La conquista del Lejano Oeste dio para cientos y cientos de
películas. Las historias de amores y/o desavenencias entre padres (varones) e hijos
(varones), las de pandillas de amigos (varones) haciéndose los graciosos o realizando
misiones arriesgadas se han declinado en todos los modos posibles. La de héroes (varones) cargados de armas mortíferas y destruyendo sin tasa a fin de salvarnos inundan las
pantallas (grandes o chicas). Hay tantas que nos salen por la orejas (al
menos a mí).
Entonces ¿por qué remoloneo antes de escribir mi opinión
sobre “Sufragistas”, esa rara avis? Remoloneo porque ya hay varias críticas y comentarios que
me parecen interesantes.
Por citar solo algunas:
Octavio Salazar:
O Charles Jhohef Florez en Facebook:
Está claro que el film despierta diversas emociones tanto
entre quienes no sabían prácticamente nada sobre las sufragistas, como entre
quienes sí conocían su dura y persistente batalla. Así, por ejemplo, tanto a
unas personas como a otras, puede saberles a poco, dejarlas con la sensación de
que la peli se queda “a medias” o, por el contrario, satisfacer sus expectativas.
Yo pienso que las variadas reacciones que suscita este film tienen su parte de razón (y no lo digo por contentar a todo el mundo).
Ciertamente no se puede contar en hora y media una lucha que
duró, como mínimo, cuarenta años (si tomamos como referencias 1889 -año en el que Emmeline Pankhurst y su
marido crearon la Liga para el Sufragio
Femenino- hasta 1928, año de la obtención en Reino Unido del derecho al voto).
Tampoco es posible (y por lo mismo) dar cuenta de todos sus
vericuetos y complejidades, ni de todas las batallas que se libraron, ni de las
diversas posturas que también se enfrentaron dentro del movimiento sufragista. Ni
es posible reflejar la relación entre esa lucha y la lucha de clases.
La opción narrativa de la película (seguir como hilo
conductor la evolución de una joven obrera que entra en contacto con el
movimiento sufragista y terminará siendo militante entregada) es inteligente
porque, de paso, permite apuntar siquiera someramente, las atrocidades
complementarias que conllevaba la explotación sufrida por la clase obrera en
general y la femenina en particular. También permite apuntar, por ejemplo, cómo
la solidaridad entre mujeres vencía barreras clasistas que entonces eran casi
infranqueables. El film no oculta la existencia de tales barreras, por supuesto
(eso queda reflejado en la escena de la comisaría donde el marido de una paga
su fianza mientras las otras no tienen con qué pagarla) pero sí muestra cómo la
sororidad entre mujeres de clases sociales muy alejadas fue activa y fuerte.
El film, como también han apuntado las tres críticas que
cité al principio, tiene una producción cuidada y una ambientación histórica
bastante convincente (en esto ya se sabe que el cine británico es imbatible).
Pienso, sin embargo, que no termina de ser redondo por
varias razones. Apunto un par: a veces, es excesivamente “ilustrativo” (episodio
de los buzones o de la bomba en la residencia del primer ministro, por
ejemplo). No que sea malo ilustrar, no, pero se corre peligro de que la
historia quede algo deshilachada. Pienso, además, que está filmado teniendo muy
presente (demasiado) la difusión televisiva. Eso conlleva, desde mi punto de
vista, un exceso de planos cortos que no creo que concuerden con lo que se está
narrando sino que, por el contrario, lo fragmentan. Entre unas cosas
(debilidades del guion) y otras (opciones mostrativas), el hilo temporal, por
ejemplo, queda confuso y la evolución ideológica de la protagonista también.
Aún cabría ponerle más reparos porque, como ya señalé cuando
la vi, a mí personalmente no me entusiasmó. Sin embargo, considero que nuestra
reacción fundamental ante el film no debe ser negativa ni mucho menos. No abogo
por el entusiasmo tontorrón pero creo que sus virtudes y su potencialidad
priman de manera apabullante sobre sus defectos.
¿En qué consisten esas virtudes y valores?
Pues para empezar, en el hecho de que las protagonistas sean
mujeres. No me canso ni me cansaré de repetirlo: el protagonismo es clave en
cualquier relato. En el audiovisual, mucho más. Porque, en el relato
audiovisual, l*s espectador*s no estamos “fuera” de la representación, sino “dentro”
y ocupamos (ocupa nuestra mirada, o sea, nosotr*s) un lugar en esa historia. Los
puntos de vista que forzosamente compartimos pueden ser más o menos complejos
pero irremediablemente se acoplan por excelencia a los de l*s protagonistas. Es
muy difícil despegarse de ell*s y tener una actitud crítica hacia lo que percibimos
emocionalmente como vivido en primera persona. Y, por lo mismo, es muy fácil
entender las razones y los sentimientos de l*s protagonistas, “amarlos”, incluso
aunque racionalmente no compartamos sus valores. O sea, la más aguerrida
feminista puede perder el “sentío” contemplando un gallo machista, la más
aguerrida pacifista puede enternecerse con las heroicidades guerreras de una
panda de “salvadores”. Por lo mismo -por ese poder que tiene el relato
audiovisual sobre nosotr*s- es esencial que se hagan películas donde las
emociones, la simpatía, la proyección, etc. se realice hacia mujeres, hacia su
vida, hacia sus proezas.
No puedo entrar en el análisis detallado de este asunto del
protagonismo que he tratado prácticamente en todo lo que he escrito. Remito,
para quien esté interesad*, a los últimos trabajos que he publicado y cuyo acceso
es libre en la red:
En resumen: el protagonismo es un dato clave. Y más si las
mujeres protagonistas son heroicas (por decirlo con una palabra que puede sonar
excesiva pero que no lo es). Y más aún si sus heroicidades se aplican a la
lucha de liberación de todas las mujeres.
Esa lucha en la que llevamos siglos, que ha logrado
conquistas importantísimas, que ha supuesto el valor, la inteligencia y la
generosidad de tantas mujeres (y de algunos –pocos me parece- hombres) y que, sin
embargo, sigue siendo tan desconocida.
Las mujeres somos un filón inexplorado. La lucha de la
mujeres por el voto (y más ampliamente por todos los derechos civiles pues,
como dijo Emmeline Pankhurst durante uno de sus juicios: "No estamos aquí
por ser infractoras de la ley; estamos aquí por nuestros esfuerzos para convertirnos en hacedoras de leyes".), por el acceso a los estudios y al
saber, al aborto, al divorcio, a la igualdad, al placer, a la libertad…
Ahora tenemos que dar también esta batalla: la conquista del
relato audiovisual. Lo digo muy seriamente: nuestros desvelos educativos quedan
minados, dañados o dinamitados por los relatos audiovisuales. Ellos fabrican
potentes imaginarios, mapas emocionales, universos simbólicos patriarcales. Explicamos a niños y niñas que somos iguales, que todos y todas somos dignos de interés y
respeto y luego, los soltamos en una sala de cine (o delante de un televisor) a
que devoren emociones, aventuras, alegrías, saberes, etc. trasmitidos por
relatos donde solo los varones cuentan, donde ellos son, unos con otros, los
que generan sentido y crean significado… ¿Las chicas? El adorno (cuando no -o también- el incordio, la "cosa follable").
Pero sin dinero no se puede rodar. Así de triste es. Se
necesitan productores y para que los productores se muevan es preciso que
películas como “Sufragistas” tengan éxito de taquilla. Y eso implica también
que, quienes no pueden verla en sala, se la bajen o compren legalmente.
Siempre termino igual, pero es que no hay otra: nuestra
lucha abarca todos los frentes pero hasta que no conquistemos el relato
socialmente compartido, estaremos en posición de debilidad. Tomémonos muy en
serio este capítulo y seamos muy beligerantes con él.
Hay miles de historias que contar. En clave de humor, en
clave épica, en clave lírica, en clave amorosa (véase “Carol”), en clave
dramática, en clave social, en clave personal… Films de época o rabiosamente
actuales (fijaos la cantidad de relatos que transportaban los trenes de la
libertad o los autobuses de la manifestación del 7N). Hay miles de aventuras,
de realidades, de sueños, de vidas que esperan su película (porque tenerla, la
tienen)…
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