Me entusiasman sus decorados, sus encuadres y cómo mueve la cámara Ophuls… Por diosa. Esa primera escena de la mano paseándose por joyeros, armarios de pieles… Los bailes encadenados donde progresivamente van siendo vencidos por el amor… Bueno, bueno, bueno. Qué maravilla. El plano donde ella murmura en letanía: "Je ne t'aime pas, je ne t'aime pas, je ne t'aime pas" justamente para confesar hasta qué punto está vencida y corroída por el amor.
En este film, Ophuls me recuerda a Proust. En el sentido de que, más allá de lo que narren, más allá de que los personajes te parezcan o no interesantes, más allá, está el embelesamiento que te provoca, en el caso de Ophuls, su puesta en escena y, en el caso de Proust, su lengua. Ante bellezas tan extremas se te olvida todo.
Se te olvida todo... o casi, porque a mí no se me olvida nunca la mirada feminista. Al contemplar una obra, siempre me pregunto qué nos dice sobre las mujeres y los hombres, desde dónde los mira y qué punto de vista construye sobre unos y otras.
Contemplada hoy y con mirada feminista, Madame d... es muy interesante. Nos permite comprobar, entre otras cosas, cuán dura y severa ha sido la ley que condena a las mujeres a la inmanencia y la intrascendencia. Hablo en pasado, digo "ha sido", no porque el precepto patriarcal de nuestra irrelevancia haya desaparecido sino porque ciertamente ahora lo cuestionamos, tenemos una conciencia cada vez más crítica y, en esa medida, podemos escapar al mandato, fisurarlo, ganar en autonomía y poder. Pelear por la conquista de nuestra voz y nuestro lugar en el mundo. Así, por poner un ejemplo actual que describe bien el punto en el que estamos, cito lo que comentábamos en facebook sobre las Comisiones Permanentes del Congreso: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10154653236127516&set=a.10150170277092516.367994.576797515&type=3&theater. del
La protagonista, Madame d... es rica. Vive entre el lujo y placer. Solo se preocupa de ropa, joyas y complementos. Va de baile a ópera; de ópera a cena y de cena a paseo
"au bois". Su único problema es no pasarse en exceso.
Su vida es un modelo de superficialidad, sin objeto y sin
proyección alguna.
Todo "estupendo", todo funciona bien para ella, para su marido, para la sociedad que los rodea. Todo perfecto hasta que es habitada por un deseo, una pasión. Porque, claro, a una mujer como ella se le consienten caprichos, sí,
todos los que quiera; coqueteos, sí, sin tasa (coqueteos que incluso refuerzan el poder del marido frente a otros hombres: "¿Os gusta, sí? pues que sepáis que es mía"); locurillas, por supuesto. Pero
deseos (en sentido fuerte) no.
A mí me hubiera gustado más, mucho más, que su
deseo, su pasión, no fuera el amor. Cuánto más interesante me hubiera parecido que su deseo fuera la creación artística, por ejemplo. Pero, dada la época y el ambiente eso ya es mucho pedir.
De todas formas,
cualquiera que fuera su deseo, resultaría, no solo "inconveniente"
sino imposible porque ni la sociedad ni su marido -que es el que detenta el poder
patriarcal- lo hubieran podido aceptar ni consentir.
No. Las mujeres no pueden tener deseos -deseo más allá de su versión superficial, baladí frívola- porque un deseo potente, convertido en pasión, te hace sujeto de tu vida. Y eso no es de recibo, no es soportable ni tolerable.
Me recuerda a Carmen (la de Mérimée o la de la ópera, no la loca o histérica sin interés ninguno de Aranda, sino la mujer que reconoce su deseo pero que sabe que deberá pagar con su vida la osadía de tenerlo).
Me recuerda a Carmen (la de Mérimée o la de la ópera, no la loca o histérica sin interés ninguno de Aranda, sino la mujer que reconoce su deseo pero que sabe que deberá pagar con su vida la osadía de tenerlo).
Ese es el drama de la protagonista.
Y frente a su "desvarío", la alianza viril. Qué ruines terminan siendo los dos varones. Uno en defensa de su propiedad, otro en defensa de su "honor" de amante que no puede consentir la mentira de una mujer.
Y frente a su "desvarío", la alianza viril. Qué ruines terminan siendo los dos varones. Uno en defensa de su propiedad, otro en defensa de su "honor" de amante que no puede consentir la mentira de una mujer.
En último extremo, incluso en sus enfrentamientos, los varones se entienden entre ellos porque, como decía Simone de
Beauvoir: no respetan a las mujeres, se respetan unos a otros a través de la
mujeres.
Y, además, ambos hombres tienen vida al margen de su historia con ella: brillantes carreras profesionales, poder, redes de amigos y de influencias... lugares en el mundo. Ella no tiene lugar al margen del que le procura su relación con uno u otro.
Y Danielle Darrieux -que no era especialmente
guapa, ni falta que le hacía- está magnífica en esta peli. Magnífica. Atractiva
e intrascendente al principio; apasionante mientras vive su pasión; guiñapo
cuando ya se sabe condenada y sin salida.
En definitiva: una gran obra, una de esas por las que el cine merece -y con creces- su título de "Séptimo arte".
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