Cuando comenté Revolutionary Road hice alusión a mi entusiasmo por ese tipo de cine, el que interpela nuestras emociones, que nos plantea preguntas, que nos enfrenta a nuestra realidad…
En fin, justo lo contrario de lo que hace la última película de Almodóvar.
Ni me emocionó, ni me inquietó lo más mínimo, ni me dijo nada que yo no supiera.
Aclaremos: no me dijo nada que yo no supiera más allá de dudas anecdóticas. Viendo la película puedes preguntarte, por ejemplo: ¿y este señor cómo se quedó ciego? Pero incluso las dudas de ese tipo escasean. Así, por ejemplo, que Mateo y Diego son padre e hijo, está cantado, de modo que el único misterio es ¿cómo es posible que ellos lo ignoren?
También, en la primera escena, puedes preguntarte: ¿por qué esta chica tan guapa que le ayuda a cruzar la calle extrema su bondad hasta hacerle la lectura de la prensa y acostarse con él? Alguien podrá responder: por el morbo de “hacérselo” con un ciego. Pero la película ni siquiera intenta mostrar esa virtualidad. No percibimos el posible deseo (¿perverso, ávido de novedad y experimentación?) que podría “darle un punto”. Nada. Así que, al no atisbarse el plus que ella piensa obtener u obtiene de la ceguera de Mateo, ese acueste se convierte en simple anécdota totalmente gratuita que sólo ilustra la ya sabida y manida teoría de que las mujeres entregan su cuerpo como obra de caridad, como débito conyugal, como pago para que te quieran, como medio para tener contentos a los hombres, a lo tonto, porque sí, etc. Es decir, Almodóvar pierde la oportunidad de explorar deseos turbulentos, oscuros o inéditos para quedarse en los tópicos patriarcales.
Y es que Mateo está ciego pero con las mujeres tiene mucha suerte. Las guapas se le enamoran (o por lo menos lo desean, nada más verlo). Las menos guapas lo cuidan con denuedo. Unas le dan el cuerpo, otras, además, la pasión y otras le llevan la casa. ¿A cambio de qué? Pues no se sabe por qué.
No digo que Lluís Homar sea feo pero tampoco resulta físicamente arrebatador y la película no es capaz de hacernos atisbar qué otro tipo de encantos y atractivos morales, intelectuales y/o sexuales lo adornan. ¿Por qué Lena enloquece por él? No parece que sea un virtuoso sexual. Cuando los vemos manteniendo relaciones sexuales sólo se muestra coito. Y cuando Mateo y Diego hablan de un posible extraterrestre cuyo contacto fuera letal para los humanos, comentan lo duro que sería que “nadie te la chupara” pero ni se les pasa por la cabeza lo duro que sería para una mujer que “nadie se lo chupara”.
De todos los papelones de mujeres que pueblan el film, el que me deja más estupefacta es el de Judith, encarnado por Blanca Portillo: un híbrido de monja sacrificada, madre idílica y directora de producción. En fin, lo que sería la esposa perfecta según el patriarcado: le lleva la intendencia, lo quiere pero lo deja totalmente libre (tuerce el gesto pero como Mateo es ciego…), es autosuficiente desde el punto de vista económico, le cría al hijo sin reclamarle pensión, cambio de pañal, noche sin dormir, visita al dentista… Y se lo entrega ya hecho un hombre majete y colaborador que sólo se va a meter en un lío justo para brindarle la ocasión a Mateo de ejercer de padre protector y cómplice durante unas horas.
Aunque yo creo que no se debe mezclar la vida de los creadores con sus obras, Almodóvar lo sirve en bandeja: acaba de declarar a una revista francesa que le hubiese gustado ser padre pero no criar a un hijo. Suponemos, pues, que él no ha encontrado ninguna Judith. ¿Se imaginan la pena que me da?
L@s lector@s de estas líneas pueden pensar que mi crítica es extremadamente ideológica. Y lo es. Todas lo son. Y así ¿qué pensar de la ideología que tiene aquel que puede hablar de esta película sin comentar tanta falocracia y androcentrismo?
Y, por lo demás, tampoco hay gran cosa que decir. Ciertamente Almodóvar se rodea de buenos profesionales pero cuando al guión le falta verdad, intriga, emoción y le sobran tópicos, complacencia y narcisismo, no hay manera.
Y sí, la escena donde Lena, el personaje de Penélope Cruz, se dobla a sí misma no está mal. Quizá Almodóvar debería haber hecho un corto de cinco minutos…
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