Qué guay, la sangre. El sadismo, la brutalidad, la violencia: todo guay (o funny, según Tarantino )
Como bien sabemos, el relato audiovisual es el predominante
en nuestra sociedad, el que tiene mayor predicamento y poderío.
Por eso, si se quiere comprender el mundo, hay que pensar sobre
lo que nos predican las pantallas: qué callan, qué vocean, desde qué ángulo,
con qué intenciones.
Las intenciones y la ideología siempre están ahí, aunque el o la creadora ni lo sepa, ni lo tenga en su consciente. La mirada (o la “ceguera”)
siempre es una toma de posición, siempre construye un punto de vista, se quiera o no.
Porque lo primero que se debe tener presente es esto: la representación no
es la realidad. Cuando vemos una película o una serie, no vemos la realidad
sino una construcción sobre ella. Una propuesta de mirada sobre la realidad. Pero, investigando la representación (empezando por investigar qué no se representa, qué sí y cómo) se aprenden
cosas importantes. Al analizar la representación que mayoritariamente se
difunde, se deduce en qué se nos instruye, en qué modos y maneras se nos educa,
qué mundos se nos venden como estupendos, con qué nos dicen que hemos de divertirnos, en qué temas o
personas no merecen la pena detenerse porque no son dignos de tener relato, etc.
etc.
En fin, todo esto para declarar que yo, a veces, tenga o no
ganas, voy a ver las películas “canónicas”. Aquellas que sé verán una mayoría de
espectadores o las que sin arrasar, son consideradas de “obligado cumplimiento”
por ese amplio espectro de cinéfilos que pueblan la tierra.
Bueno, en resumen, que fui a ver Los odiosos ocho de
Tarantino.
No es que sufriera viéndola, no. A veces me trago cosas mucho peores y
más infectas.
Además, a Tarantino no se le puede negar su talento de cineasta. Lo tiene. Tiene buena producción, buenos actores, buen ojo, buena colocación de la cámara, buenas composiciones, buenos planos, buenos, variados e interesantes encuadres, pases de encuadres de uno a otro actor bien agenciados, buen vestuario… Y tiene, además, una Ultra
Panavision 70mm que es un placer absoluto de por sí. Un lujo raro hoy en día y que
se disfruta mucho, sobre todo en las escenas abiertas, en exteriores. Luego,
cuando nos encierra en el decorado teatral, el gozo que nace de los 70mm se amortigua. Queda
como una ostentación algo innecesaria (aunque a mí no me estorbe, por supuesto).
Todas estas cualidades hicieron que no me aburriera demasiado. Me aburrí, por
supuesto por momentos, como ya he dicho, pero no hasta el punto de hacerme el harakiri.
Y me aburrí porque, contrariamente a
lo que opinan muchos, los diálogos de Tarantino me parecen plastas, faltos de
ingenio e inteligencia. Son circulares y premiosos, Rebosantes de pomposidad y de solemnidad pretenciosa. Tarantino debe pensar que nos deja con la boca abierta. Yo siempre pienso: Este hombre necesitaría leer buena literatura para enterarse de que la humanidad acumula ya un inmenso acervo de palabras dichas. Y muy bien
dichas, muy densas, muy fuertes, muy pensadas, también muy brutales.
Pero sí, Tarantino y sus fans creen en la originalidad de sus verbosidades.
Y no. Puede que la primera
película sorprendiera por la ruptura que originaba el contraste entre la salvajada
que irrumpía brutal, como un rayo, y se instalaba ante nuestros ojos y el chorro
de palabras triviales, como “fuera de contexto”. En Pulp fiction ese desfase, esa discrepancia, llevada a un grado más
alto, fascinó a muchos espectadores.
Pero es que, ocho películas más tarde, Tarantino sigue
haciendo lo mismo.
No calla. Una sobredosis de parloteo. Cierto, no se puede negar: hay intercambios
interesantes, momentos ingeniosos, pero tanto regodeo verbal y tan inane cansa
mucho. Cansa.
Además, a Tarantino ya le tenemos “cogido el punto”. Ya sabemos que la
cháchara es el entremés entre una brutalidad y otra. Un entremés que dura y
dura. Dura, claro está, más que la brutalidad, puesto una característica de la
brutalidad es que ha de ser fulgurante (no se puede estar chorreando sangre media hora, no, pero parloteando sí se puede, sí). Pero sabemos que la carnicería vendrá puntualmente. No hay sorpresa.
Y se nota que Tarantino sabe que corre peligro de producir el acorchamiento, lo teme y trata de evitarlo.
El problema es que, para evitar que los espectadores tengan esa la sensación de que están viendo lo ya conocido, no opta por variar la fórmula sino por superar las dosis prescritas, por “superarse a sí mismo”. Por ser más tarantinesco. Es decir, opta por la verborrea sin límites y por la bestialidad extrema. Brutalidad que, en este film, se instala en lo ultra gore:
vómitos sanguinolentos y en cantidades desmesuradas, seseras desparramadas, brazos
cortados a machetazos…
La creación de la figura de Daisy Domergue responde a esa
misma búsqueda de "originalidad". Es una mujer porque eso aporta un plus de
extravagancia. Si fuera un hombre, los brutales golpes que recibe nos causarían
menos efecto. No por nada, es decir, no porque se espere que las mujeres despierten más compasión sino porque estamos mucho menos acostumbrados a que,
sin mayor motivo, le rompan la nariz a una mujer de un puñetazo. Solo eso.
Pero, con todo, vi este film sin desesperarme. Aburrida a
ratos pero no a punto de abrirme las venas como sí me ocurre con otros que a
veces me trago y con los que me atraganto hasta un punto insoportable. No
estuve en ningún momento al borde del ataque de nervios, no.
Pero, dicho eso, declaro
que abomino de esta película.
Abomino de este tipo de propuestas de normalización de la
violencia gratuita. No me parece intrascendente que nos acostumbremos a que el
espectáculo consista en “cuanto más salvajada y más brutalidad, mejor”. Y
cuanto más carnicería, más divertidos y más entretenidos estamos. Para mí no es ni guay, ni
funny como dice Tarantino.
Por una parte, esta violencia acolcha, apelmaza, desactiva
nuestra reacción ante el horror y la maldad y el sadismo. Y, por otra, tapa la crueldad
real que de verdad nos rodea, esa que desgraciadamente chorrea por las cuatro
esquinas de nuestro mundo. Pero esa no se muestra, de esa no se habla…
Riamos con las vísceras tarantinescas, olvidemos el dolor
real.
Me ha gustado esto ;)
ResponderEliminar"Este hombre necesitaría leer buena literatura para enterarse de que la humanidad acumula ya un inmenso acervo de palabras dichas. "
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