miércoles, 25 de enero de 2017

Loving, de Jeff Nichols, 2016

De los cinco films que ha realizado Jeff Nichols solo conozco Take Shelter. En su día (Take Shelter es de 2011), me entretuvo y lo vi con agrado. Me pareció bien narrado y aprecié sus imágenes poderosas. Con todo, la historia me dejó muy indiferente.
Con este film me ha ocurrido lo contrario.
Y no me esperaba gran cosa, de modo que me sorprendió gratamente. Reconozco que, en principio, suelo desconfiar mucho en los biopics. Tengo un prejuicio desfavorable. Casi todos me parecen trabajosos, explicativos, lenificadores y tendentes a la beatificación. Incluso cuando no retratan personajes especialmente “santos” terminan adornándolos.
Eso, por una parte y, por otra, el asunto del “amor que supera dificultades” tampoco me atrae demasiado. Pero, ese tema del amor es el tema de este film solo en apariencia. El director (que también es guionista) lo utiliza como “percha” para contar colgar de ella lo que, desde mi punto de vista constituye su verdadero núcleo: la lucha contra la segregación racial, ejemplarizada y encarnada en la historia real de una pareja formada por un hombre blanco y una mujer negra que se casan en el 58 y son ferozmente condenados por ello según las leyes del estado de Virginia.



Empezaré a desgranar mis alabanzas de esta película diciendo que la considero muy original. No lo es en sus formas aparentes. Incluso habrá quien piense que, por el contrario, está rodada al modo más clásico posible: sin estridencias ni visuales ni de guion, rehuyendo todo ese aparataje emocional generador de constantes sacudidas emotivas que hoy Hollywood suele servir a paladas en todos sus films.
Jeff Nichols, por el contrario, se atiene a la sencillez y la trasparencia y desdeña ese camino tan bien trazado y trabajado que siguen la mayoría de los films actuales. O sea, por poner un par de ejemplos, Loving está en las antípodas tanto de Elle (Paul Verhoeven) con sus sobresaltos visuales y su falsa provocación, como de La llegada (Denis Villeneuve)  con su continua y prefabricada tensión y con su conexión a lo “inefable”.
Y por eso Loving es original y atrevida: por su sencillez, su despojamiento y su falta de chirridos.
Fijaos si el film es original que, sin ir más lejos, no muestra el juicio ¡con lo buenos que son los yanquis filmando juicios! Llevan años y años explotando ese filón y lo hace con admirable maestría. O sea, para Jeff Nichols estaba tirado y con garantía de éxito emplear media hora de película en ello. Pues no, aquí el juicio está en elipsis.
Otro punto le agradezco mucho a esta película: evita el sentimentalismo.
No era evidente abordar el tema de una pareja que se ama contra las leyes y convenciones racistas sin caer en melodramas, esquematismos y manipulaciones emotivas. Pues la segregación, vista desde hoy, nos parece (al menos a la mayoría de la gente que vivimos en países no segregados) algo tan claramente injusto que resulta sumamente fácil ganarse nuestra emoción, inundándonos con peroratas ya sabidas y provocándonos lloros ya supuestos: campo trillado por el que no cuesta nada pasear una vez más. Y, ojo, no es que esta película no nos emocione pero nos emociona inteligentemente. Nos emociona porque contemplar la injusticia no puede dejarnos indiferentes, pero no porque el director apele a los consabidos trucos de miradas, músicas, languideces o esquematismo…
 
Y lo que más me maravilla: evita  la idealización de los protagonistas. Otro film más adocenado no habría resistido la tentación de hacer de esta pareja unos héroes modélicos. Bastaría con haberlos pasado por el consabido Photoshop hollywoodiense, ese que guapea, pule, da esplendor y añade algún tinte épico.
Pero Jeff Nichols no cae en esa trampa. Los protagonistas no son desagradables ni -menos aún- despreciables, no. Pero son personas normales que no buscan tener vidas edificantes ni desean encarnar historias épicas. No están especialmente dotados para la rebeldía, ni menos aún para la heroicidad, ni se han planteado nunca la militancia.
Pertenecen a ese tipo de gente común que temen y se achantan ante la autoridad de un juez o un policía, precisamente porque saben que “la autoridad” puede hacerles mucho daño (con razón o sin ella, que eso es casi lo de menos).
Y, al final ahí reside el mensaje radical del film: una sociedad justa es aquella donde un ciudadano o una ciudadana no necesita ser héroe para que se le respete. Ni, por supuesto, necesita ser guapo, atractivo, interesante. Solo ser humano y ya.
Tal y como están los tiempos creo que es un mensaje sumamente valioso.
En fin, espero que Jeff Nichols –que solo tiene 38 años- siga dándonos buenos films que nos ayuden a comprender el mundo.
Yo solo puedo aconsejaros que vayáis a verlo. Saldréis humanamente mejorados. Y eso es impagable.

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