Tradicionalmente el placer sexual ha sido “cosa de hombres”.
Algo que les pasaba a ellos.
Las mujeres sentíamos amor, ilusión, embeleso, “cositas”,
etc. A nosotras nos gustaban los besos, las palabras bonitas, las caricias y
demás “adornos”. Pero, a la hora de la verdad, lo suyo, lo de los hombres, era
la sexualidad y nosotras éramos simplemente el receptáculo.
Un señor galante se preocupaba por “ir con tiento y
delicadeza”. Los brutos se limitaban a decir: “Vuélvete que la meta”.
Pero, tanto unos como otros, daban por supuesto que el
placer sexual era como la barba: cosa propiamente viril.
Siguiendo la misma lógica, se aceptaba como normal que los
varones, cuando aún no estaban casados o ya se aburrían con su señora o querían
extras o variedad, “fueran de putas”. Se consideraba un escape necesario para
su vigor de hombres. La iglesia –que controlaba la ideología dominante- decía
que era pecado. Aunque, por supuesto, la iglesia –tan paternal- comprendía ese
pecado, catalogándolo como inherente a la “naturaleza varonil” cuya “carne era
débil”.
En los años 60, como consecuencia de los amplios movimientos
de liberación, se reclamó la libertad sexual. Las mujeres concretamente, gracias a la toma de
conciencia feminista, proclamamos nuestro derecho al placer sexual. Dijimos:
“Tenemos nuestro órgano sexual específico, se llama clítoris, y disfrutamos con
los orgasmos”.
Cuarenta años después ¿la sociedad lo ha asimilado y
aceptado? Algunas (y algunos) sí, pero, pasmosamente, bajo apariencias
modernas, aún hay bastantes seres de la cavernas: hombres que no pueden admitir
que las mujeres seamos sexualmente activas y reivindicativas. Siguen anclados
en la idea de que la sexualidad es un asunto suyo y viven como una anomalía la
sexualidad compartida. De vez en cuando se enrollan con una a la que han de
prestar atención (¡qué remedio!) pero, globalmente, la sexualidad femenina les
parece un lata insoportable, una pérdida de tiempo sin interés, cuando no un
ataque al poder viril.
Su sexualidad ¿cómo se satisface? Pues muy sencillo:
puteando (en el sentido literal y metafórico que prácticamente se superponen).
Porque, además, para ellos la sexualidad sigue siendo algo
muy mecánico, pobre y cutre. Consiste en meterla (en ano, vagina, boca) y
punto. En ese esquema, solo necesitan protuberancias y agujeros, no una persona.
Una persona más bien estorba. Porque ya sabemos que
compartir sexualidad con alguien siempre es un pelín arriesgado. El intercambio
sexual no tiene -ni debe- ser peligroso pero sí azaroso, por decirlo de algún
modo. En cualquier intercambio humano te expones (vuelvo a insistir en que no
estoy hablando de peligro físico sino de un cierto “riesgo” emocional). Nunca
tienes la exclusiva del mando y del control. Y, nadie te garantiza el resultado
que puede ser mediocre, o trabajoso o decepcionante…
Quizá por eso, ellos prefieren no arriesgar y seguir en el
“antiguo régimen”. Les resulta más fácil alquilar un cuerpo, considerarlo solo
carne, sentirte dueños de la situación, seguros y poderosos.
A cambio de conservar el poder, renuncian al hedonismo, al
placer del descubrimiento, al placer del juego (de juego de verdad, no del
juego mecánico de: “ahora ponte así, ahora chúpamela asá”), al placer de
explorar otro cuerpo, al placer de dar placer, al de ser objeto/sujeto de
deseo, al de descubrirse diferente en cada encuentro, etc.
No sé si deberían darme pena esos seres que, por miedo, por
pereza, o por mezquindad moral, viven una sexualidad tan miserable. Pero no me
la dan. Ellos pierden, sí pero más pierden las mujeres a las que usan y de las
que abusan.
Siguen en el siglo XII (o en la primera mitad del XX),
siguen yendo “a lo suyo” (al metesaca) utilizando para ello el cuerpo de una
mujer.
Y me preguntaréis: ¿Nada ha cambiado en las nuevas
generaciones varoniles? Alguna cosuela. Así, por ejemplo, lo del pecado está
completamente pasado de moda. Pero ¿han entendido lo que significa la
“revolución sexual”? Sonarles, les suena pero creen que consiste en que se
deben follar mucho, incluso compulsivamente y que es casi obligatorio
hipersexualizar la vida. De fondo, no han entendido nada. Más allá de lo
cuantitativo, lo cualitativo les resulta un arcano mayor que ni se huelen.
Otra cuestión también ha cambiado con respecto a hace
treinta años: el tráfico mundial de mujeres con fines de explotación sexual. La
mundialización mueve capitales y mueve cientos de miles de mujeres desde los
países pobres hacia los ricos. Este cambio les satisface grandemente. Así,
ahora, cualquiera con 10€ puede follarse hoy a una cubana, mañana a una
nigeriana, pasado a una ucraniana.
Pero lo que de ninguna manera han entendido aún estos seres
reaccionarios y retrógrados es que estamos en el siglo XXI y en este siglo, las
mujeres ya no somos receptáculos, somos sujetos que aspiramos a la libertad y
al placer.
Cuando entré en la universidad (en los 60), estábamos aún en
el régimen “pecaminoso”. De modo que ni las parejas de “novios formales” “se
acostaban” (este era el vocabulario de la época). Pero yo fui de la generación
que le dio la vuelta a todas esas convenciones. Y lo hicimos rápido: cinco años
más tarde, cuando acabé la carrera, ya nos “acostábamos” (al menos las chicas
progresistas, de izquierdas, rompedoras).
Algunos hombres sí entendieron que la revolución sexual
significaba que nuestro placer existía.
Otros no. De modo que venían y te proponían “acostarte” con
ellos. Tú, en vez de quedarles inmensamente agradecida, si el tipo o la
circunstancia no te apetecían ni atraían decías que no. Se indignaban y te
llamaban pacata, conservadora, santurrona, puritana… En fin, lo mismo que te
llaman ahora los defensores de la prostitución. Y es que, tanto unos como
otros, se creen que su libertad significa el derecho a hacer sin cortapisas lo
que les da la gana y nuestra libertad significa que no podemos ponerles
reparos.
Ni aquellos “progres” ni estos se han enterado de que la
liberación sexual no consiste en que nuestros cuerpos tienen que estar a
disposición absoluta de ellos sino en que las mujeres tenemos igual derecho a
vivir el placer.
Cosa que consideramos, además, imposible de alcanzar
mientras la sociedad siga admitiendo que
nuestro cuerpo es un amasijo descoyuntando de trozos de carne más o menos
apetitosa. Mientras que los varones no entiendan que el cuerpo femenino es,
igual que el suyo, sujeto, persona.
Nada, ¡no les entra! Y ya estamos en 2016…
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