miércoles, 6 de abril de 2016

No todas somos mudas o estamos en coma

[Se estrena Julieta, de Almodóvar, que yo no veré por ahora. Pero traigo este artículo publicado en 2002 (no cito la revista porque no recuerdo dónde fue). Han pasado 14 años. Creo, sin embargo, que mis comentarios siguen siendo válidos aunque haga referencias a algunas cuestiones que estaban de actualidad en aquel momento y que quizá la gente joven ya ni recuerde... Al final he añadido pequeñas críticas a ciertas películas posteriores al 2002]

Pepi, Luci y Boom estaba hecha con cuatro duros por un director novato. Pero nos dejó con la boca abierta (y no precisamente por sus muchos defectos formales). A mí me encantó. Vista desde hoy, tiene episodios brutalmente machistas (la mujer maltratada que vuelve con su maltratador porque lo que le gusta de verdad es que le rompan los brazos y piernas a base de palizas) pero entonces, yo al menos, no afinaba tanto (o sea, en el tema patriarcal, estaba totalmente desafinada). 



Luego, ya con más dinero y más oficio, Almodóvar siguió dándonos alegrías con películas en las que derrochaba libertad, osadía iconoclasta, audacia...
Él trajo risas nuevas. Ridiculizó eficazmente la apestosa mediocridad bienpensante del franquismo. Contribuyó sin duda a la destrucción de aquella moralina opresiva y de aquel engolamiento asfixiante.
Sus espectadores (l@s del principio) se reclutaban  fundamentalmente entre disidentes, inconformistas, sediciosos de muy diversos matices, tendencias y posiciones pero, en cualquier caso, no entre gente de orden, o de “adhesiones inquebrantables”. Cuando tienes un público así, no puedes esperar que te aplaudan incondicionalmente hagas lo que hagas (y eso, como explicaré más tarde, es lo que Almodóvar, ahora que está endiosado, no acepta).


Quienes lo criticamos no es que seamos desagradecid@s. No olvidamos la irreverencia corrosiva de Entre tinieblas, o el descaro heterodoxo de Laberinto de pasiones (por citar sólo dos ejemplos), pero rechazamos el mensaje patriarcal de Átame: un hombre irrumpe en la vida de una mujer, la rapta y se le impone por la fuerza. La violenta, “por su bien”, claro. Él sabe lo que de verdad le conviene a esa alocada. Así es que, después del pataleo, ella termina reconociéndolo como salvador y pidiéndole que la ate. 
Esa es la mayor de la película. La menor es ésta: los dos conviven varios días pero ella no recuerda que se conocían hasta que él la penetra. Resulta, pues, que lo que singulariza a un hombre, lo que lo hace original e intransferible es ese tesoro que tiene entre las piernas... Bueno, hay quien interpreta esta escena como una irreverente parodia de la adoración falócrata que impera en nuestra sociedad... Debe ser que mi sentido del humor (el mío y el de algunas más) no da para tanto...
Quizá por lo mismo, nos irritan planteamientos similares de otras películas de Almodóvar. En Matador no nos divierte nada el comentario de la agente de policía ante el que se acusa de haber violado a una chica: “¡Las hay con suerte!”. Hemos crecido oyendo chistes de monjas, ancianas y mujeres en general a las que la sola idea de ser violadas las llenaba de alborozo. Siempre nos parecieron animaladas y no veo por qué la misma animalada contada por Almodóvar nos ha de hacer gracia... 
Ya sé que el humor existe. Me mosquea, sin embargo, que siempre se ejerza con lo mismo. Que con el terrorismo de ETA no se puedan hacer chistes pero que la violación se preste tanto al humor.

Y por lo mismo, no me hace gracia la escena de Mujeres al borde de un ataque de nervios en la que Rossy de Palma es violada mientras duerme bajo los efectos de un narcótico. Al despertarse, comenta que, aunque no sabe por qué, su vida ha sufrido una transformación prodigiosa. O sea: el agua milagrosa de Lourdes!
En Kika mi indignación ya fue de órdago. Recordemos con qué liviandad cuenta el personaje de Rossy de Palma cómo su hermano empezó violando cabras y luego ya siguió violando vecinas. Ella, para remediarlo, lo que hace es dejarse "echar unos polvos". O sea, no denunciarlo, sino permitirle que se "desfogue" con ella. Y, por supuesto, la violación de Kika, da mucha risa. 


Creo que, si bien Almodóvar empezó siendo iconoclasta, luego ya se contentó con ser gamberro. Desde Mujeres al borde..., Almodóvar ya no es corrosivo aunque siga siendo ocurrente.
Esto lo explicó muy bien J. Renoir (Mi vida, mi cine, Madrid, Akal, 1993) cuando analizó la clave para hacer una película comercial: “[al público] puede arrancársele gritos de terror ante una acumulación de crímenes y accidentes, pero hay que evitar plantearle problemas”. Es decir, hay que asustarlo, escandalizarlo, sorprenderlo pero de mentirijillas. De forma y no de fondo. Con puñetazos, explosiones o persecuciones, si la película es de Schwarzenegger; con monjas que se quedan embarazadas de travestís, si es de Almodóvar. Eso espera el público y para verlo paga. 
Porque quien crea que Todo sobre mi madre o Hable con ella pueden generar una mínima inquietud o cuestionamiento en los espectadores es que se cree que Crónicas Marcianas o Tómbola son programas peligrosamente desestabilizadores y revolucionarios o piensa que seguimos en el franquismo, cuando a Cela le alcanzaba con decir tacos y palabrotas para parecer un hombre avanzado aunque figurara como censor en nómina del Régimen.

Pues sí, los tiempos han cambiado. Y mucho. Ahora no basta con aquello de “caca, pedo, culo y pis” para obtener la etiqueta de progre o para ser piedra de escándalo. El listón está muy alto: las cadenas de TV compiten en la carrera del descaro, la algarabía y la exhibición de toda clase de situaciones y personajes anómalos, extravagantes, vulgares, locos...
Almodóvar es un hombre listo, sabe que competir en esos terrenos está ya muy difícil. Por eso creo que su paso al melodrama no es casual. Y, además, trabaja con películas, es decir, con estructuras narrativas cerradas, no simples “desfiles esperpénticos” como los programas televisivos. 
Probablemente Almodóvar tampoco quiera ya cuestionar nada. Con llamar la atención y ganar el Oscar le vale. Aunque, claro, ha de cuidar su imagen de marca. Es decir, ha de asombrar al público con algún “invento”. 

En Hable con ella su ocurrencia es que un individuo viole a una mujer en coma. Y se le ocurre, además, hacer de ese personaje un chico enternecedor y enamorado que consigue volverla a la vida. (Y, dicho sea entre paréntesis, hay que ver, de verdad, cómo han cambiado los tiempos: en mi época sólo nos prometían que se nos iban a curar los granos).
Como no me cansaré nunca de observar, el poder persuasivo del cine es apabullante. El protagonista de Gladiador puede realizar a lomos de caballo un viaje desde Alemania a Badajoz –pasando por el desierto- en tres o cuatro días sin que el espectador piense que está viendo una película de Disney. Annibal Lecter es un sanguinario asesino pero nosotros, decorosos espectadores, nos alegramos de que vaya a zamparse al director del manicomio. Julia Roberts es prostituta de acera (Pretty woman) y no solo necesita recurrir a ningún tipo de drogas legales o ilegales para aguantar sino que conserva un espíritu pavisoso de colegiala yanqui y encuentra a un apuesto y jacarandoso súper millonario para casarse. Y todo ello, en vez de hacernos partir de la risa nos hace saltar las lágrimas de emoción.
En fin, la magia del cine. La misma que nos lleva a creer que Almodóvar muestra gran sintonía, interés y comprensión con las mujeres y nos hace olvidar todas las barbaridades que he citado (y la cita no es exhaustiva). 
Esa magia del cine lo convierte en la percepción de mucha gente en una especie de experto en mujeres, un portavoz de lo femenino. Hasta el punto de que hay alguna que ya va siempre por la vida metida en su prototipo de “chica Almodóvar” (verbi gratia, Loles León).

Yo, por el contrario, creo que bastantes de sus personajes femeninos son trasvestis. O sea: ropa, gestos, dichos, maneras (lo externo, en una palabra) de mujer pero sus acciones y reacciones no. O en mucha menor medida. 

Eso lo pienso yo pero otra mucha gente piensa que para saber cómo funcionamos las mujeres y lo que queremos hay que preguntarle a Almodóvar...  
Lo que sí está claro es que las mujeres somos muy agradecidas. Estamos, además, acostumbradas a no existir en el cine o a tener roles vicarios. De modo que, cuando un director nos da papeles (aunque sean papelones) quedamos obnubiladas y rendidas. 

Y sí, bien podemos agradecerle a Almodóvar ciertos personajes de mujer, ante todo el que desempeña Carmen Maura en Qué he hecho yo para merecer esto. Este film, que yo sigo considerando el más "feminista" muestra un personaje de mujer muy verídico: que trabaja duro, aguanta por todos lados, no tiene satisfacciones, vive colgada de las pastillas y ni siquiera consigue un orgasmo porque sus "partenaires", van, la meten, se corren, y ya.

También podemos agradecerle a Almodóvar que pusiera de moda, y con gracejo, algunas de nuestras “peculiaridades, costumbres y folclore”. Como Rodríguez de la Fuente hizo con la avutarda. No todo va a ser fútbol (aunque casi).
Pero yo soy irreverente y mala. Tan mala que no estoy muda ni en coma. Y soy, además, de las que quieren ser peores: no deseo gustarle ni al concejal de Algeciras (el admirador de Miss León porque además de guapa es muda)  ni deseo obedecer a Almodóvar.
Lo digo porque, muy gracioso él, ha declarado que espera que a ninguna se nos ocurra ni preguntarle por el asunto de Hable con ella. O sea que pretende que estemos en la vida real como en su película: en coma. 
Eso de “espero que a nadie se le ocurra...” puede decirlo quien se siente tímido e inseguro o quien se siente sobrado y ya de entrada te advierte de que, o te portas bien, o te arrojará a las tinieblas exteriores. En el caso que nos ocupa, Almodóvar amenaza a sus posibles crític@s con lanzarnos el  horrible anatema de “ser políticamente correct@s”. Esto de lo políticamente correcto no sé cómo se emplea o cómo funciona en USA pero aquí les sirve para cubrirse los riñones a los que no quieren que nadie les cuestione su “vanguardismo” o “progresía”. Es como un seguro que funciona así: “A mí nadie puede ponerme reparos. Queda claro que si alguien se atreve será tratado de reaccionario o puritano”. Pues qué bien.
Pero, a ver, sean sinceros: ¿Con quien está el poderío, la auténtica respetabilidad, la legitimidad social? Es decir ¿quién es políticamente más correcto? ¿Almodóvar o yo? ¿las locas feministas o los posmodernos a los que ofendemos con nuestras críticas? ¿Nevenka -a pesar de haber ganado el juicio- o Ismael Fernández? ¿Israel o Palestina? ¿el chorizo marroquí o Emilio Ybarra?.
Encontrar la violación de Kika divertida sigue siendo (desgraciadamente) mucho más correcto que criticarla. Otra cosa sería si esa violación se la hicieran a un hombre. Y éste, igual que Kika, diera suaves e inútiles golpecitos a su violador y le dijera “Jo, tío acaba ya porque una cosa es violar a una persona y otra esto. Que llevamos aquí toda la mañana y yo tengo cosas que hacer, me tengo que sonar y tengo que hacer pis (o caca que quedaría, sin duda, más grafico y divertido porque, siendo hombre el violado se supone que le obturarían el orificio anal). Venga, córrete, que te corras!”. También resultaría algo más incorrecto que un gay perdidamente enamorado y tierno violara a un señor en coma que previamente no se ha querido enrollar con él. Así sí empezaría a creerme algo de esa bonita hipótesis de que Almodóvar representa la “deformación grotesca del patriarcado”.
Molina Foix en Fotogramas argumenta (entre otras lindezas) que somos minoría las mujeres indignadas por esta película. Está claro que él y yo no debemos tratar a la misma clase de mujeres. Y si se refiere a los artículos parecidos en prensa, cabe preguntarse ¿es Molina Foix tan ingenuo que cree que basta con escribir un artículo para que te lo publiquen y más si el artículo se sale de norma y más aún si eres mujer? 
Aunque, si lo pienso bien, creo que lleva razón: las mujeres somos minoría casi siempre (no hay más que ver la composición de las Cortes, las direcciones de los periódicos y revistas, las ilustres corporaciones académicas, los organismos de boato y poder, etc.). Y las mujeres indignadas, más minoría. Pero las cosas cambian. Yo recuerdo cuando éramos minoría las que exigíamos la legalización de los anticonceptivos o del divorcio, o la gestión de nuestro dinero sin permiso del marido o de nuestra vida sin permiso de nadie, etc. También Almodóvar debe recordar cuando él era minoría ¿o ya no?


Los abrazos rotos o la inanidad (Almodóvar, 2009)

Cuando comenté Revolutionary Road  hice alusión a mi entusiasmo por ese tipo de cine, el que interpela nuestras emociones, que nos plantea preguntas, que nos enfrenta a nuestra realidad…
En fin, justo lo contrario de lo que hace la última película de Almodóvar.
Ni me emocionó, ni me inquietó lo más mínimo, ni me dijo nada que yo no supiera.
Aclaremos: no me dijo nada que yo no supiera más allá de dudas anecdóticas. Viendo la película puedes preguntarte (por lo menos hasta el final): ¿y este señor cómo se quedó ciego? 
Pero incluso las dudas de ese tipo escasean. Así, por ejemplo, que Mateo y Diego son padre e hijo, está cantado, de modo que el único misterio es ¿cómo es posible que ellos lo ignoren? Si desde que aparecen juntos ya los espectadores lo sabemos ¿cómo se explica que ellos no?
También, en la primera escena, puedes preguntarte: ¿por qué esta chica tan guapa que le ayuda a cruzar la calle extrema su bondad hasta hacerle la lectura de la prensa y acostarse con él? Alguien podrá responder: por el morbo de “hacérselo” con un ciego. Pero la película ni siquiera intenta mostrar esa virtualidad. No percibimos el posible deseo (¿perverso, ávido de novedad y experimentación?) que podría “darle un punto”. Nada. 









Así, al no atisbarse el plus que ella piensa obtener u obtiene de la ceguera de Mateo, ese acueste se convierte en simple anécdota totalmente gratuita que sólo ilustra la ya sabida y manida teoría de que las mujeres entregan su cuerpo como obra de caridad, como débito conyugal, como pago para que te quieran, como medio para tener contentos a los hombres, por veinte euros, porque sí, a lo tonto, etc. etc. 
Es decir, Almodóvar pierde la oportunidad de explorar deseos turbulentos, oscuros o inéditos para quedarse en los tópicos patriarcales.
Y es que Mateo está ciego pero con las mujeres tiene mucha suerte. Las guapas se le enamoran (o por lo menos lo desean, nada más verlo). Las menos guapas lo cuidan con denuedo. Unas le dan el cuerpo, otras, además, la pasión y otras le llevan la casa, les crían los hijos, les hacen de devotas esposas/secretarias... Y todo ello a cambio de nada. Pura bondad femenina.
No digo que Lluís Homar sea feo pero tampoco es físicamente arrebatador y la película no consigue hacernos atisbar qué otro tipo de encantos y atractivos morales, intelectuales y/o sexuales lo adornan. Así es que: ¿Por qué Lena enloquece por él? No parece que sea un virtuoso sexual. Cuando los vemos manteniendo relaciones sexuales vemos lo de siempre: coito. 
Cuando Mateo y Diego hablan de un posible extraterrestre cuyo contacto fuera letal para los humanos, comentan lo duro que sería que “nadie te la chupara” pero ni se les pasa por la cabeza lo duro que sería para una mujer que “nadie se lo chupara”.
De todos los papelones de mujeres que pueblan el film, el que me deja más estupefacta es el de Judith, encarnado por Blanca Portillo. Es, como comenté antes, un híbrido de monja sacrificada, madre idílica y directora de producción. En fin, lo que sería la esposa perfecta según el patriarcado: le lleva la intendencia, quiere a su marido pero lo deja totalmente libre (tuerce el gesto pero como Mateo es ciego…), es autosuficiente desde el punto de vista económico, le cría al hijo sin reclamarle pensión, ni ayuda para cambiar pañales, ni compañía para reuniones de padres en el cole … Y se lo entrega ya hecho un hombre majete y colaborador que sólo se va a meter en un lío justo para brindarle la ocasión a Mateo de ejercer de padre protector y cómplice durante unas horas.
Aunque yo creo que no se debe mezclar la vida de los creadores con sus obras, Almodóvar lo sirve en bandeja: acaba de declarar a una revista francesa que le hubiese gustado ser padre pero no criar a un hijo. Suponemos, pues, que él no ha encontrado ninguna Judith. ¿Se imaginan la pena que me da?
L@s lector@s de estas líneas pueden pensar que mi crítica es extremadamente ideológica. Y lo es. Todas lo son. Porque ¿qué pensar de la ideología que tiene aquel que puede hablar de esta película sin comentar tanta falocracia y androcentrismo? 
Este film los chorrea -falocracia y androcentrismo- por todos lados, no solo por los que he comentado. 

Y, por lo demás, tampoco hay gran cosa que decir de esta película. Ciertamente Almodóvar se rodea de buenos profesionales pero cuando al guión le falta verdad, intriga, emoción y le sobran tópicos, complacencia y narcisismo, no hay manera.
Y sí, la escena donde Lena, el personaje de Penélope Cruz, se dobla a sí misma no está mal. Quizá Almodóvar debería haber hecho un corto de cinco minutos…

Algunas notas suplementarias

El delirio de La concejala antropófaga.
A las mujeres –y ya desde chiquititas- les gusta hacerle a los hombres lo a los hombres les gusta que le hagan (oh feliz casualidad!). 
Por ejemplo, el corto La concejala antropófaga (que es un montaje más extenso de una escena de la película Los abrazos rotos, de P. Almodóvar,) ilustra el entusiasmo de la tal concejala por la felación.

La concejala cuenta con gran énfasis lo que le gusta “chupar pollas” (y pies, ese es el toque original almodovariano). Tanto le gusta y desde tan pequeñita (desde que su escasa altura le brindaba la gran oportunidad de tener la boca a la altura de las braguetas varoniles) que lamenta mucho que en su entorno no hubiera ningún pedófilo. 
Vaya ¡qué mala suerte tenía la pobre! Ella con cinco, seis o siete años, todo el día sufriendo porque su cara quedaba a la altura de los genitales masculinos pero ninguno de los poseedores de tales manjares, se lo ponía en la boca...
Se supone que, oyendo-viendo esta historia nos tenemos que reír. Si somos "progres" no tenemos que reír aún más puesto que la concejala es de derechas...

Volver 
Que conste que Volver es con diferencia la película de Almodóvar que más me ha interesado desde hace muchos, muchos años. Tiene detalles que están bien pero de ahí a tomarlo como biblia del feminismo... Así, por ejemplo, ante el incesto y la violación la propuesta es la de resolverlo en familia. 
No es que no nos satisfaga los instintos asesinos que sentimos las mujeres ante los violadores y más si lo son con sus propias hijas, pero, a ver: lo que decimos (desde hace años ya) es que lo personal es político. O sea, que ni el maltrato, ni la violación, ni la pedofilia, ni el incesto son asuntos privados que haya que vengar personalmente (con éxito si tienes suerte, yendo a tu vez a la cárcel si no la tienes). No. Lo personal es político no significa que tengas un padre, una madre, un hermano que te libre del violador, maltratador, pedófilo. No reclamamos eso. Reclamamos que haya leyes que nos protejan, que sea la policía la que detenga a los culpables y los jueces quienes los castiguen. Y reclamamos un cambio ideológico y educativo. Eso queremos.


La piel que habito
Un elenco artístico impresionante. Con "elenco" no me refiero a los actores sino al equipo creativo: dirección artística, decorados, fotografía (Alcaine, buenísimo), grafismo, vestuario (me ha encantado concretadamente el de Banderas), etc. 
Yo, como espectadora agradezco mucho que, si se puede (y Almodóvar puede tanto económicamente como por su prestigio) se recurra a los mejores profesionales, que no se escatime

La historia no es nueva. Se han hecho varias las películas donde un doctor, sabio pero pérfido, enamorado de su propia hija se empeña en darle nueva vida (o nueva cara, etc). Tema bastante explorado. 
Pero ese no es el problema, no. Un argumento puede haberse contado un montón de veces y, sin embargo, hacer algo nuevo a partir de él. 
El problema La piel que habito es que no consigue interesarnos. Y que, según avanza la película, el desinterés va a más. Pasada la impresión positiva de la estética, la fotografía, los actores, los decorados... ; pasada la curiosidad del planteamiento inicial; cuando ya se te queda la cabeza más fría, resulta que la historia va decayendo sin remedio. 
Entra, además, en espiral de barroquismo e inverosimilitud. 
No es que una película (ni ninguna otra creación) deba ser verosímil, para nada. Eso ya lo advirtió Hitchcock. 
Porque se puede realizar una obra de ciencia ficción o de fantasía disparatada y que, sin embargo, tenga peso, importe, afecte. Pero aquí no es el caso y menos aún cuando te lo están intentando colar como "serio". O sea, hay un abismo entre la posición impostada de la dirección y lo que trasmite esa puesta en escena. O dicho de otra manera, para que funcionara tendría que haber correspondencia entre el tono y el contenido. 
Eso, Almodóvar era muy capaz de hacerlo: pelis desmelenadas cuyas inverosimilitudes eran estupendas ¿por qué? pues porque te situaban en otro orden de descripción de la realidad. Te hablaban de la realidad en clave surrealista, paródica, esperpéntica. 
Por poner: el lagarto o el jamón o la abuela de Qué he hecho yo para merecer esto. O incluso ese convento de Entre tinieblas
Pero en La piel que habito estamos en otro registro. Almodóvar quiere hacer "serio" y no. La historia ni da miedo, ni interesa, ni te lo crees. 
Incluso la escena final podría resultar divertida si hubiera estado rodada y escrita en el tono de aquellas películas. En esta sólo dices “Anda, vamos ya”.
Nota: la orgía que se ve en el jardín también es de traca: vaya usted, señora, de orgía para que te hagan lo de siempre pero por partida doble o triple: o sea para que uno te penetre por delante, otro por detrás y un tercero por la boca. Un modelo de peli porno, en suma ¿clítoris? sigues sin tener clítoris, querida.



2 comentarios:

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  2. Excelente artículo que analiza el cine de Almodóvar, pero, por una vez, sin hipocresías ni lavados de cerebro. El cine de Almodóvar y "sus chicas": otro ejemplo de cómo manipular a toda una sociedad para mantener un patriarcado "disimulado", presentando como "femenino" o "progre" una visión del mundo que no deja de ser androcéntrica y, como muy bien dice la autora, falocrática. Las pollas salvarán el mundo! Almodóvar no es mujer, es un tío, y su visión no deja de ser la misma q la de cualquier machito heterosexual y machista. Anda ya. Qué casualidad que ese gran cineasta que tan bien conoce el "universo femenino" resulta q.. tiene polla y adora a LA POLLA (la gran polla simbólica) algo q todas las mujeres necesitamos, un buen pollazo bien dado o una buena violación y adiós a todos nuestros problemas! Que no nos tomen más el pelo. Me ha encantado el artículo.

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