miércoles, 17 de mayo de 2017

Pal Joey (George Sidney,1957). Sinatra, entre Kim Novak, jovencita buena (y a estrenar) y la lagartona entrada en años, Rita Hayworth

Hay films de los llamados clásicos que, vistos ahora, resultan insoportables. Los motivos pueden ser variados, por supuesto.
A mí uno de los motivos que me saca especialmente de quicio es el machismo rancio.
Podéis pensar, ¿por qué el rancio nos va a sacar más de quicio que el actual?
Probablemente el de hoy tenga más peligro. Seguramente es más venenoso porque, al estar actualizado y a la moda del día, nos pasa desapercibido y lo tragamos con mayor facilidad. Y sí, claro, la mayoría de las películas y de las series (aunque entre estas hay más variantes y necesitarían más matizaciones) son muy machistas, pero en este artículo quisiera concentrarme en comentar el machismo rancio.
Por ejemplo, el del film Pal Joey dirigido por George Sidney en 1957.




La primera escena de la película ya es altamente repugnante: dos policías expulsan de una ciudad a Joey Evans (Frank Sinatra) obligándole a montar en un tren. ¿Su crimen? lo han pillado en la habitación de un hotel con una menor. Pero rápidamente aclaran que el problema viene no tanto de que sea menor como de que es la hija del alcalde. Conclusión: si fuera hija de un entibador, por ejemplo, el hecho de que un tipo de 42 años (esos tenía Frank Sinatra cuando se rodó esta película) se lleve a una menor a un hotel no merecería mayor indignación ni sanción.
Pero, además, la escena está rodada de manera que los espectadores y espectadoras la encontremos muy graciosa y el personaje de Joey nos despierte simpatía e incluso admiración: ¡qué fiera de hombre, cómo arrasa!
Y, en efecto, esta escena es solo el aperitivo de lo que viene después: Joey desea absolutamente a todas las mujeres que se cruzan en su camino. Incluso antes de verlas por completo. Así, por ejemplo, está al pie de una empinada escalerilla, bajan unas piernas de mujer (tacones y demás) y Joey ya sonríe y se le pone cara de “¡al ataque!”. No pasa a mayores porque detrás de la señora viene un señor… (Y ¡qué casualidad! la señora tampoco es una jovencita, o sea, pierde una presa pero tampoco era una presa excepcional).
A Joey lo vemos por las aceras dando palmaditas al trasero de las mujeres. A ver, si tienes dos dedos de frente, te preguntas: ¿qué placer se obtiene de ese gesto? Ninguno, por supuesto, se trata simplemente de ir marcando territorio… No es placer sexual, es placer de dominio.
En este film, Sinatra (en fin, Joey, su personaje) solo piensa y habla de cómo follar (no lo llama así, claro, pero de eso se trata) a cualquier mujer (siempre que sea convenientemente joven y mona). Es obsesivamente monotemático. Todos los diálogos giran en torno a sus dotes de seducción. Un don Juan irresistible, famoso y conocido en todo Nueva York por “sus excesos” (ante los que nuestra admiración no debe tiene límites, se supone).
Así, lo contratan en un cabaret y, de inmediato, el cuerpo de baile, o sea, media docena de chicas, cae a sus pies…
¿Todas? No. Esto es como lo de Asterix. Recordaréis que la Galia en su totalidad está sometida al poder del imperio romano menos una aldea invulnerable…
Pues aquí igual: una chica resiste. No es que sea inmune a los encantos, de Joey, no. Se nota que ella también está colada por él pero es una chica decente de las que quieren llegar virgen al matrimonio…
Como se deduce, la chica es ELLA, claro. ÉL puede (incluso debe) ser un obsesivo compulsivo del sexo, pero ELLA no. Ella, si de verdad aspira a ser ELLA, tiene que mostrarse todo lo contrario: pura y sin tacha hasta la noche de bodas; si no, no vale.
Y me diréis, bueno y ¿cómo se rellenan casi dos horas de película una vez que nos han dicho mil veces lo ligón e irresistible que es él y lo casta (aunque guapa y admirada por los hombres) que es ella? Ya sabemos que Sinatra canta y las canciones ocupan tiempo y sabemos que las chicas del cabaret bailan y los números también ocupan tiempo, pero, casi dos horas de película dan para mucho… ¿cómo se rellenan? Pues fácil: se hace intervenir a una segunda mujer a fin de que los celos y la rivalidad de las dos entren en liza. Y, además, así se resalta el contraste entre ambas: la pura y la impura, la buena y la lagartona.
¡Pobre hombre!
El papel de lagartona recae en Rita Hayworth. Rita Hayworth que no está especialmente guapa en este film. Yo, personalmente deduje (pero eso son especulaciones mías, por supuesto) que al director no le gustaban las mujeres. Es que si no, no se explica que tengas a Rita Hayworth en el elenco y la trates tan olímpicamente mal. Está mal maquillada, mal peinada (ni siquiera sacan partido a su legendaria cabellera) y mal vestida. La cámara pasa de ella, la puesta en escena igual. Y para mayor indignación, la ponen a remedar la famosa escena del guante de Gilda. Un remedo mal filmado, pobre, sin estilo y como sin ganas. Y a Rita se la ve aburrida y mecánica. Eso lo puedo entender: 11 años más tarde y que tengas que seguir dándole al guante…
Además, la secuencia entera es vergonzosa hasta la náusea: el personaje de Sinatra, cantante de la orquesta contratada como para la fiesta que organiza Vera Simpson (Rita Hayworth) la humilla ampliamente delante de todos los invitados y ella no solo traga sino que sigue dócilmente los designios del macho… Ella, una millonetis, dueña de la casa, él un mindundi… Pero, como bien sabemos, el género prima sobre la clase social. Si eres mujer, eres mujer, es decir, en el fondo, cualquier hombre es más que tú.
A todo esto: ¿es una casualidad que la chica buena, Linda English (Kim Novak) tuviera 24 años (18 menos que Sinatra que tenía 42) y Rita Hayworth 39? Yo soy ingenua pero no hasta ese punto.
En fin, tanto me repateaba la película (unido a su nadería absoluta) que me salí. No creo haberme perdido nada, otra loa más al machismo.
A Sinatra prefiero oírlo sin tener que aguantar envoltorios tan cutres.
(Nota al margen: resultaría muy interesante analizar cómo las machadas se han transformado; siguen vigentes pero han sufrido ligeros retoques; pienso, por ejemplo en el encuentro de “ÉL” y “ELLA” en el film A dos metros sobre el cielo, donde el protagonista no le da una palmada en el trasero pero le pone la mano encima sin conocerla de nada, donde también él es un depredador y ella una ingenua).

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