Y desgraciadamente, creo improbable que esta, Ma’ Rosa, se vea programada en salas.
Así es que me pregunto para qué escribir sobre un film que
la mayoría no podréis ver… Es dudoso que sirva para algo porque, como ya he
comprobado en múltiples ocasiones, hasta que un film no se estrena, solo cuatro
cinéfilos se interesan por él. Lo cual me parece normal, dicho sea de paso. Y
si, por casualidad, meses más tarde, se proyecta, compruebo que nadie recuerda mis
escritos. También normal.
Pero, con todo, me lanzo a comentar esta película porque lo necesito.
Empiezo aclarando que no la considero una obra maestra pero
sí de enorme interés. Es un gran ejemplo de lo que solo el cine (en fin,
digamos más ampliamente que solo el relato audiovisual) puede aportarnos, en qué
mundos puede introducirnos, de qué manera puede hacernos más empáticos con
otros humanos. Si el relato audiovisual no existiera, quedaríamos privados de
una apertura mental, de una fuente de inteligencia y de conocimiento
considerables.
Hecho este introito, voy al film.
Me maravilla Brillante Mendoza. Es un director prodigioso. Me
asombra su capacidad para contar y mostrar. Sin aspavientos, sin ampulosidad,
sin falsas sacudidas emocionales, sin manipulación sentimental pero con una
eficacia, una contundencia, una verdad impresionantes (y con cuatro perras).
Ya sabemos que hay películas que embriagan y cautivan. Nos
clavan en la butaca con sus cantos de sirena y, para despegarse, son necesarios
ímprobos esfuerzos. Mientras las ves debes estar todo el rato diciéndote a sí
misma: “No te dejes embaucar por un envoltorio delicioso: son naderías y simplezas”.
Se trata de superproducciones que, cuenten lo que cuenten, te engatusan porque tienen una fotografía, un colorido, una composición, una puesta en escena, una iluminación, unos decorados, un vestuario, una música hechizantes.
Se trata de superproducciones que, cuenten lo que cuenten, te engatusan porque tienen una fotografía, un colorido, una composición, una puesta en escena, una iluminación, unos decorados, un vestuario, una música hechizantes.
En Ma’ Rosa ocurre
todo lo contrario: no acaricia ni arrulla lo más mínimo. Es un film muy radical
que no hace concesiones al hedonismo o al relax espectatorial. Nada.
Es áspero en su forma -y en su fondo, por supuesto-, poco
agradable: colores más bien feos, iluminación deficiente en los exteriores
nocturnos, luz amarillenta o de neón en los interiores; contraluces de farolas
que deslumbran, enfoques imprecisos que, a veces, debido a la rapidez del
va-y-ven, no se corrigen adecuadamente y provocan desajustes y difuminados
(difuminado nada artísticos, ojo).
En algunos planos sentimos un cierto agobio como si nos
faltara espacio y perspectiva. La cámara está demasiado “encima” de lo que
filma. En otros planos, la toma está ladeada o esquinada (Ma’ Rosa y su marido
en comisaría mientras los polis interrogan al otro detenido, por ejemplo).
Pero esta sensación de “estar encima”, demasiado cerca, casi
de través, no se consigue con los procedimientos habituales, esos que usan y
abusan de primeros primerísimos planos, no. De hecho primeros planos hay pocos
y todos fugaces y en movimiento. Aquí ocurre que la cámara, siguiendo los
personajes, se introduce en los espacios exiguos y angostos donde ellos viven y
donde casi ni ellos caben (la tienda-casa de Ma’Rosa, por ejemplo).
Y, para rematar el malestar y la incomodidad, prácticamente toda
la película está filmada con cámara al hombro. Yo suelo odiar ese procedimiento
porque me parece mareante. Inútilmente mareante. En este film la cámara al
hombro también me mareó pero no me pareció inútil, sino todo lo contrario.
Como, además, hay muchos travellings, las tomas son largas y están montadas en continuidad temporal y espacial, la impresión de “directo”, de realidad
son fuertísimas. Es como si estuvieras allí, observando lo que ocurre ante tus
ojos, en una sensación de presente narrativo que fluye solo. Es imposible no
pensar: “Esto es así, tal cual lo veo”. O sea, sabes que estás en una ficción
pero sabes que esa ficción te cuenta la realidad.
Y en estas opciones tan radicales reside la genialidad de
Brillante Mendoza. Sí, digo genialidad pues aunque ninguno de los films suyos
que he visto me parezca genial, creo que él sí lo es. Tiene esa capacidad
extraordinaria de meter al espectador en el relato. El film atrapa porque
induce a seguir las peripecias de los personajes, les “pisa los talones”, los
acompaña, los sigue, corre para no perderlos, intenta incluso, prever sus
movimientos… Mientras lo ves te parece que estás siguiendo un acontecimiento que
se desarrolla en presente y ante tus ojos. Pero, vuelvo a repetir, no lo consigue
haciendo lo que suelen hacer los films habitualmente. O sea, no es una
inmersión emocional, de las que juegan con la identificación/proyección/inmersión
a base, por ejemplo, de filmar planos/contra-planos muy cortos, pegados al
rostro de quien habla y de quien escucha, como si espectadores estuviésemos metidos
entre los dos personajes.
No, Brillante Mendoza no manipula nuestros sentimientos ni usa
en ningún momento los códigos del melodrama. No quiere mezclar ni implicar de
esa manera a los espectadores. Respeta, por el contrario, la distancia mental y
emocional de estos, su lugar espectatorial. Cierto, los espectadores siguen la
trama de cerca, sin cejar en el empeño de verla y enterarse pero no están “dentro”
de ella. Brillante Mendoza nos deja ver por
nosotros mismos.
Y ¿de qué realidad habla este film? Una realidad desolada y
terrorífica. De modo que, visto desde una butaca de un cine en París (o visto
desde cualquier lugar del mundo occidental que no sea el de los refugiados tirados
en las aceras o en los campos) piensas constantemente: “¡Qué suerte, que suerte
no haber nacido allí!”
Te muestra los arrabales de Manila: un vertedero donde, según
el Banco mundial, el 40 % de sus 11 millones de habitantes viven en chabolas y
se debaten con la miseria, la injusticia, la corrupción…
Tal es el panorama habitual y cotidiano. Pero, encima, les
puede caer una desgracia suplementaria. Que los detenga la policía, por ejemplo,
como ocurre en este film. ¿Los detienen porque cometen actos ilegales? pues
claro, en semejante sociedad, el trapicheo, la droga, la ilegalidad es el
hábitat “natural” de casi todos los que la pueblan. Sobreviven así ¿cómo si no?
Y la policía ¿por qué los detiene? ¿para “hacer justicia”, para darle un margen,
un respiro a la legalidad? Ni hablar. Los detienen para robarlos y maltratarlos.
Usando la terminología de Marx, podríamos decir que el film retrata una
sociedad de lumpemproletariado. Un lumpemproletariado que se mueve entre cambalaches,
maniobras y enjuagues porque carece de cualquier medio de producción.
Los personajes de Mendoza no son heroicos, ni siquiera luchan contra la adversidad, solo intentan esquivarla. No tienen proyectos de cambio, solo se limitan a ir viviendo o sobreviviendo un día tras otro.
No son ciudadanos, son supervivientes. Tampoco son rebeldes porque para serlo tendrían
que analizar lo que les pasa y saber que existe una alternativa y no tienen
capacidad para ello. Y así, ante la opresión, el abuso y el machaque su única salida
es delatar, echar el muerto a otro, escapar dejando empantanado al siguiente… Pero
no actúan por maldad, no los mueve ninguna perfidia planificada ni buscada.
Solo la necesidad de sobrevivir.
Y, por eso, cuando vienen duras (o sea, más duras de lo
habitual, superduras) saben que solo pueden contar unos con otros: para
ayudarse, para negociar, para lo que sea.
Así es y así ha sido siempre en grupos marginales. Eso lo
aprendí yo en mi juventud en la cárcel observando a las gitanas que allí había.
Podían liar unas grescas tremendas entre ellas, pegarse, hacerse faenas pero, a
la hora de la verdad, formaban bloque y contaban unas con otras, no con las
payas, aunque las payas fueran maxistas-leninistas-maoistas que querían hacer
la revolución proletaria (todo lo cual, dicho sea de paso, para ellas no
significaba absolutamente nada).
En esta película, desde el principio al fin, el hilo
conductor es el dinero, todo se desarrolla en torno a él. De hecho, el primer
plano del film es un recuento de billetes. Aquí el dinero no es algo abstracto,
no es el dinero de la especulación, ni el de los bancos, ni los cheques o tarjetas de crédito (solo una vez vemos una) es el dinero “primitivo”, el dinero
en su materialidad de papel moneda, de billetes en su mayoría ajados, que se
cuentan y se recuentan. Billetes miserables que pasan transitoria y fugazmente
de unas manos a otras aunque tienen, sin embargo, un significado y un valor diferente
para los distintos grupos. Los pobres andan todo el día intentando sacarlo de alguna
parte. Ingeniándose como pueden: vendiendo chucherías, vendiendo el propio
cuerpo, vendiendo droga, incluso timándose (o intentando timarse) unos a otros.
Mientras que, los que tienen algún poder, lo consiguen extorsionando y abusando
sin paliativos de los primeros.
Aunque, ojo, Mendoza no construye tampoco una galería de
« malos » frente a “buenos”. No fabrica un odio fácil, simple y
polarizado. Por supuesto que eso no impide el juicio moral de los espectadores.
Somos conscientes de que no todos los personajes son iguales y de que nuestra
mirada sobre ellos tampoco puede serlo. Pero Mendoza tiene una manera de filmar
que está a años luz de la categorización y caracterización simplista que suelen
hacer los films norteamericanos donde
aparece un personaje y a la legua ya podemos decir: “Este es el malo”. No hay tampoco
planos de esos que se "deleitan" con la cruedad del delincuente (aquí policía), explayan con detalle su maldad, nos la refriegan por los ojos induciéndonos una emoción
de rechazo visceral que nos haga odiarlo.
Y es que Ma’ Rosa no personaliza ni en el “héroe” ni en el “villano” porque nos quiere decir algo mucho más inteligente, más complejo y desgraciadamente más real: la corrupción y los abusos no son hechos individuales sino estructurales. Que sí, que los comenten individuos porque su situación les empuja a ello o se lo permite. Los policías abusan y extorsionan más eficazmente porque tienen posibilidad para hacerlo. O sea, no se trata de que el bueno venza al malo y podamos concluir "bien, muerto el perro, se acabó la rabia” porque la rabia impregna y contamina a toda la sociedad. Es esa espantosa mentalidad que tan bien conocemos en España de “el que puede, roba”. Pero que en Filipinas se presenta con una crudeza brutal solo comparable a la que teníamos en tiempos del fascismo. Y diría que en Filipinas mucho peor porque vienen una opresión colonial y porque desde los años 70 para acá se han dado enormes pasos hacia la mundialización con lo que ello arrastra y empuja a sociedades desestructuradas y dislocadas. A la arbitrariedad, a la dictadura, a la miseria de siempre se le ha añadido el móvil, los plásticos, las chucherías, las drogas, los contaminantes, la desarticulación…
Y es que Ma’ Rosa no personaliza ni en el “héroe” ni en el “villano” porque nos quiere decir algo mucho más inteligente, más complejo y desgraciadamente más real: la corrupción y los abusos no son hechos individuales sino estructurales. Que sí, que los comenten individuos porque su situación les empuja a ello o se lo permite. Los policías abusan y extorsionan más eficazmente porque tienen posibilidad para hacerlo. O sea, no se trata de que el bueno venza al malo y podamos concluir "bien, muerto el perro, se acabó la rabia” porque la rabia impregna y contamina a toda la sociedad. Es esa espantosa mentalidad que tan bien conocemos en España de “el que puede, roba”. Pero que en Filipinas se presenta con una crudeza brutal solo comparable a la que teníamos en tiempos del fascismo. Y diría que en Filipinas mucho peor porque vienen una opresión colonial y porque desde los años 70 para acá se han dado enormes pasos hacia la mundialización con lo que ello arrastra y empuja a sociedades desestructuradas y dislocadas. A la arbitrariedad, a la dictadura, a la miseria de siempre se le ha añadido el móvil, los plásticos, las chucherías, las drogas, los contaminantes, la desarticulación…
No estamos, pues, como dije antes, en una
“encarnación personalizada del mal”, estamos, más bien, ante la banalización y
la impregnación social del mal.
Mendoza nos describe una sociedad sin plan ético alguno y –al menos por ahora o en esas capas de población- sin posibilidad de liberación.
Mendoza nos describe una sociedad sin plan ético alguno y –al menos por ahora o en esas capas de población- sin posibilidad de liberación.
Fin: Antes dije que la película huía de los códigos del
melodrama y de los primeros planos fijos. Eso hace salvo en la escena final donde
vemos un primerísimo primer plano de la cara de Ma’ Rosa absolutamente conmovedor. Lo es más
aún porque justamente es el único tan corto y tan persistente. Y porque
la actriz, Jaclyn Jose, solo con ese plano, merece, creo yo, el premio a la
mejor interpretación femenina que le dieron en Cannes.
Y este plano, que rompe con el carácter despegado-documental,
es el broche de oro. Es el que nos pone frente a esas palabras de Shylock en El mercader de Venecia de Shakespeare,
cuando dice: “Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos
reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos?”. Es el que nos interpela y nos
recuerda que Ma’ Rosa es como yo, como tú, como cualquiera de nosotr@s solo que
tuvo la desgracia de nacer pobre y en Filipinas.
En conclusión, me diréis: tiene pinta muy deprimente ¿por
qué verlo? Pues por lo que comenté al principio: por agrandar nuestra
inteligencia del mundo y de la humanidad.
Y eso a pesar de que este
film, creo yo, visto en la tele debe resultar casi insoportable. En efecto, en una sala
de cine estás ahí, tú sola, sumida en la pantalla y el resto es oscuridad. De
modo que sigues ese relato áspero y esa imagen poco agradable porque, como dije
antes, te sumerge. Ahora bien, pienso: en pantalla pequeña, con luz
ambiente, pudiendo mirar hacia otro lado, pendientes del móvil, de la sopa…
incluso aunque no haya otras personas que te hablen y te distraigan, aunque no
haya niños que reclamen nada ¿puede aguantarse esta peli?
Empecé preguntándome por qué escribía sobre este film. Dije
que porque necesitaba expresar mi emoción (emoción pasada por la cabeza). Ahora
añado: escribo sobre él porque me irrita enormemente que la crítica babee ante Elle y solo hable de pasada sobre Ma’
Rosa. Me desencaja leer en Le Monde algo
así como que estamos en una historia de pobres de siempre. ¿No estamos en Elle en la historia de mujeres masoquistas
de siempre?
Notas folclóricas: en el film los personajes hablan en
tagalo, salpicado de inglés pero, de pronto, sueltan: "abogado" o "cincuenta mil" (así tal cual).
La protagonista se llama Rosa Reyes, su marido Nestor, sus
hijos Raquel, Jackson, Erwin, Castor…
Critica de la película : tal cual, perfecta,... Vivo en filipinas...
ResponderEliminarDe acuerdo con el análisis de la problemática presentado por Brillante Mendoza. Gracias. Saludos desde Tokio.
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