Este artículo sobre la película de Woody Allen "Desmontando a Harry" se publicó en 1998, en la revista Festa da Palabra (nº 14, págs. 121-123). Lo señalo porque me encantó verme traducida al gallego.
W. Allen tiene fama de ser hombre
de ideas. Incluso -todo hay que decirlo- de ideas bastante fijas. La que sin
duda alguna le obsesiona, la que él plasma una y otra vez de manera recurrente
en casi todas sus películas, se resume
así: “Soy neurótico pero hay que ver cuánto me intereso a mí mismo y cuánto sé
enternecer a los (y sobre todo a las) demás”.
Para desarrollar semejante mensaje
W. Allen apela a un impresionante coro de mujeres que insistentemente así lo
confirman ya sea por contraste o por
adhesión.
En consecuencia los personajes
femeninos se reparten, grosso modo, en dos bloques: las desagradables y las
agradables. La condición de agradables la adquieren dándole gusto y placer al
personaje masculino. Y la de desagradables dándole disgustos, guerra,
incordios, gritos…
Las agradables se subdividen a su
vez en dos categorías: las prostitutas y las enamoradas. Tienen en común varias
virtudes: no son neuróticas, sólo existen en función del bienestar masculino,
hacen lo que éste les manda, adaptándose a sus deseos y manías, no le piden
nada que él no quiera darles, se muestran cariñosas y comprensivas…
Pero las prostitutas tienen, sin
embargo, ciertas insuperables ventajas: no reclaman ningún tipo de
conversación, sólo dinero. Van directas al grano (es decir, a los genitales
masculinos) sin necesidad de preámbulos
y de otras pérdidas de tiempo "melosas y absurdas". Porque, al revés de lo que
suele ocurrir con las demás mujeres, no plantean problemáticas. Ello implica, por supuesto -y siguiendo las
teorías más ortodoxas y clásicas del discurso viril- que son putas porque no
quieren ser camareras. Su “oficio” no
conlleva, pues, una especial degradación personal. Ya se sabe: el cuerpo es una mercancía como
otra cualquiera. Venderlo no supone ninguna auto desvalorización, ninguna humillación, ninguna desestructuración
íntima. Vamos, que no hay por qué vivir mal eso de andar haciendo felaciones al
que lo pida. Y, con suerte, hasta les puede pasar como a Julia Roberts en Pretty woman y ¡hala! a pasar de la acera al jet
privado.
Me duele que las prostitutas que
conozco, tan destrozadas por dentro y por fuera, no hayan captado aún este
mensaje de Hollywood…
La otra variante de mujer positiva
es la joven enamorada. Cae rendida ante
el atractivo intelectual del personaje masculino y sólo lo abandona cuando
encuentra otro hombre al que admirar y,
además -¡oh, suprema felicidad- amar sin cortapisas. El traspaso de la chica provoca el
sufrimiento de Harry y esa "herida" lo conviertie en un ser más tierno e interesante (si
cabe) y, de paso, ameniza el film con una gota de sentimiento contrariado. Que
siempre queda bien.
De las mujeres insoportables mejor
no hablar: son castradoras, vengativas, arpías, violentas impositivas.
Compárense sus neurosis desagradables y agresivas con las enternecedoras,
divertidas e inofensivas neurosis del
personaje masculino.
Pese al adoctrinamiento cerrilmente
androcéntrico y ególatra al que nos somete el film, persisten algunas dudas y cuestiones.
Primera: ¿qué placer erótico
obtiene una mujer con el tipo de
relaciones sexuales que la película nos muestra? (esas de aquí te pillo, aquí
te penetro y en treinta segundos hemos acabado).
Segunda: ¿qué escándalo se
provocaría si alguien filmara cómo una colección de atractivos jóvenes caen
rendidamente enamorados de una mujer de sesenta y tres años (incluso aunque no
pudiera ser tan fea como W. Allen)?
Tercera: ¿puede hacerse una buena
película con este núcleo temático: “Soy neurótico pero encantador. Me gustan
las mujeres aunque, desgraciadamente, esta afición no está exenta de
problemas”? Digo que no (aunque los adoradores de W. Allen sean muchos). Por eso, esta última pregunta es puramente
retórica. Yo, al menos, tengo clara la respuesta: no. Entiéndase: puede haber
excelentes filmes que sean androcéntricos y machistas (de hecho el noventa por
cien tanto de buenos como de malos presenta algún ramalazo) pero si una película
se articula sólo en torno a tales supuestos ello la imposibilita para salir de
la vulgaridad. No digo que no pueda gustar más o menos. Digo que forzosamente
-y como poco- es una tontada. Pues como ya señaló Barthes: La mala imagen no es
la imagen malvada sino la imagen mediocre.
En efecto, cualquier obra de
interés suscita un cuestionamiento. Ofrece un saber complejo sobre la realidad.
Nos hace transitar por alguna arena movediza.
Y, por lo mismo, un machismo tan
egocéntrico y primario genera parálisis mental y conlleva, entre otras cosas,
una visión excesivamente simple y maniquea de lo que son tanto los hombres como
las mujeres hoy en día. Ello cercena e imposibilita la profundización o la
evolución del planteamiento. Es decir, imposibilita el relato. No existe
mutación ni viaje, no hay avance ni dinámica posibles. Las ideas y el
sentimiento están amordazados por unos prejuicios que encorsetan cualquier
investigación y cuestionamiento de lo que nos rodea.
La pretendida “deconstrucción o destape” de Harry
es simplemente un amontonamiento de sketchs. Vistos los primeros minutos ya
está todo visto. O dicho de otro modo: se ve lo que se ve y se oye lo que se
oye: ningún sentido nuevo emana de la suma de las partes. Ocurre como con las
películas de porrazos o de efectos especiales. De ellas sólo cabe espera fuegos
de artificio. Fuegos de artificio verbales en el caso de Woody Allen y visuales
en los filmes de Kung fu. Aunque, claro
está, puesta a preferir, yo me quedo con la palabra que es, sin comparación, más humanizadora que los porrazos, las
explosiones y las maquinarias destructivas de cualquier tipo.
Además, justo es reconocerlo, no
estamos ante un basto paridor de bromas groseras firmadas en
plano/contraplano/plano general sino ante un buen director, culto y con oficio.
En consecuencia, la película logra un
tempo ágil, tiene astucia, usa bien de la retórica cinematográfica y apela a
claves psicológicas interesantes. En fin, que entre W. Allen y Ozores hay innegables
diferencias.
Pero Allen ha olvidado que ni la
autocomplacencia ni la cerrazón son
inteligentes. En ese sentido su ingenio sólo puede alumbrar “ingeniosidades”
más o menos entretenidas o irritantes (según el espectador) pero sin mayor
interés.
Y ¿por qué obvias Hannah y sus hermanas? ¿o Manhattan? ¿o Interiores? ¿Las has visto o no te apetece mencionarlas? Woody Allen es precisamente uno de los directores que más ha profundizado en caracteres femeninos,que inauguraría, en comandita con Diana Keaton, un muy necesario arquetipo de mujer, madura e intelectual en los años 70. Está muy bien, es necesario, y ha sido tremendamente fructífero el aplicar enfoques de género, pero está mucho mejor aplicarlos siendo ecuánime, y mucho mejor aún [lejos de decir lo que ya se quería decir antes de realizar cualquier análisis] sabiendo de lo que se habla.
ResponderEliminarQué ilusión leer una crítica desde esta perspectiva de Woody Allen, creía que era intocable. He llegado a su blog de casualidad y me han encantado sus artículos y su punto de vista. (Además de descubrirme un montón de bibliografía en español sobre estos temas que me vendrán muy bien para mi andadura académica y personal). Gracias y un saludo!
ResponderEliminarA mi personalmente no me interesa blanquear a un personaje como este, neurotico y que es capaz de tener una relacion sentimental con la que fue su hija adoptiva.....pues su obra me sobra.
ResponderEliminarQue articulo más bueno
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