A veces, salgo del cine
cabreada; otras, entretenida; otras con la sensación de “Bueno, pues vaya”. Y
otras, salgo diciéndome: “Como el cine no hay nada”.
Esto último pensé después de
ver I, Daniel Blake de Ken Loach.
Y que conste (y siento
decirlo) que a mí no me parece que Loach sea un genio. Nunca fue un director
especialmente exquisito, sofisticado ni brillante. Es más bien un artesano
eficaz que maneja con acierto las claves esenciales de la realización y que se
toma el cine en serio, pero sus puestas en escena no resultan rompedoras, ni
innovadoras, ni especialmente poderosas u originales.
Pero, un film, para producir
una potente emoción ¿necesita ser una obra maestra, de esas que marcan para
siempre el séptimo arte? Pues no, la condición esencial es que ahonde y engrandezca
la inteligencia del mundo.
Aclaro que, cuando hablo de
emociones no me refiero a las emociones superficiales, ni a emociones circenses
tipo proeza o “sobresalto” (asesino que se nos abalanza, ruido brutal e
inesperado que nos hace dar un bote en el asiento, inmersión en el pánico a
base de fraccionamiento y montaje, bomba que estalla, llamaradas, persecuciones,
decorados insólitos...
Me refiero, por el contrario,
a emociones que conectan el sentimiento y el pensamiento, que armonizan “los
valores pensados y los valores sentidos” (dijo Marina, a quien quizá se le
puedan poner muchos reparos, pero cuya formulación en este caso me parece de
gran densidad significativa).
Y este film lo logra
plenamente y, de hecho, lo considero de lo mejor de su filmografía.
Hablo de Loach pero no olvido
ni minusvaloro el trabajo de Paul Laverty, el guionista de I, Daniel Blake y de otros ocho films de Loach. Paul Laverty es
también, dicho sea de paso, el guionista de Y
también la lluvia (2010) y de El
olivo (2016), ambas dirigidas por Icíar Bollaín.
En I, Daniel Blake, Paul Laverty ha escrito una historia densa y ágil
a la vez, inteligente, cincelada al milímetro. No hay escenas donde, después de
verlas, te preguntes ¿y esto para qué? Todo es revelador y significativo sin
ser torpemente “demostrativo”. Un guion que no pierde nunca el hilo conductor
de lo que desea contar y cuya historia está tan próxima a la realidad que casi
parece un documental.
Y todos los elementos del
film siguen esa tónica: decorados, vestuario, actores (sabia mezcla de
profesionales y no profesionales, así, por ejemplo de estas últimas, las personas
que atienden el banco de alimentos son las que en la vida real están allí). El
resultado es de una impactante veracidad: si no nos ha pasado a nosotros, le
puede haber pasado a alguien de nuestro entorno. Y si aún no nos ha pasado,
salimos con la congoja de que nos podrá pasar.
El Reino Unido se entregó antes
que ningún otro país de Europa al neoliberalismo salvaje (lo de “neoliberalismo
salvaje” es un pleonasmo, claro). Allí, desde hace años ya, muchos servicios que
antes dependían de estado han sido privatizados. Las empresas que actualmente
los gestionan funcionan en base a “menor coste, mayor beneficio” y con una meta
clara global: acabar con el estado del bienestar.
Y para conseguirlo
despersonalizan y automatizan al máximo: llamadas telefónicas que responde una
máquina, esperas interminables para hablar con un empleado y, cuando por fin contesta,
lo hace como un loro, según las indicaciones del catecismo estricto en el que
lo han formado y del que no puede salirse pues no en vano esas empresas funcionan
con una siniestra mecánica y sus trabajadores actúan así porque están, a su
vez, encorsetados y presionados…
Un mundo brutal, fragmentado,
deslocalizado, donde el sistema escupe y convierte en escoria inadaptada a todo
aquel que no sea rentable y/o que no quepa en los cuestionarios ni en las
modalidades programadas.
Eso es lo que nos describe
magistralmente I, Daniel Blake. O
dicho de otra manera: I, Daniel Blake reivindica
una humilde pero imperiosa necesidad: no aceptar que nos conviertan en
seres-máquinas, negarnos al embrutecimiento total que el neoliberalismo
construye, mantenernos atentos los un@s a los otr@s, dejar siempre una ventana
abierta para conectar con l@s demás.
Y califico tal pretensión de humilde
y modesta porque se basa en estos principios: la vida humana no necesita ser
extraordinaria para merecer vivirse, los humanos no tenemos por qué ser
artistas, inventores, genios, superinteligentes para tener dignidad y no solo
las gestas heroicas y las proezas merecen
la pena ser narradas.
También la califico esta
pretensión como necesaria porque necesitamos salir del acorchamiento. Sabemos
que existe el paro, la injusticia, las personas que penan para seguir viviendo…
Lo sabemos, pero, a no ser que frecuentemos a gente que los padezca, poco a
poco, esos infortunios se nos vuelven
abstractos. Y por ello es necesario recibir de vez en cuando un pequeño electroshock que nos coloque en la realidad.
Pues eso hace I, Daniel Blake: sacudir nuestra
modorra, ofrecernos la posibilidad de agrandar nuestra inteligencia emocional y nuestra empatía. Facilitarnos la comprensión de otras vidas…
Es, como siempre lo son tus críticas, precisas, sabiendo ir a lo que importa, sin dejar de lado una digna elaboración o factura (como dicen algunas personas) A mí me gusta lo de la elaboración artesanal.
ResponderEliminarGracias también por compartirla. Un abrazo.
Por cierto: ¿viste "Historia de una pasión"?. Te envío este artículo de una poeta con quien tuvimos el gusto (por la compañía, no por la película) de ver esta película ya hace días. http://www.fronterad.com/?q=15229
ResponderEliminarOtro abrazo.
Cuando ví I, Daniel Blake, fué como si alguién hubiera escrito la película que tenía en mi cabeza desde que llegué a Escocia. Lo único que pude decir fué "gracias" a todos los implicados por haber sacado esta película; por reflejar tan bien la incomprensión, el menosprecio, la frialdad con la que en este país tratan desde la administración a la gente que está en el paro, y se digna a pedir los llamados "benefits", una remuneración irrisoria con la que mantienen a la gente sin posibilidad de movimiento ni acción y con la autoestima totalmente menoscabada: siendo tratados por una parte como seres invisibles, y por otra como niños pequeños a los que hay que imponerles tareas absurdas como si fueran deberes del cole, - por ejemplo, recolectar firmas en un papel de lugares en los que entregan su curriculum, en lugar de ayudarlos a mejorar el enfoque y la redacción del mismo-. Película con compromiso social, pero también cercana, emotiva, que te hace pensarp y ciertamente, no machista :).
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