Este artículo se publicó en Tribuna Feminista http://tribunafeminista.org/2016/04/sexo-y-revolucion/
Lo revolucionario (que, lógicamente, coincide con lo
feminista) es que el intercambio sexual se base en el DESEO MUTUO.
Como comenté el otro día, de toda la vida de dios (es decir,
de toda la vida del patriarcado, pues dios es el símbolo patriarcal por
excelencia), el sexo era una cosa que los hombres disfrutaban utilizando el
cuerpo de las mujeres.
Cuando eran (o son) muy bestias, no daban (ni dan) nada a
cambio: violaban (y violan). Y, de toda la vida de dios (ese dios patriarcal),
la vergüenza y el oprobio eran para las violadas que ya quedaban como
“mercancía estropeada” para siempre. A ellos, por el contrario, no les pasaba
nada.
Hoy, en muchas sociedades, hemos conseguido cambiar tal
barbarie. Las violaciones se denuncian cada vez más y los violadores son
culpables (con sus más y su menos, pero legalmente así es).
Aunque aún hay sociedades donde todo sigue siendo tal cual
era antes: si te violan mejor lo ocultas -si puedes- pues como se sepa, estás
definitivamente condenada.
Eso, como dije, son los casos más brutales. En los casos más
comúnmente aceptados, los varones a cambio de obtener placer utilizando el
cuerpo de las mujeres daban (y dan) algo a cambio. Lo que dieran (y dan)
depende de las circunstancias.
Por ejemplo, si además de sexo querían que la mujer en
cuestión fuera su ama de llaves, su cocinera, su cuidadora, la madre de sus
hijos, la que le organizara la casa y la vida familiar, etc. entonces se
casaban con ella. Le daban un estatus (miserable o desahogado, según), le daban
un lugar en el mundo. Porque las mujeres por nosotras mismas no éramos nada.
Nuestra vida resultaba vicaria. Pasábamos del padre al marido. Existíamos en
función de otros y ocupábamos un lugar social según con quién nos casáramos.
A algunas, esta situación que describo, les puede parecer la
prehistoria pero no, era así hasta hace cuatro días. Tan pocos días que las
mujeres que fuimos educadas en esas normas (no solo normas morales y culturales
sino legales) vivimos aún.
Como los varones solo pueden tener una esposa, pero, sin
embargo, gustan de la “variedad”, necesitan utilizar el cuerpo de otras
mujeres. A éstas les daban (y dan) dinero u otros “bienes materiales como, por
ejemplo, galletas, agua, aspirinas… cualquier cosilla (tal y como ocurre en los
campos de refugiados o en las guerras).
Pero mira tú por donde, las mujeres -con las feministas a la
cabeza- no solo reclaman que cesen las injusticias y las discriminaciones.
Piden ser dueñas de su vida. No piden que el “amo” las trate bien. Piden no
tener amo. Y piden acceso al placer sexual.
Es decir, piden que EL SEXO SE BASE EN EL DESEO COMPARTIDO.
Eso es lo revolucionario. Lo que cambia todo. Lo que de
verdad ataca las raíces profundas del patriarcado.
Frente a esta posición revolucionaria se alza lo de siempre
pero vestido con nuevos ropajes. Antes nos decían que el sexo no era cosa
nuestra, de las mujeres. Que el deseo y el placer sexual, en un hombre sí, se
entendía, pero en nosotras… por dios (sí, otra vez dios) qué cosa más fea y
pecaminosa…
Ahora te dicen que todo el mundo tiene que querer follar sin
descanso, siempre que pueda y en cualquier situación y casi con cualquier cuerpo
que se ponga a tiro.
Este imperativo, que vale tanto para hombres como para
mujeres, es, sin embargo, más exigente con ellos. En ese sentido, también los
varones están muy presionados. Pero, en fin, dejo que ellos encabecen sus
luchas, que se atrevan a decir: “A mí cualquier par de tetas que me pase por
delante de las narices no me pone. Ni quiero follar todo el rato”. Yo les
apoyaré sin dudarlo porque, como feminista que soy, estoy por la libertad de
todos los seres humanos.
Pero para las mujeres hay una trampa añadida y monstruosa:
lo que nos venden y publicitan como modelo de relación sexual es felación y
coito. Felación y coito de cualquier manera y en cualquier posición. Ya no
dicen -como antes- que las mujeres tienen que plegarse a los deseos de los
varones sino que sus deseos, los de las mujeres, son exactamente los mismos. Es
decir: un señor te mete sus genitales por donde te quepan, en plan martillo
pilón y ya, con eso, alcanzamos todos los cielos alcanzables.
Me gustaría estar exagerando, pero no. Al decir que no
exagero no afirmo que todos los varones ni todas las mujeres sean iguales, ni
menos aún que todos -ni menos aún todas- sigan disciplinadamente los mandatos
patriarcales. Afirmo -y de manera contundente- que ese es el mensaje patriarcal
repetido por tierra, mar y aire.
Acabo de ver treinta y tantas series de televisión (muchas
de ellas de última novedad) procedentes de los más variados lugares del mundo.
El mensaje está claro: follar es lo dicho más arriba: coito (a ser posible de
manera compulsiva, acelerada y violenta) y felación.
Lo comentaré en un próximo artículo.
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