lunes, 6 de noviembre de 2017

Severa, la sabia de Siles

Hay personas que encarnan e ilustran la historia de su lugar y de su tiempo de manera extraordinaria. A través de sus vidas se entiende la realidad del periodo en el que existieron. Personas que, además, sobresalen entre sus semejantes, muchos de los cuales guardan un recuerdo de gratitud y afecto hacia ellas.
Así ocurre en Siles con la Severa (el “la” es de obligado cumplimiento en nuestro pueblo), donde dejó una huella profunda.


Parteó (o sea, ayudó a parir y a nacer) a varias generaciones y, durante su dilatada vida, arregló los huesos de  los habitantes (grandes y chicos) que lo necesitaron.
No eran esos los únicos saberes ni los únicos dones de la Severa, qué va. También daba a de mamar a los niños más necesitados (no a los más ricos, a los más necesitados) y curaba el mal de ojo. Esto último puede parecer brujería, pero, no, en realidad está más relacionado con la sabiduría psicológica, con la empatía, con la confianza, con la compleja relación existente entre nuestro cuerpo y nuestra mente que con magias potagias. Curaba porque comprendía el dolor ajeno y porque, gracias a ella, la gente recobraba el ánimo.
La Severa nació cuando el siglo pasado acababa de estrenarse (en 1901), en una España pobre, serrana y dura que no se podía permitir “bocas inútiles”. Las criaturas, desde que andaban, empezaban a trabajar aunque solo fuera cuidando las gallinas. Y, luego, cuando ya crecían un poco, echando jornales en todo lo que iba saliendo: aceituna, siega, recogida de leña y piñas por los montes para venderla en el pueblo, ocupándose de las cabras…
Las mujeres, además (y recalco el “además”) de que cobraban la mitad que los hombres, limpiaban casas (propias y ajenas) y cuidaban ancianos e hijos (propios y ajenos), etc. etc.
Así, sabemos que Severa, con solo 15 años, echó peonadas durante la construcción del Parador y el Touring, dos edificios emblemáticos levantados por esa época en Siles.

Se casó a los 23 años con José Piñero (un buen hombre según quienes lo trataron). La madre de José, Pascuala, fue quien transmitió los saberes sanadores a su nuera, aunque, sin duda, Severa estaba especialmente dotada ya que no solo los asimiló sino que los potenció.
Tuvo siete hijos de los que tres murieron tempranamente: dos de ictericia, con solo meses, y una niña, ya con siete años, de meningitis. La sapiencia de su madre no bastó para salvarlos pues se hubieran necesitado, además, tratamientos y medicinas de los que la gente común no disponía.
Es interesante resaltar que en todas las zonas rurales había –y menos mal- mujeres así, que cuidaban la salud de los vecinos y curaban manos, piernas, ojos, … En algunos asuntos, ellas eran mucho más de fiar que el médico y, en bastantes casos, la única posibilidad de sanación al alcance de gente que no podía pagarse una visita al doctor y, menos aún, trasladarse a un hospital (el del Úbeda, el más cercano, estaba a casi cuatro horas de viaje por aquellas infames carreteras).
En nuestro pueblo hay infinidad de personas que evocan a la Severa con gratitud y afecto. Y con fundadas razones.
Así, por ejemplo, las criaturas, cuando salíamos de la escuela (y los que no iban cuando podían dejar sus ocupaciones un rato) nos lanzábamos, como es lógico, a la juguesca por los callejones, los corrales, el monte, las huertas, el río o las acequias. Nos cuidábamos solos pero, de vez en cuando, ocurría un accidente. Y allí estaba la Severa, para sanarnos. Por eso, muchos, hoy ya adultos, la recuerdan agradecidos y con cariño.
La recuerda, Nuri, por ejemplo, que jugando, se cayó por un hueco haciéndose trizas ambas rodillas. Sus padres acudieron inmediatamente a la Severa pues todos sabían que, en asuntos de huesos, ella era –como ya dije- mucho más eficaz que el médico.
La recuerda otro que, también siendo chiquillo, se dislocó un hombro y acudió a la Severa él solo llorando desconsolado. Lloraba por el dolor pero sobre todo por el terror ante lo que podrían hacerle sus padres si aparecía por casa con un hueso roto. Como dije antes, eran épocas duras, donde, para algunos, ese grito de “Como te caigas, te mato” algo tenía de cierto: muchas familias, ya de por sí saturadas de penalidades e hijos, no podían permitirse el “lujo” de cargar con otro problema sobrevenido. Si te pasaba algo y tus padres eran brutos, encima te zurraban.
En definitiva, a la Severa acudía todo el mundo puesto que, salvo en caso de infecciones virulentas, heridas internas, trances de operar (peritonitis, cesáreas…) ella, además de eficaz, siempre estaba dispuesta, a cualquier hora y ya lloviera, nevara o venteara.
Severa, mujer alegre y cariñosa, no desdeñaba las fiestas y, llegada la ocasión, se lanzaba a bailar y cantar jotas serranas acompañándose con los palillos (las castañuelas) que ella misma tocaba porque, precisamente por ser sabia y tener un contacto tan próximo con el dolor, apreciaba la vida.
Y una última nota que dice mucho de su talante: el obispo, que entonces veraneaba por la sierra, al tener referencia de sus dones, quiso visitarla. Ella lo recibió con total normalidad. Es decir: con cortesía pero sin aspavientos, como corresponde a quien no ignora las realidades del mundo (sus pompas, sus obras) ni la valía profunda que puede haber (o no) detrás de honores, cargos o prebendas. Sabiendo que cualquiera es digno o indigno mientras no demuestre lo contrario.
Murió en 1999. Años más tarde, se le puso su nombre a una calle del pueblo, pero me apena pensar que la gente joven pueda pasar por allí ignorando quizá quién fue. Por tal razón escribo estas líneas, porque conviene recordar a personas de tan extraordinaria valía y guardarles un lugar en nuestro corazón y nuestra memoria.


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Viva por siempre Severa de Siles y de todos los lugares! Gracias

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  2. Querida Pilar, me has retrotaido a mi infancia en el pueblo de Solanillos del Extremo en el Alto Tajo, en Guadalajara,alli Severa, era mi abuela materna, Basilisa.
    Gracias por hacer este homenaje tan sentido y tan cierto de mujeres llenas de coraje por dentro, que vivieron en epocas recias y singulares.
    Gratitud a ellas y a mujeres como tú que saben mostrar el hilo de nuestra historia común vivida desde el significado de mujer, con sabiduría natural y generosa forma de ayudar a lxs que la necesitaban. Ellas nos siguen protegiendo en este caminar inacabado. Abrazos de gratitud sororal

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