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Almodóvar/Bertolucci: dios la cría y ellos forman piña…
En 2007 María Schneider declaró en el Daily Mail a propósito de la escena de la violación de El último tango en París:
"Esta escena no estaba en el guion original. A Marlon
se le ocurrió la víspera. Me lo dijeron justo antes de rodar la escena y me
rebelé. Tendría que haber llamado a mi agente o a mi abogado porque no se puede
obligar a nadie a hacer algo que no está en el guion, pero yo entonces no lo
sabía. Marlon me dijo: “No te preocupes,
no es más que cine”. Pero durante la escena, aunque yo sabía que lo que
Marlon hacia no era real, mis lágrimas sí eran reales. Me sentí humillada y,
hablando con franqueza, tuve la impresión de ser violada por Marlon y por
Bertolucci. Después de esta escena, Marlon no me consoló ni se disculpó. Menos
mal que solo hicieron una toma."
Yo creo que está clara la situación: una chica joven, 19
años, desconocida, aspirante a actriz que, de pronto, se ve rodando bajo las
órdenes de un director prestigioso (cuatro largometrajes entre los que estaban,
Prima della rivoluzione, La estrategia de la araña y El conformista) y formando pareja con
Marlon Brando, figura mítica de Hollywood, estrella mundialmente famosa, treinta
años mayor que ella.
O sea, Maria estaba en una situación manifiesta de
inferioridad psicológica y social.
Llega al set de rodaje y le anuncian, así, por encima, lo
que piensan hacer. Aun sin contarle los detalles, a ella le desagrada y no
quiere rodar esa escena. No quiere, pero tampoco sale corriendo. Podemos
entender la presión que sufrió, su miedo, su agobio, su confusión, su aturdimiento
(es “solo cine”)… Luego, cuando ruedan, cuando ella ya está debajo de Brando y
este la aplasta literalmente con su cuerpo y monta el número de la mantequilla,
Maria se da cuenta de que la escena es mucho peor y más violenta de lo que le
habían anunciado… Y sí, se siente humillada y violada. Y llora.
Técnicamente no hubo violación, cierto, pero sí abuso y
violencia. Y eso no se puede negar. No solo lo dijo Maria, no solo lo decimos
las feministas, lo dijo el propio Betolucci en declaraciones a ELLE: "La secuencia de la
mantequilla es una idea que tuve con Marlon la víspera del rodaje. No se lo
dijimos a María para que reaccionara de
forma espontánea. Quería que reaccionara como una mujer, no como una actriz.
Pienso que nos odió a los dos por no haberle dicho nada”. Y lo dijo tan pancho
y tan satisfecho.
De modo que en este asunto, hay dos ejes:
1.
Lo que pasó realmente durante el rodaje, lo que
hicieron y sintieron las personas de carne y hueso que allí estaban. Al
analizarlo, la conclusión es clara: si bien técnicamente no hubo violación, sí hubo
una agresión con agravante de abuso de autoridad y poder. No podemos justificar
diciendo que solo se trataba “de cine”. Lo que vemos es cine, sí, pero el
rodaje no lo era. Si un actor, rodando una película, cae por una ventana y se
rompe un brazo, se lo ha roto de verdad. Si en vez de caerse, otro intencionadamente
el empuja, estamos ante un delito ¿o basta con que le coloquemos a una agresión
el cartel de sexual y, para mayor
inri, se refiera a una mujer, para que ya no nos lo parezca?
2.
Otro aspecto que es preciso examinar es cómo se
representa la violación en el cine. Ya analicé esta cuestión en
Aunque en el artículo lo aplico concretamente al cine español de los años
90, su funcionamiento es general. Y la base que no se puede obviar es ésta: el
significado de un relato no está en lo que se muestre sino en cómo se muestre. Lo
que importa no es que, por ejemplo, que se vea una guerra sino la mirada que
sobre ella se construya. Eso es lo que hará un film pacifista o un film de
glorificación bélica.
Otro
aspecto que no se puede olvidar: el relato audiovisual es especialmente poderoso
para fabricar puntos de vista, crear líneas de identificación-proyección,
suscitar emociones complacientes o de rechazo con lo que se narra. De modo que
el problema no reside en mostrar o no violaciones sino en mostrarlas de modo
que nos resulten inanes, placenteras, dramáticas, divertidas, crueles, eróticas,
etc. etc.
Estos principios básicos los sabe cualquiera. No digamos
nada de si los sabe Almodóvar…
Pero hace como que no se entera y dice: “No
es justo lo que le está pasando a Bertolucci. Sobre todo si tenemos en cuenta
que se trata de una película que habla del deseo. La película va de eso. ¿Vamos
acaso a tener que hacer películas sin escenas físicas de sexo? Espero que no.
Me rebelaré contra eso".
O sea, Almodóvar
suelta una patochada: la película “habla del deseo”. Así, del deseo sin más… Sin
preguntarse del deseo de quien y ni de qué…
También M, el vapiro de Dusseldorf
habla del deseo. Muchísimos films hablan de deseo. Del deseo de matar, de
cambiar el mundo, de construir o de destruir, de ser feliz amando, de
descubrir, de torturar, de hacerse rico, de tener hijos, de viajar, etc. etc. Es
absurdo justificar el deseo sin más. La bondad o no bondad del deseo depende de
qué, quién, cuándo, por qué, de sus consecuencias…
Y si estamos en
una representación depende, sobre todo, de cómo se muestre.
Y no contento
con eso, Almodóvar añade esa otra patochada sobre “escenas de sexo”…
Es como si
dijera: “Vamos a tener que hacer escenas
sin que salgan negros”. A ver, genial director: que nadie te prohíbe ni las
escenas de sexo, ni de carreras de coches o de peleas, ni de negros, judíos, moros
o gitanos. Puedes hacer todas las pelis que quieras mostrando como los negros
son humillados, puedes hacer pelis mostrando a los judíos siendo llevados
literalmente al matadero pero si lo muestras con regodeo complaciente, con
cachondeo, con voyeurismo erotizante, de modo que resulten escenas intranscendentes,
frívolas, divertidas, insustanciales, agradables, deliciosas o sexis, no
esperes que te aplaudamos. Bueno, te aplaudirán los más enardecidos nazis y
racistas, no la gente de bien.
Pues lo mismo
con las violaciones: si solo dan pie para el jujú, jijí (o peor) que Almodóvar tenga
por seguro que lo criticaremos, por muy famoso y enaltecido que esté.
Desgraciadamente,
muchas personas que lo ven claro respecto a los negros, los judíos, a los
árabes, a los emigrantes o a los refugiados, siguen sin verlo claro respecto a
las mujeres. Violar a un refugiado está mal pero si es una refugiada… no sé,
parece otra cosa ¿verdad? además, puede que ella provocara de alguna manera la
situación, incluso puede que a ella, en el fondo, le guste. O puede que ella
termine enamorada del violador. Eso creo que ocurre en Juego de Tronos ¿no?
Y ahora van todas
las mentes patriarcales y me sueltan muy dignas aquello de “¿Es que no se
pueden mostrar las cosas con humor?” (que es, por otra parte, como suele
mostrar Almodóvar la violación) y yo digo: por supuesto, claro que sí, pero,
para variar, innovad vuestro humor: cesad de mostrar violaciones a mujeres y empezad
a mostrar divertidos episodios donde nos podamos reír viendo como los etarras
torturan a algún concejal que otro. Mostrad desternillantes anécdotas de
señores tirándose de las Torres Gemelas para huir del fuego, por ejemplo…
Venga, sed
originales.
Pues sí, me
parece patético que Almodóvar se haga el loco, el ingenuo o el tonto (cuando no
es ninguna de esas tres cosas) y olvide lo que pasó en aquel rodaje, sostenga
que “pelillos a la mar” o parezca ignorar que cualquier peripecia se puede
mostrar de mil formas que van de la complacencia absoluta al rechazo total.
Pero a mí las
palabras de Almodóvar no me extrañan. Lleva toda la vida considerando la violación
como un detalle sin importancia, un asunto divertidísimo cuando no un milagroso
método curativo.
Sobre este posicionamiento
de Almodóvar ya escribí otro artículo que también podéis encontrar en este
libro.
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