Empieza la peli: ¡por diosa, qué belleza de imagen! me
remuevo de gusto en mi asiento: Sí, ya sé que el agua “da” bien en el cine
pero, con todo, se percibe que aquí hay un gran director con poderío visual y
de composición: en el agua de Iñárritu hay tensión, hay intriga, hay luz
divinamente filmada… Todo ello no está en el agua, sin más, está en cómo la
cámara se mueve sobre ella, a qué altura, con qué encuadre, luminosidad, ritmo…
Encadena con una escena que muestra un grupo de
tramperos-cazadores. Impactante igualmente el realismo del vestuario, del atrezo hasta en sus mínimos detalles, del decorado, de la escenografía…
Rápidamente se desencadena la violencia. Brutal, tremenda,
confusa. Filmada a la manera que lo hace el cine actual -y que ya es de obligado
cumplimiento- metiéndonos de hoz y coz en ella; haciéndonos partícipes del
estrés, del agobio, del furor; sintiéndonos -nosotr*s espectadores- también
rodeados porque no sabemos de dónde vienen las flechas ni tenemos claro hacia
dónde escapar…
Pero en todo ello se percibe “un plus”. Se nota, como señalé
antes, que estamos ante la obra de un gran director, alguien poderoso, lejos de
cualquier vulgar adocenamiento.
Impactante, en verdad.
Y, como colofón de lo sublime: unos paisajes de belleza
espectacular (pero espectacular de verdad, de los más bellos que yo haya visto
en cine), una luz inusual y sorprendente. Hermosísima…
Entonces ¿qué? ¿estamos ante una obra maestra? Pues no. Se
llevará todos los óscar del mundo mundial, pero no.
¿Por qué no? Porque la historia es bastante manida y pobre: la increíble
fuerza de superación de un individuo que se ha dado a sí mismo una misión y ha
de cumplirla, su feroz su determinación, su tenacidad que todo lo puede (todo significa
mucho más de lo verosímil, mucho más, por supuesto).
The Revenant es,
además, una historia padre/hijo y ese es un filón que el cine ha explotado
también hasta la saciedad. Así, en los últimos dos meses he visto -que recuerde-
las diez películas siguientes donde la relación padre/hijo sostiene la acción o
es el motor crucial que la mueve, justifica y/o desencadena o, por lo menos, resulta
significativo: Star Wars: el despertar de
la Fuerza (J. J. Abrams, 2015, USA), El
hijo de Saúl (László Nemes, 2015, Hungría), América, América (Elia Kazan, 1963, USA); La marche (Nabil Ben Yadir, 2013, franco-belga), Le garçon et la bête (Mamoru Hosoda, 2015,
Japón); My Magic (Eric Khoo, 2008, Singapur);
Back Home (Joachim Trier, 2015,
Noruega); L’idiot (Youri Bykov, 2014,
Rusia); C’est dimanche (Samir Guesmi,
2008, Francia); Malik le Maudit
(Youcef Hamidi, 1998, Francia). Anoto
los años, los directores y la nacionalidad de los films para destacar hasta qué
punto este asunto va más allá de la modas, geografías, y épocas.
Bien, dirán ustedes, es que el fondo de las historias, la
trama última, es siempre “sota, caballo y rey”. No hay cuatrocientas mil
posibilidades. Eso ya lo sabemos, al menos desde que Propp lo analizó hace un
siglo. Esa razón no invalida la calidad de una obra ni su interés.
Y sí, cierto. Pero, para que no la invalide, la “historia de
siempre” tiene que cargarse con contenidos nuevos, matices innovadores, profundidades
no exploradas. Cosa que dudo que ocurra aquí. La trama está bien llevada y se
va sucediendo a ritmo rápido. Pero hay tan poca trama... de modo que el film deriva pronto en una especie de “¿quién da
más?” o “mira, mira: más difícil todavía”. O aquello de “Mira, mamá, sin pies;
mira mamá, sin manos; mira, mamá, sin dientes”.
Es decir, que pese al ritmo bien acompasado, al cabo de hora
u hora y media, ya estamos hasta la coronilla. Y que conste que yo la vi en magníficas
condiciones: proyección de calidad: grandiosa sala, grandiosa pantalla, extraordinario
sonido y hasta estupendas butacas
Pero llega un punto en el que ni la belleza de los paisajes,
ni la luz, ni la posición, ni los encuadres (todo ello igual de impresionante
que en las primeras escenas) nos compensa. Nos sentimos saturad*s, hart*s. Queremos
que se acabe de una vez.
Sí, Iñárritu es grande pero, en esta película, su intención
es pequeña. Se conforma con una historieta de tres al cuarto. Parece que nos va
a contar una potente historia pero, luego, el film se queda en nada porque carece
de ambición profunda. Iñárritu se ha vendido a Hollywood, al Hollywood más
banal.
Las poderosas productoras americanas siempre han hecho esto:
traer a grandes directores de cualquier parte del mundo y ponerlos a hacer cine
americano. Muchas veces con aciertos clamorosos: Lubitsch, von Stroheim, von
Stenberg, Michael Curtiz, Murnau, Alfred Hitchcock, Lang, Preminger, Billy
Wilder, Chaplin, etc.
O, más recientemente, Ridley Scott, Verhoeven, Cameron, Alfonso
Cuarón, Amenábar, Bayona, etc.
Ya me diréis que por qué comparo el primer grupo con éste
segundo… Bueno, sí, no son equivalentes pero es que, lamentablemente, el cine de
los grandes estudios tampoco es lo que era. Su interés por la complejidad ha
descendido en picado. Ahora, cuando se ponen “transcendentes”, lo más que aceptan
filmar son filosofías al nivel Avatar,
The Revenant, Los odiosos ocho, Gravity…
Esos son los top de « profundidad » que admite Hollywood.
Una penita comprobar en qué ha quedado aquel inquietante y turbador
Iñárritu de Amores perros…
O sea, el dinero puede que no dé la felicidad pero, desde luego,
seguro que no da la genialidad.
Ahora bien, puestas a preferir, me quedo con The Revenant sobre Los odiosos ocho. Sin duda alguna. Entre las dos vacuas ampulosidades, prefiero hartarme de paisajes fastuosos
y de hermosa luz a hartarme de palabras que no dicen nada. Me condenan a volver
a ver una de ellas y no tengo duda alguna. Prefiero el realismo de atrezo,
vestuario y decorados de El renacido a
ese empalago artificioso y teatral tarantinesco de The Hateful Eight…
Tengo curiosidad por ver qué pasa con los Óscar: Carol frente a The revenant. El cine que cuenta frente al cine espectáculo...
Yo no me cansé de ver tanta naturaleza, ni me cansé de la película porque la imagen, los sonidos y la música me iban llenando el momento, eso sí, cuando terminó la peli, la trama me pareció muy parecida a otras, un tanto anodina, no me contó nada nuevo.
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