nuestro punto de vista. Enriquecen así su mirada, los hacen más sutiles y más inteligentes. Favor que les hacemos...



[*] Pensad, pensad y ya veréis la cantidad de pelis que nos narran tan relevante episodio…

Lo revolucionario

Este artículo se publicó en Tribuna Feminista http://tribunafeminista.org/2016/04/sexo-y-revolucion/

Lo revolucionario (que, lógicamente, coincide con lo feminista) es que el intercambio sexual se base en el DESEO MUTUO.

Como comenté el otro día, de toda la vida de dios (es decir, de toda la vida del patriarcado, pues dios es el símbolo patriarcal por excelencia), el sexo era una cosa que los hombres disfrutaban utilizando el cuerpo de las mujeres.

Cuando eran (o son) muy bestias, no daban (ni dan) nada a cambio: violaban (y violan). Y, de toda la vida de dios (ese dios patriarcal), la vergüenza y el oprobio eran para las violadas que ya quedaban como “mercancía estropeada” para siempre. A ellos, por el contrario, no les pasaba nada.

Hoy, en muchas sociedades, hemos conseguido cambiar tal barbarie. Las violaciones se denuncian cada vez más y los violadores son culpables (con sus más y su menos, pero legalmente así es).

Aunque aún hay sociedades donde todo sigue siendo tal cual era antes: si te violan mejor lo ocultas -si puedes- pues como se sepa, estás definitivamente condenada.

Eso, como dije, son los casos más brutales. En los casos más comúnmente aceptados, los varones a cambio de obtener placer utilizando el cuerpo de las mujeres daban (y dan) algo a cambio. Lo que dieran (y dan) depende de las circunstancias.

Por ejemplo, si además de sexo querían que la mujer en cuestión fuera su ama de llaves, su cocinera, su cuidadora, la madre de sus hijos, la que le organizara la casa y la vida familiar, etc. entonces se casaban con ella. Le daban un estatus (miserable o desahogado, según), le daban un lugar en el mundo. Porque las mujeres por nosotras mismas no éramos nada. Nuestra vida resultaba vicaria. Pasábamos del padre al marido. Existíamos en función de otros y ocupábamos un lugar social según con quién nos casáramos.

A algunas, esta situación que describo, les puede parecer la prehistoria pero no, era así hasta hace cuatro días. Tan pocos días que las mujeres que fuimos educadas en esas normas (no solo normas morales y culturales sino legales) vivimos aún.

Como los varones solo pueden tener una esposa, pero, sin embargo, gustan de la “variedad”, necesitan utilizar el cuerpo de otras mujeres. A éstas les daban (y dan) dinero u otros “bienes materiales como, por ejemplo, galletas, agua, aspirinas… cualquier cosilla (tal y como ocurre en los campos de refugiados o en las guerras).

Pero mira tú por donde, las mujeres -con las feministas a la cabeza- no solo reclaman que cesen las injusticias y las discriminaciones. Piden ser dueñas de su vida. No piden que el “amo” las trate bien. Piden no tener amo. Y piden acceso al placer sexual.
Es decir, piden que EL SEXO SE BASE EN EL DESEO COMPARTIDO.

Eso es lo revolucionario. Lo que cambia todo. Lo que de verdad ataca las raíces profundas del patriarcado.

Frente a esta posición revolucionaria se alza lo de siempre pero vestido con nuevos ropajes. Antes nos decían que el sexo no era cosa nuestra, de las mujeres. Que el deseo y el placer sexual, en un hombre sí, se entendía, pero en nosotras… por dios (sí, otra vez dios) qué cosa más fea y pecaminosa…

Ahora te dicen que todo el mundo tiene que querer follar sin descanso, siempre que pueda y en cualquier situación y casi con cualquier cuerpo que se ponga a tiro.

Este imperativo, que vale tanto para hombres como para mujeres, es, sin embargo, más exigente con ellos. En ese sentido, también los varones están muy presionados. Pero, en fin, dejo que ellos encabecen sus luchas, que se atrevan a decir: “A mí cualquier par de tetas que me pase por delante de las narices no me pone. Ni quiero follar todo el rato”. Yo les apoyaré sin dudarlo porque, como feminista que soy, estoy por la libertad de todos los seres humanos.

Pero para las mujeres hay una trampa añadida y monstruosa: lo que nos venden y publicitan como modelo de relación sexual es felación y coito. Felación y coito de cualquier manera y en cualquier posición. Ya no dicen -como antes- que las mujeres tienen que plegarse a los deseos de los varones sino que sus deseos, los de las mujeres, son exactamente los mismos. Es decir: un señor te mete sus genitales por donde te quepan, en plan martillo pilón y ya, con eso, alcanzamos todos los cielos alcanzables.

Me gustaría estar exagerando, pero no. Al decir que no exagero no afirmo que todos los varones ni todas las mujeres sean iguales, ni menos aún que todos -ni menos aún todas- sigan disciplinadamente los mandatos patriarcales. Afirmo -y de manera contundente- que ese es el mensaje patriarcal repetido por tierra, mar y aire.
Acabo de ver treinta y tantas series de televisión (muchas de ellas de última novedad) procedentes de los más variados lugares del mundo. El mensaje está claro: follar es lo dicho más arriba: coito (a ser posible de manera compulsiva, acelerada y violenta) y felación.


Lo comentaré en un próximo artículo.