lunes, 18 de enero de 2016

Los odiosos ocho (Tarantino, 2015)

Qué guay, la sangre. El sadismo, la brutalidad, la violencia: todo guay (o funny, según Tarantino )

Como bien sabemos, el relato audiovisual es el predominante en nuestra sociedad, el que tiene mayor predicamento y poderío.
Por eso, si se quiere comprender el mundo, hay que pensar sobre lo que nos predican las pantallas: qué callan, qué vocean, desde qué ángulo, con qué intenciones.
Las intenciones y la ideología siempre están ahí, aunque el o la  creadora ni lo sepa, ni lo tenga en su consciente. La mirada (o la “ceguera”) siempre es una toma de posición, siempre construye un punto de vista, se quiera o no.


Porque lo primero que se debe tener presente es esto: la representación no es la realidad. Cuando vemos una película o una serie, no vemos la realidad sino una construcción sobre ella. Una propuesta de mirada sobre la realidad. Pero, investigando la representación (empezando por investigar qué no se representa, qué sí y cómo) se aprenden cosas importantes. Al analizar la representación que mayoritariamente se difunde, se deduce en qué se nos instruye, en qué modos y maneras se nos educa, qué mundos se nos venden como estupendos, con qué nos dicen que hemos de divertirnos, en qué temas o personas no merecen la pena detenerse porque no son dignos de tener relato, etc. etc.
En fin, todo esto para declarar que yo, a veces, tenga o no ganas, voy a ver las películas “canónicas”. Aquellas que sé verán una mayoría de espectadores o las que sin arrasar, son consideradas de “obligado cumplimiento” por ese amplio espectro de cinéfilos que pueblan la tierra.
Bueno, en resumen, que fui a ver Los odiosos ocho de Tarantino.
No es que sufriera viéndola, no. A veces me trago cosas mucho peores y más infectas.
Además, a Tarantino no se le puede negar su talento de cineasta. Lo tiene. Tiene buena producción, buenos actores, buen ojo, buena colocación de la cámara, buenas composiciones, buenos planos, buenos, variados e interesantes encuadres, pases de encuadres de uno a otro actor bien agenciados, buen vestuario… Y tiene, además, una Ultra Panavision 70mm que es un placer absoluto de por sí. Un lujo raro hoy en día y que se disfruta mucho, sobre todo en las escenas abiertas, en exteriores. Luego, cuando nos encierra en el decorado teatral, el gozo que nace de los 70mm se amortigua. Queda como una ostentación algo innecesaria (aunque a mí no me estorbe, por supuesto).
Todas estas cualidades hicieron que no me aburriera demasiado. Me aburrí, por supuesto por momentos, como ya he dicho, pero no hasta el punto de hacerme el harakiri. 
Y me aburrí porque, contrariamente a lo que opinan muchos, los diálogos de Tarantino me parecen plastas, faltos de ingenio e inteligencia. Son circulares y premiosos, Rebosantes de pomposidad y de solemnidad pretenciosa. Tarantino debe pensar que nos deja con la boca abierta. Yo siempre pienso: Este hombre necesitaría leer buena literatura para enterarse de que la humanidad acumula ya un inmenso acervo de palabras dichas. Y muy bien dichas, muy densas, muy fuertes, muy pensadas, también muy brutales.
Pero sí, Tarantino y sus fans creen en la originalidad de sus verbosidades. 
Y no. Puede que la primera película  sorprendiera por la ruptura que originaba el contraste entre la salvajada que irrumpía brutal, como un rayo, y se instalaba ante nuestros ojos y el chorro de palabras triviales, como “fuera de contexto”. En Pulp fiction ese desfase, esa discrepancia, llevada a un grado más alto, fascinó a muchos espectadores.  
Pero es que, ocho películas más tarde, Tarantino sigue haciendo lo mismo.
No calla. Una sobredosis de parloteo. Cierto, no se puede negar: hay intercambios interesantes, momentos ingeniosos, pero tanto regodeo verbal y tan inane cansa mucho. Cansa.
Además, a Tarantino ya le tenemos “cogido el punto”. Ya sabemos que la cháchara es el entremés entre una brutalidad y otra. Un entremés que dura y dura. Dura, claro está, más que la brutalidad, puesto una característica de la brutalidad es que ha de ser fulgurante (no se puede estar chorreando sangre media hora, no, pero parloteando sí se puede, sí). Pero sabemos que la carnicería vendrá puntualmente. No hay sorpresa.

Y se nota que Tarantino sabe que corre peligro de producir el acorchamiento, lo teme y trata de evitarlo.
El problema es que, para evitar que los espectadores tengan esa la sensación de que están viendo lo ya conocido, no opta por variar la fórmula sino por superar las dosis prescritas, por “superarse a sí mismo”. Por ser más tarantinesco. Es decir, opta por la verborrea sin límites y por la bestialidad extrema. Brutalidad que, en este film, se instala en lo ultra gore: vómitos sanguinolentos y en cantidades desmesuradas, seseras desparramadas, brazos cortados a machetazos…
La creación de la figura de Daisy Domergue responde a esa misma búsqueda de "originalidad". Es una mujer porque eso aporta un plus de extravagancia. Si fuera un hombre, los brutales golpes que recibe nos causarían menos efecto. No por nada, es decir, no porque se espere que las mujeres despierten más compasión sino porque estamos mucho menos acostumbrados a que, sin mayor motivo, le rompan la nariz a una mujer de un puñetazo. Solo eso.
Pero, con todo, vi este film sin desesperarme. Aburrida a ratos pero no a punto de abrirme las venas como sí me ocurre con otros que a veces me trago y con los que me atraganto hasta un punto insoportable. No estuve en ningún momento al borde del ataque de nervios, no. 
Pero, dicho eso, declaro que abomino de esta película.
Abomino de este tipo de propuestas de normalización de la violencia gratuita. No me parece intrascendente que nos acostumbremos a que el espectáculo consista en “cuanto más salvajada y más brutalidad, mejor”. Y cuanto más carnicería, más divertidos y más entretenidos estamos. Para mí no es ni guay, ni funny como dice Tarantino.
Por una parte, esta violencia acolcha, apelmaza, desactiva nuestra reacción ante el horror y la maldad y el sadismo. Y, por otra, tapa la crueldad real que de verdad nos rodea, esa que desgraciadamente chorrea por las cuatro esquinas de nuestro mundo. Pero esa no se muestra, de esa no se habla…

Riamos con las vísceras tarantinescas, olvidemos el dolor real. 

2 comentarios:

  1. Me ha gustado esto ;)
    "Este hombre necesitaría leer buena literatura para enterarse de que la humanidad acumula ya un inmenso acervo de palabras dichas. "

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar