En julio de 1996, El
viejo topo (nº 97) me publicó un artículo titulado: "¿Por qué el cine
porno es cosa de hombres?". Mi artículo era breve y no entraba en análisis concretos.
En el nº 98 (agosto
1996) me replicaron al alimón Beth Escudé y Alejandro Montiel. Beth "argumenta"
que el cine porno le gusta ¿Y...?
Además, Beth mostró una gran irritación. No creo que si yo hubiera dicho que las películas del oeste están focalizadas desde el punto de vista de los colonos blancos me hubiera y rebatido con tanta iracundia.
Además, Beth mostró una gran irritación. No creo que si yo hubiera dicho que las películas del oeste están focalizadas desde el punto de vista de los colonos blancos me hubiera y rebatido con tanta iracundia.
Alejandro se quiso mostrar docto y me dio lecciones. Primero
expuso su saber taxonómico sobre el cine porno. Luego, se lanzó a argumentar.
Lo hizo mal y (lo que es peor) apelando a autoridades (Mulvey, Annette
Khun, Barthes…) que manifiestamente solo conocía de oídas.
Pero yo sí las había leído. De modo que les contesté (también les contesté a otras cuestiones en
privado aunque aquí solo cuelgo la respuesta pública). Mi réplica
apareció en el nº 100 de El viejo Topo,
octubre de 1996. Gira en torno a tres temas: 1. ¿La ficción audiovisual fabrica
-obligatoriamente- puntos de vista? 2. ¿Son andróginos l@s espectadores/as? 3.
¿Se puede crear desde "fuera" de la cultura?
PS. Desde el 96 para acá, el cine porno ha cambiado radicalmente (comparativamente, ahora, aquellas pelis pueden parecernos pacatas) ahora en muchas de estas películas, la fuente del placer masculino es el maltrato, la sumisión, la agresión, la brutalidad. Pero, por supuesto, no voy a retocar este artículo que habla de lo que habla y habla de la época en la que fue escrito, claro.
PS. Desde el 96 para acá, el cine porno ha cambiado radicalmente (comparativamente, ahora, aquellas pelis pueden parecernos pacatas) ahora en muchas de estas películas, la fuente del placer masculino es el maltrato, la sumisión, la agresión, la brutalidad. Pero, por supuesto, no voy a retocar este artículo que habla de lo que habla y habla de la época en la que fue escrito, claro.
Mi artículo publicado en El Viejo topo, nº 97, junio 1996, pág. 60-61
¿Por qué el cine porno es cosa de hombres?
El cine porno está hecho desde y para una perspectiva masculina.
Es decir: todos los elementos de
una película porno (imágenes, montaje, puesta en escena, historia, etc., etc.)
giran, se ordenan y se centran en una determinada manera de suscitar placer
sexual y en una determinada manera de vivir ese placer. Ambas son muy "de
hombres".
Esto significa, en primer, que el
papel de la mujer en estos films es secundario y residual. La mujer es el
motivo, el pretexto, el paisaje, el medio, la receptora..., todo lo que se
quiera menos el sujeto de la sexualidad y del placer. En efecto, aunque en las
películas porno las mujeres tienen orgasmos -estrepitosos y ruidosos como
corresponde a la habilidad de sus penetradores- los orgasmos son una
consecuencia secundaria del objetivo central: el placer masculino. Así, el
orgasmo femenino siempre está provocado por la penetración; es el resultado de
la habilidad varonil y pretexto para su mayor gloria y excitación. Y un orgasmo
de mujer que no tuviera ninguna utilidad para el hombre, que no estuviera en
función de su voyeurismo, su egolatría, su erección, no tendría razón de
existir.
Exposición de trozos de carne
En estas películas, el cuerpo de
la mujer deja de ser un todo para convertirse en una colección de partes. En
efecto, el cine porno despedaza el cuerpo y clasifica el conjunto resultante en
trozos finitos de carne más o menos importantes y cotizados: el pene, la
vagina, el ano, los pechos... Es un escenario mental que tiene muchas
similitudes, con el de una carnicería donde la entidad globalizadora (vaca,
cordero, ternera) sólo se percibe adjetivando partes: solomillo, chuletas,
pierna, sesos, etc., más o menos interesantes y/o apreciadas por el público.
Nadie niega que, durante el acto
sexual, el cuerpo "organiza" todas sus sensaciones y manifestaciones
en torno a y a partir del placer que emana de las zonas erógenas- y nadie niega
tampoco que después del cerebro la principal zona erógena sean los genitales.
Pero, para las mujeres, eso no significa que el placer se pueda reducir al pene
y/o el clítoris-mucho menos aún a la vagina-.
Para nosotras, en esos momentos,
los genitales son el centro de irradiación, a partir del cual interpretar todo
el cuerpo, pero no sustituyen al todo ni lo anulan.
En una palabra: para nosotras el
erotismo tiene un fuerte componente de sensualidad que desborda la sexualidad y
que, en cualquier caso, no se puede conformar con la simple genitalidad.
No es que seamos más
"poéticas" y menos dadas al bajo placer "carnal", es que
nuestro placer suele ir por otros derroteros y, a veces, nos resulta muy duro
adaptarnos a modos y maneras que no son los nuestros.
Placer contante y sonante
Otra característica de la
representación pornográfica en el cine consiste que el único margen de
incertidumbre admitido es el tiempo en que ella puede tardar en ceder. No hay
duda de que lo hará, ni del "éxito" de la empresa, ni, menos aún, de
la disponibilidad constante del deseo, propio o ajeno.
Tanta certeza sin sombra de dudas
funciona, probablemente, como barrera defensiva contra el fantasma de la
impotencia que tanto horripila a muchos varones.
Por otra parte, el acto sexual
reviste unas características muy cuantificables y delimitadas. Aparece como
algo de contornos determinados y precisos, con una materialidad de cosa. Es el producto
evidente de una serie de acciones, movimientos y manipulaciones concretas.
Tiene un comienzo claro y se termina con igual nitidez. Es descomponible,
enumerable, descriptible en su desarrollo, en su temporalidad y sus límites. Es
una concatenación de actuaciones realizadas con vistas a la consecución de un
resultado final. Algo tan concreto como cambiar la rueda de un coche.
Ya sabemos que, en cierta manera,
es así, pero también sabemos que la voluptuosidad femenina gusta de pensarse en
un continuum de placer sin contornos
definidos. No se vive como un "hacer" sino como un sumergirse; no
como un acto sino como un abandono a la sensación; no como una finalidad sino
como una pérdida; como una experiencia de lo que está más allá de nuestras
limitaciones naturales; como la casi única posibilidad que se nos ofrece a los
humanos de vivir sin tiempo.
La idea del placer como
indefinible, indescriptible, infinitamente vasto, distinto, profundo -puesto
que la voluptuosidad se desea atemporal y aspira a una profundidad sin fondo-,
choca con esta imagen muy explícita que muestra algo que se realiza mediante un
"trabajo" y una energía determinados.
Efectivamente, en el cine porno
el hombre trabaja sobre la carne de la mujer con la aplicación de un obrero en
una cadena fabril. Su pene va y viene en la vagina mientras vigila atentamente su
trabajo para verificar que obtiene los resultados apetecidos. Cosa que
comprueba por las convulsiones y los gemidos de ella.
El placer resulta, pues, del
trabajo mediante el cual el hombre muestra su energía y su fuerza con un
rendimiento extraordinario.
El placer aparece tratado como si
fuera dinero: algo que se cuenta y se capitaliza. Por eso cuantos más orgasmos,
mejor.
En efecto, el criterio valorativo
preponderante es la cantidad de orgasmos o polvos. La cantidad es lo primero,
muy por delante de otro punto crucial: el tamaño de ciertas partes del cuerpo
-aunque, después de todo, el tamaño es también otro aspecto de la cantidad-.
Lo que no se ve, por lo menos ha de oírse
Ahora bien, el hombre también
necesita el reconocimiento "social" de su esfuerzo, necesita que la
mujer le diga que su vaivén es una maravilla.
El le da algo que, además y según
la leyenda, es rico en vitaminas (por eso también se supone que cuando un
hombre copula mucho tiene un desgaste extraordinario y ha de sobrealimentarse como
si de una embarazada se tratara). En efecto, según los exagerados, el semen es
casi tan milagroso como el agua de Lourdes, y, por lo tanto, lo menos que puede
esperarse es el reconocimiento de la mujer. Por eso ella con sus gritos le
asegura que es un buen metedor... cosa de la que, aparentemente, depende en buena
medida la identidad del hombre. Puesto que el momento y el funcionamiento del
orgasmo femenino son imposibles de verificar de manera "visual" y "palpable",
la abundancia de jadeos y suspiros de las mujeres sirve para certificar la
valía de su "follador".
Ritos y tics
La puesta en escena del éxtasis evidencia
la gran inquietud del varón ante la inaccesibilidad del cuerpo de la mujer.
Así, el encuadre sigue la técnica
propia del más ramplón cine documental y sólo tiene una finalidad mostrativa y demostrativa.
La cámara filma la mirada del hombre,
los trozos de carne importantes a los que antes aludíamos; se detiene sobre el
pene que trabaja a la mujer, muestra el cuerpo de ésta, su mirada, a fin de
palpar los rastros del deseo. El cuerpo y
la cara de él prácticamente no interesan; en ellos no hay nada que ver
porque todo está resumido en su pene.
Y la única finalidad del montaje
es empalmar esos planos, no crear ningún ritmo ni significación añadida.
En el cine porno el placer
aparece amputado de cualquier idea que no pueda ser visualizada. El cuerpo,
debidamente despedazado, es un autómata que funciona según la idea más simple y
antiimaginativa de las leyes de Pavlov, La sexualidad no es misterio sino un
hecho.
Se constriñe a un universo sin
metáforas ni símbolos. El signo es reemplazado por el objeto, la representación
por la presentación. Pene y vulva son miembros separados y autónomos, no están
conectados con nada personal. No pertenecen a la historia del individuo, no son
fuentes ni de felicidad ni de sufrimiento...
Es una visión muy mecanicista del
mundo en la que todos los elementos quedan reducidos a su funcionamiento -funcionamiento
sin problemas, por supuesto- y ese funcionamiento es sinónimo de placer.
En consecuencia, sólo existe lo
que es visible. Y, sin embargo, para nosotras las mujeres la vista es menos importante
porque no ligamos tanto nuestro deseo a lo visible.
Respondemos mejor a otro
erotismo. La mirada femenina no gusta del detalle aislado y descontextualizado,
es más aproximativa y tiende a conciliar la realidad interna y externa.
Para las mujeres son más
importantes y cruciales la imaginación y la fantasía con su cohorte de imágenes
imprecisas que fluctúan.
Como dice Jutta Bruckner:
"La mirada de la mujer sólo ve claro si no mira de demasiado cerca".
La misma Jutta Bruckner señala que
el film porno produce en las mujeres el mismo tipo de sensación que da ver una
buena obra literaria mal adaptada: sus múltiples significaciones, sus variadas
resonancias, su riqueza de contrastes, su poder para despertar en nosotras ecos
diversos... todo queda reducido a una única dimensión que ni siquiera es la que
más nos interesa.
Por eso, ante una película porno muchas
mujeres tenemos la impresión de que cuanto más miramos menos vemos. Porque, para
nosotras, esas imágenes tan concretas y realistas obturan y taponan lo
imaginario -sobre todo si esas concreciones y escenarios ni siquiera responden
a las perspectivas en las que se inscribe nuestro deseo-.
En pocas palabras: nos aburre que
el vasto y prometedor mundo del placer sexual quede reducido a eso.
Pilar Aguilar Carrasco es
licenciada en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad de
París VII.
1. Brückner, Jutta: "Cinema,
regard, violence", en Les Cahiers du
Grif, Octubre 1982, n°25.
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A continuación, la réplica de Beth Escudé y Alejandro Montiel en El Viejo Topo, nº 98, pág. 68-73
LAS MUJERES Y EL CINE PORNO: UNA MIRADA PLURAL
Beth Escudé y Alejandro Montiel
En 1907 escribía Unamuno:
"La lujuria, el juego, la embriaguez, entontecen a los pueblos y acercan
el hombre al bruto. Si por cada escuela que se abra no se logra cerrar una casa
de juego, una casa de prostitución y una taberna es que la escuela no sirve.'' ("Sobre
la pornografía"). Según parece, noventa años después aún no se ha
extinguido en nuestra patria ese fogoso espíritu puritano, redentor y de
cruzada, aunque venga disfrazado con nuevos argumentos. Al menos esa es la
inevitable conclusión que se extrae de la lectura del artículo de doña Pilar
Aguilar, titulado "Por qué el cine porno es cosa de hombres" y
publicado en El Viejo Topo, número
97, en junio de 1996.
La incoincidencia entre las ideas
allí vertidas por la autora (Licenciada en Ciencias Cinematográficas y
Audiovisuales por la Universidad de París VII) y las nuestras ha motivado la
redacción compartida de este artículo, pues son dos sus redactores porque son
dos también, a nuestro juicio, los desaciertos principales que contiene el
aludido escrito. Uno atañe a la intolerable normativización de lo que es la
sexualidad femenina; el otro reside en la ligereza con que allí se desgranan
predicados erróneos sobre un sujeto vasto y polifacético: el cine porno (¿de
qué películas habla la autora?). Por lo tanto, vayamos por partes.
¿Una nueva ortodoxia sexual?
Es Beth Escudé quien toma la palabra.
"Nosotras", ¿A qué
sector -o secta- hace referencia ese "Nosotras"? ¿Qué requisitos son
necesarios para ser una ''Nosotras"?
Quiero intentar rebatir algunas
opiniones de doña Pilar Aguilar -quizás debería, entre "Nosotras"',
llamarla Pili- presentándole a mi cuñada, a Susana, a Isabel, a Aina y a mí
misma. (A Berta no la incluyo porque con ella no he hablado de sexo últimamente
y podría haber cambiado de opinión. Tengo que llamarla.) El coincidir con ellas
en cierta manera de vivir el sexo me autoriza a exponer mis argumentos (y, para
mí, pienso: ¡no soy tan rara!, y me tranquilizo). El discrepar con ellas me
garantiza gozar de la diferencia (¡soy tan rara!: me tranquilizo).
Quiero rebatir el artículo de
doña Pilar Aguilar, pero también procurar comprender esa categoría de lo
"femenino" que se predica. Con toda seguridad, tendré que aludir para
ello a mis gustos, preferencias y experiencias personales, porque es lo más
honesto a la hora de hablar de algo tan etéreo como la "feminidad".
Por otra parte, puesto que en aquel artículo se defendía que "el cine
porno es cosa de hambres" y no se reprobaba estrictamente la pornografía,
debo deducir que se acabará proponiendo un cine porno femenino ideal (tendré
que llamar a Berta para contárselo).
Empecemos con las presentaciones
para acabar con el enojoso usted (supongo que no te molestará que te tutee,
puesto que te has tomado la confianza de llamarme "Nosotras'' sin
conocerme):
Yo misma: Te presento a mi
cuñada, a Susana, a Isabel, y esta es Aina (Pilar les da la mano). Esta es
Pilar,
Pilar: ¿Os gusta el porno?
Ellas y yo misma (al unísono):
¡Sííííí!
Es decir: nos gusta el cine
porno, somos partidarias. Nos gusta el porno y/cada una de nosotras (aquí es
lícito el pronombre) tenemos nuestras preferencias. A ellos (Pedro, Lluís,
Simón y Gerardo) también les gusta. Es curioso, porque aun teniendo las mismas
fantasías y los mismos gustos pornográficos, Lluís y Susana se llevan a matar.
Todos, menos Aina, coincidimos en que no nos gustan los primeros planos. A Lluís
-dice- le entra sueño.
Dice Pilar: "La mujer es el
motivo, el pretexto, el paisaje." Pero, yo, en el cine porno habitual
también veo bonitos paisajes de músculos masculinos, magníficos testículos
coronados por un soberbio pene, dientes blancos tras unos labios mullidos, y
perfectas manicuras de manos masculinas. Y no son sólo paisaje, pues no sé
exactamente por qué convención o cláusula del contrato, se les exige eyacular
visiblemente ante la cámara. Esa generosa demostración puede gustar o no, pero,
en todo caso, no hay que regatearles el mérito profesional a los actores.
Dice Pilar: "Aunque en las
películas porno las mujeres tienen orgasmos -estrepitosos y ruidosos como corresponde
a la valía de su penetrador-, esos orgasmos son una consecuencia secundaria del
objetivo central: el placer masculino. (...) Puesto que el momento y el funcionamiento
del orgasmo femenino son imposibles de verificar de manera "visual" y
"palpable", ¡a abundancia de jadeos y suspiros de las mujeres sirve
para certificar la valía de su follador."
Bueno, bueno, bueno, Quizás para
discutir este último párrafo debamos aclarar cuál es el papel que le asigna el
film al espectador-modelo que se aventura en el mundo del celuloide
pornográfico. Se me antoja que el género posee convenciones muy concretas que,
como toda representación (más o menos) artística, incita a viajar entre (lo que
se me permitirá llamar aquí) el Mundo Real y el Mundo de Ficción. Son estas
convenciones las que me permiten asumir que un animal hable en una película de
Walt Disney. Como reconoce Pilar, por cuestiones únicamente biológicas, la forma
más ostensible de verificar el (discreto) placer femenino es la auditiva, o al
menos es la más susceptible de "espectáculo". En todo caso responde a
un modo convencional de representar el placer. ¿Por qué sospechar entonces que
ella no gozan ¿Por qué sospechar que su placer es sólo el resultado de la
"habilidad varonil" -lo que, por otro lado, no me parece mal- y no de
la disposición de ella al acto, de la afinidad con la pareja, de la propia
habilidad de la mujer -por ejemplo- para frotar su clítoris contra la pelvis
masculina?
A la mayor parte de mis amigos y
a mí no nos gustan los primeros planos: de los genitales. Algunos preferimos,
es cierto, los planos medios o de situación. Pero aquellos tampoco entorpecen
significativamente mi visionado. Es cierto que, a veces, estoy tentada de
gritar a los productores, al director o la directora del film: ¡quitad esos
malditos planos! Pero estoy segura de que esos malditos planos inacabables,
repetitivos y aparentemente aburridos tienen una finalidad concreta, o al menos
a mí se me abren muchos interrogantes. Quién sabe si ese pene entrando y
saliendo de una vagina o de una boca, o esa lengua regalando obstinadamente
placer a ese ostentoso clítoris, ese "tempo" persistente que parece
no sumar nada, tiene que ver con algo tan simple como la influencia del ritmo
sobre el estado de ánimo. Quién sabe si ese ir y venir incesante puede
relacionarse con la excitación anímica que provoca la repetición de un
mantra...
Al menos mis genitales, poco
doctos, así me lo dan a entender. Hasta tal punto van por libre en ciertos
momentos que, los muy cretinos, se excitan con una escena lésbica cuando mis
gustos son -por el momento- estrictamente heterosexuales.
En los hombres es habitual
reconocer con simpática resignación la alteridad de sus genitales. Su órgano
-dicen- a menudo va por libre. Como comparto esa disociación, no puedo hacer
apología de una integridad que no siento. Más bien al contrario: me parece
interesante que mi cuerpo sea el escenario de una dramática lucha de intereses
entre genitales, corazón, intelecto y un caos de sensaciones que me esfuerzo en
vano por ordenar.
Pero al menos en el caso de los
primeros planos de una película pornográfica mis genitales y '"yo"
hemos llegado a un entente bastante sencillo, Gracias a la tecnología moderna,
con un simple apretón de fordward de
mi mando a distancia el largo plano pasa a cámara rápida, y así, no tarda en
llegar (por ejemplo) la escena de los dos marineros con la chica, que a mis
genitales y a mí nos parece de perlas.
En resumen ¿cuáles son esos
misteriosos derroteros por los que viaja "Nuestro" placer? ¿qué es un
"continuum de placer sin contornos definidos" (doña Pilar dixit)?
No me siento autorizada para
comentar una experiencia tan particular y tan emotivamente descrita, pero a
tenor de ese modo de vivir el orgasmo me doy cuenta de qué lejos estoy de
"Nosotras".
Las películas porno a las que
tengo acceso (Canal Plus) parece que se rijan por una censura estricta respecto
al acoso a las mujeres: son políticamente correctas. Son siempre ellas las que
provocan a los hombres. Pero a mí esa persistencia argumental me resulta un
poco aburrida: el acoso, la provocación y las estrategias masculinas también
tienen cabida en mis fantasías sexuales dentro de ese maravilloso Mundo de Ficción
(pornográfica) en el que nadie sufre las consecuencias de un despido en su
trabajo ni padece traumas psicológicos. Es un Mundo de Ficción, no un mundo
ejemplar. Una orgía en el Mundo Real puede traer cola, y los prudentes podemos
contentarnos con el sueño que nos ofrece ese Mundo de Ficción (limpio, claro,
sin complejidad: mero sexo).
Dice Pilar: "En el cine
porno (...) la sexualidad no es misterio, sino hecho". Y ¿qué? A mí me
gusta el "hecho", porque me da entidad como ser humano. Cuando quiero
un "universo de metáforas y símbolos" miro films de la "nouvelle
vague"; si quiero emocionarme, me alquilo "Bambi" o
"E.T."; pero si quiero follar o masturbarme veo una película porno
porque "responde a las perspectivas en que se inscribe mi deseo".
Y para terminar, el plato fuerte:
¿qué pornografía femenina parece proponer Pilar Aguilar? No hay respuesta
concreta, pero sí apuntes: misterio + no carnalidad + no gemidos + enigmas + imaginación + lo invisible... Para contestar a
este "adivina-adivinanza" no se me ocurre más que un chiste
francamente malo. ¿Canal Plus codificado? O, ya puestos, ¿por qué no
masturbarse delante de una pantalla más negra que boca de lobo?
No niego la originalidad de la
propuesta, pero, por mi parte, me quedo con la carnalidad, con el vaivén de mi
pareja virtual, y hasta con los primeros planos. Veremos qué me comenta Berta.
Tengo que llamarla.
¿Una mirada femenina?
Habla ahora Alejandro Montiel,
(Por algunos indicios -el
patronímico-, se trata de un hombre. No pide perdón).
Cabe hacer algunas precisiones
sobre el llamado "cine porno",
No parece que quepa duda sobre la
irreversible crisis de la pornografía en formato cinematográfico y su masiva
sustitución por el vídeo doméstico o por los nuevos soportes cibernéticos, y, a
este respecto, puede conjeturarse que la espectadora "vergonzante" de
las salas públicas cinematográficas ha sido sustituida por una espectadora
privada y discreta que accede a estas producciones en la intimidad de su hogar,
sin el más mínimo adarme de mala conciencia y acaso a través de un prestigioso
canal de pago.
Establecido así que un buen
número de espectadoras (difícil de determinar) no sufren agresión alguna a
consecuencia de la audiovisión de estas películas (o vídeos o CD-ROM) resulta
imposible compartir la conclusión de doña Pilar Aguilar: "Para nosotras
-escribe-, esas imágenes tan concretas y realistas obturan y taponan lo
imaginario -sobre todo si esas concreciones y escenarios ni siquiera responden
a las perspectivas en las que se inscribe nuestro deseo".
Porque, si esto es así, ¿de dónde
surge esta constatada dificultad de acceder al "imaginario"? y de
darse dicha obliteración del deseo, ¿es ésta privativa de las mujeres?, ¿incide
especialmente en las espectadoras?
La única evidencia que se
desprende de lo dicho por la articulista es que los films pornográficos que ha
analizado -que no nos precisa cuáles son- no se acomodaban, a la especificidad
de su deseo, a sus fantasmas personales e intransferibles; pero ocurre que sí
se acomodan a la mirada deseante de otras mujeres, por lo que comienza a
desmoronarse como castillo de naipes gran parte de su argumentación, Pues,
¿puede afirmarse que en todo el cine pornográfico (género ya centenario) la
mujer no es nunca el "sujeto de la sexualidad y del placer"? Tal
aseveración es (dicho con suavidad) poco convincente, pero la que viene después
es sencillamente errónea: "el orgasmo femenino siempre está provocado por
la penetración".
Debe en este punto recordársele a
la autora que existe un lugar común en el cine pornográfico más canónico (el
llamado mainstream: porno
convencional heterosexual producido en Estados Unidos en los que se excluye el
sadomasoquismo, la homosexualidad, la zoofilia, etc.) que se conoce como
masturbación femenina; que existe un subgénero lésbico que se remonta a
principios de siglo; que la legislación es distinta para el bizarre en Alemania (donde puede
incluirse la coprofagia, el fist fucking
-penetración con el puño-, el sado- masoquismo duro, etc.) que en Estados
Unidos (donde se identifica con juegos de B/D, Bondage and Domination, cuya irrupción en producciones mainstream está prohibida desde 1980);
que existe un subgénero muy británico, el spanking
(la disciplina inglesa) donde se incluye sexo explícito, como Spanking Secretaries (1992) o Bedroom discipline (California Star,
1995); que en vídeos como Jasmine's girls
(London Video, 1995:), catalogable dentro del sadomasoquismo blando, las únicas
penetraciones que aparecen las lleva a cabo una dama armada de la
correspondiente prótesis, pero que allí los orgasmos no se producen sólo por la
penetración, etc.
Es sabido: el cine pornográfico
convencional (hard core) muestra
reiteradamente los genitales (en primer plano) y alrededor de esta figura metonímica
(convertida en pura abstracción, como sostiene Yan Lardau) hay bien poca cosa
más. Los diversos subgéneros tienen en común ese rudo vaciado de la trama
narrativa, excepción hecha de operaciones esteticistas como las de Mario
Salieri, cuyo preciosismo se percibe, por ejemplo, en la tendencia al plano
medio de Viaggo nel tempo de 1990. Y
como la incorporación del espectador o la espectadora a esa trama narrativa
(aquí escuálida) es lo que garantiza la "Identificación Narrativa (o
simbólica)" caracterizada por Jesús González Requena, hemos de convenir
que (generalmente) el film pornográfico desencadena, ante todo, lo que Laura
Mulvey (1975) describió como el placer escopofílico (el espectador desea ver
algo que está en la pantalla y que desea que permanezca allí). Hacer distingos
en este sentido entre mujeres y hombres es, desde luego, improcedente.
A mujeres y hombres, les ocurre,
como también observó ya hace ce muchos años Jesús González Requena, que el
porno duro les fuerza a una experiencia límite. "se convierte en algo
vivido como monstruoso: está ahí pero no comunica, irrita cualquier buen gusto,
Se niega a encarnar el deseo, a representar los fantasmas. Y, sin embargo, sigue estando ahí. En este sin embargo reside toda su potencia
provocadora. Sin embargo el espectador, desquiciado, sigue proyectando su deseo
a pesar de que éste rebota siempre. Y ni siquiera le es devuelto en formas de
sentido (mensaje) o de gusto (estética). Rebota, sin más y siempre, y por eso
rebota descompuesto, oliendo a podrido.
"Pero ningún vaciado puede
ser total. El vaciado total es el imposible de toda escritura, de todo texto.
"A pesar de todo, por tanto,
el más extremo porno duro significa".
Y significa, clara, está,
exactamente lo mismo para el espectador y la espectadora del film: ¿cómo podría
ser de otro modo si el film se organiza a partir de un "punto de
vista" -el de la cámara- con el que el espectador y la espectadora deben
identificarse para ocupar su lugar?
Ya hace casi veinte años, escribía
Juan Miguel Company: "Se podría decir que el efecto mirada -raccord espácio-temporal de dos planos-
está sustituido por el efecto genital, por el raccord obligado de penes-vaginas cuya reiteración es la imagen de
marca del porno." Y citaba a Barthelemy Amengual para aclarar que "salvo
excepciones, la identificación del espectador no se hace con los personajes ni
con las situaciones, sino con el objetivo;
no con el cineasta en tanto que persona capaz de puntos de vista y de
sentimientos propios, sino solamente con sus ojos. Veo lo que el cineasta ha
visto."
Y sanseacabó. Porque si no, la verdad, nos
acabaremos haciendo un lío con eso de la "mirada femenina".
Otra cosa es la peculiar
proyección de cada una de las espectadoras (el ensimismamiento con la pantalla
que Laura Mulvey designó como identificación narcisista). Cada cual se divierte
con lo que quiere y con lo que puede, y hasta parece que lo propio del film
(complejo dispositivo significante) es suscitar "malentendidos"
(Hausser), desencadenar "interpretaciones aberrantes" (Eco). Allá
donde se ancla o se inicia la deriva del "goce" de tal espectadora de
un film pornográfico (barthesianamente hablando, la "jouissance": el
disfrute de lo perturbador), se proyecta el rechazo de tal otra (kantianamente
hablando: el asco).
Coda
Son ahora los dos autores quienes, de común acuerdo, clausuran este
discursito.
Desde los años setenta, la teoría
cinematográfica feminista tiene planteados interrogantes que Annete Kuhn
formuló con claridad: ¿hay relaciones de contemplación específicamente femeninas,
y de ser así cuáles son? Y, por otra parte, si es cierto que los films mayoritariamente
prevén una subjetividad masculina ¿cómo se explica la audiencia femenina masiva
en estos casos?
Seguimos, en gran medida, sin
respuestas. ¿Aclararemos alguna vez que es eso de la mirada femenina? ¿Y si, después de todo, la mirada femenina, resultara ser, como la masculina, plural? He aquí un asunto sobré el que
valdría la pena seguir indagando. La polémica está servida.
Beth Escudé i Gallés es dramaturga, autora de El destí de las Violetas
(1995) y El pensament per enemic (1996). Alejandro Montiel Mués es profesor de
Historia del Cine en la Universidad Politécnica de Valencia y autor del ensayó
Teorías del Cine (Montesinos).
* A la espera del ensayo de inminente publicación que anuncia
la barcelonesa editorial Laertes (Emili Olcina: No cruces las piernas. Un ensayo sobre el cine pornográfico), deberemos
conformarnos con constatar que el género ha sido objeto en nuestros lares de
competentes reflexiones ya relativamente lejanas en el tiempo, pero sólo se ha
trazado una aproximación a su historia en fechas significativamente recientes.
Es obligada la mención, por un lado, del primer número de La Mirada, Textos de cine (n° 1, Abril, 1978, con artículos de Juan
Miguel Company, Marcelin Pleynet, Philippe Soller, etc.)., de los dossiers
aparecidos en la revista Contracampo
(n° 5, septiembre de 1979; nº 9, febrero de 1980; con artículos de nuevo de Juan
Miguel Company y Carmen Carceller, Julio Pérez Perucha, Jesús González Requena
y un curioso texto de Pier Paolo Pasolini titulado "Contra la permisividad
del Estado"); y, por otro, del trabajo aparecido en Valencia (La Máscara,
1996) bajo el título de Sólo para
adultos. Historia del cine X que firma Casto Escópico (sic), En el ínterin
no puede dejar de citarse el interesante resumen de la cuestión publicado en La
imagen pornográfica y otras perversiones ópticas (Akal, 1989) por Román Gubern
o nuevos artículos de Juan Miguel Company (hoy recogidos en El aprendizaje del tiempo, Epistemé,
Valencia, 1995), Francisco Moreno, Vicente Ponce, Sonia Mattalía y Evángelina
Rodríguez en Contracampo (n° 36, 1984),
etc. Algunos de los argumentos que aquí se aducen son consecuencia de estas provechosas
lecturas. El concepto de "Identificación Narrativa (o simbólica)"
puede encontrarse en Conzález Requena, J.: "Casablanca. El film clásico",
Archivos de filmoteca, 14, junio de
1993, ps. 89-105. Los conceptos de escopofilia e identificación narcisista en
Mulvey, L.: "Visual pleasure and narrative cinema", Screen, vol 16:,
número 3, ps. 6-18. El trabajo citado de Annete Kuhn (1980) lleva por título en
castellano Cine de mujeres. Feminismo y
cine, Madrid, Cátedra, 1991.
Finalmente, copio mi réplica, publicada en el nº 100 de El Viejo Topo, octubre de 1996
¿Son andróginos los espectadores?
Sí no interpreto mal a Beth
Escudé y Alejandro Montiel (y espero no hacerlo), ellos presentan dos
objeciones principales a mi artículo. Por una parte, me reprochan que haya
generalizado -tanto sobre el cine porno como sobre las mujeres-, por otra,
dudan de que exista una mirada femenina -o masculina- tanto por parte de los
espectadores como de la cámara.
¿Se puede generalizar?
La primera objeción abre dos
posibles interrogantes: ¿Se puede generalizar? ¿Si se puede generalizar, fue
correcta mi manera de hacerlo?
Supongo que todo el mundo está de
acuerdo en contestar afirmativamente a la primera cuestión. Lo contrario
equivaldría a negar una de las estructuras esenciales del pensamiento humano.
Ya sabemos que la generalización conlleva también servidumbres. Así, a mayor
generalización, menor posibilidad de matices, Es evidente que, un artículo de dos páginas (algunas menos de las que
ellos emplean en su réplica), condiciona enormemente la expresión de las
particularidades. Di por supuesto -ingenuamente según veo- que los lectores y
las lectoras (aquí especifico) no deducirían que la generalización significa
"modelo único", "exclusión de variables" o "anulación
de matices". Y me pregunto: ¿lo habrían supuesto si el artículo tratase de
cine de aventuras o de cine japonés de los 60? Está claro que hay temas que
levantan más llagas que otros.
Otra cosa es que la exposición
resultara confusa. Pido perdón por mi posible falta de habilidad. Pero tampoco
me responsabilizo de las interpretaciones que cada cual haga de mis palabras o
de que alguien lea lo que, indudablemente, no está en el texto. Así, por ejemplo, no dije en ninguna parte
que el cine porno no pueda gustarle a las mujeres sino que está hecho desde una
óptica muy masculina.
La diferencia es abismal. Así, y
por salir de lo cinematográfico: sostengo que la política económica del PP está
elaborada desde la perspectiva del capitalismo liberal desenfrenado pero no se
me pasa por la imaginación afirmar que al PP sólo lo votan los financieros, los
agentes de bolsa, los grandes empresarios y los ejecutivos.
Volviendo al tema que nos ocupa,
¿es posible hablar discriminando hombres de mujeres? Yo creo que sí. Doy por
supuesto que la gama de matices es infinita. Un hombre puede tener una
configuración del placer erótico-sexual muy "femenina" y a una mujer
le puede ocurrir al revés (sin que esto suponga nada sobre las preferencias
homo o heterosexuales de ambos, por supuesto). No entro en la polémica de hasta
qué punto y en qué aspectos las diferencias que se dan entre los géneros se
deben a la naturaleza o la cultura pero mantengo que tales diferencias existen
y son susceptibles de generalizaciones. Así lo testifican todas las
aportaciones realizadas sobre el tema, tanto desde bases psicológicas como
sociológicas. Y, él o la que lo niegue tiene ante sí la ingente tarea de
rebatir no sólo discutibles teorías psicoanalíticas sino todo tipo de
encuestas, pasando por análisis, deducciones, inducciones, estudios clínicos,
evidencias, constataciones de andar por casa, etc. etc.
¿He de matizar que no todo lo que
se ha dicho sobre la sexualidad femenina y/o masculina es igualmente fiable o
afecta de la misma forma a todos los individuos de la especie? ¿He de aclarar
que descarto los criterios esencialistas que niegan la historia, incluida la
historia individual? ¿He de especificar que parto de la base de que las
estructuras y configuraciones fundamentales son comunes en hombres y mujeres?
Como empiezo a sospechar que, en
estos terrenos, habría que pasarse el artículo matizando so pena de que alguien
te malinterprete, optaré por centrarme sólo en lo que considero el núcleo de
este debate. En efecto, aunque no desprecio las consideraciones secundarias que
mis oponentes me han hecho o me pueden hacer, creo, sin embargo, que, por mucho
que yo aclarara cada una de mis palabras, siempre podrían encontrar en ellas
motivos para irritarse. La ideología existe. El inconsciente también.
Lo esencial del debate
Lo esencial del debate, según yo
lo entiendo, reside, por una parte, en determinar si el espectador es
"neutro" o "andrógino" y, por otra parte, si la cámara -y/o
el film- tiene una posición, un punto de vista, una focalización determinados
o, por el contrario, se sitúan más allá de los condicionantes culturales (y, en
el caso que nos ocupa, androcéntricos y patriarcales).
Odio la pedantería pero creo qué
no voy a tener más remedio que mostrarme algo sabihonda: no fue Laura Mulvey
quien definió lo que se entiende por placer escopofílico sino Freud
(desarrollado posteriormente por otros muchos pensadores y, concretamente, por
Lacan con su teoría de "la fase del espejo"). Este término no se
aplica sólo al cine porno (ni siquiera sólo al cine) y no consiste en que
"el espectador desea ver algo que está en la pantalla y que desea que
permanezca allí". Son palabras textuales de Alejandro que concluye el
párrafo así: "Hacer distingos en este sentido entre mujeres y hombres es,
desde luego, improcedente". Laura Mulvey sostuvo, justamente, lo
contrario.
En concreto, analizó cómo el
dispositivo cinematográfico reproduce y refuerza los procesos de escopofilia
(placer de mirar) mediante la organización compleja de las miradas que emanan
de tres fuentes: la cámara, los personajes y los espectadores. Y puso de
relieve el aspecto contradictorio de este placer. En efecto, existe una dicotomía
manifiesta entre el voyeurismo (que forzosamente implica una distancia entre el
sujeto y el objeto de la mirada) y la identificación (que implica una fusión
entre los dos). Según Mulvey, la tensión -señalada por el mismo Freud- entre el
placer de mirar y el "peligro" de hacerlo (ligado al proceso de
castración) se resuelve en el cine justamente exhibiendo la imagen de la mujer
ante el protagonista masculino y, a través de él, ante el espectador masculino.
Mulvey señala como, en el seno de la diégesis, hay dos posibles soluciones al
conflicto según se apele a la escopofilia fetichista o al voyeurismo sádico.
Aclaremos someramente lo expuesto
para aquellos lectores -y lectoras, por supuesto- que no están especializados
en estos temas. Mulvey (que no se refiere sólo ni principalmente al cine porno)
concluye que, en el placer de mirar, se da un reparto de: roles: el hombre es
el "portador", el sujeto de la mirada y la mujer es la imagen, el
objeto mirado. La mujer se exhibe como objeto erótico ante los personajes y
ante los espectadores puesto que el film combina -sin romper la credibilidad
del relato- ambas miradas (ello se hace mediante los códigos cinematográficos).
Identificación primaria e identificación secundaria
El film suele estructurarse,
pues, en torno a un personaje central -el protagonista masculino
generalmente-con el que el espectador se identifica (en lo que los teóricos del
análisis fílmico llaman "identificación secundaria"). La seducción de
la estrella masculina reside, por lo tanto, en esa capacidad de ser el "yo
ideal" perfecto, mientras que la seducción de la estrella femenina se basa
en criterios de belleza y atractivos físicos.
A propósito de esto se plantea
otra cuestión, desarrollada por varias autoras, Annette Kuhn, por ejemplo -por atenerme
a las citadas por Alejandro-: si la película se estructura a partir de una
mirada masculina, ¿cómo se identifica o se proyecta en el film la espectadora?'
Alejandro lo resuelve diciendo:
"'Y significa [el porno], claro está, exactamente lo mismo para el
espectador y la espectadora del film: ¿cómo podría ser de otro modo si el film
se organiza a partir de un "punto de vista" -el de la cámara- con el
que el espectador y la espectadora deben identificarse para ocupar su
lugar?"
No quiero ser aguafiestas pero he
de aclarar que el proceso es justamente el contrario: el espectador ocupa el lugar que la cámara le determina y, como
consecuencia, se identifica con ese punto de vista (lo que los teóricos
llaman identificación primaria). "Yo soy el que ocupa el mismo lugar que
yo" dijo Barthes. O como señaló Freud -y nadie lo niega excepto Alejandro-
primero ocupo un lugar, estoy en una posición (la de la cámara, en este caso),
con la que me identifico y, como consecuencia de esa identificación siento empatía,
comprensión, comparto, etc. La simpatía es un efecto de la identificación, no
al revés.
No estoy de acuerdo con Amengual
cuando señala que "salvo excepciones, la identificación del espectador no
se hace con los personajes ni con la situaciones, sino con el objetivo".
Creo que no se debe plantear como dicotomía: lo habitual (y más en el cine de
hoy) es que la identificación con el objetivo (supongo que por objetivo
entiende el relato) se haga a través de los personajes y las situaciones. Otra
cosa resulta una rara y osada excepción.
Pero aunque así fuera ¿qué
ocurre? ¿que el cineasta no tiene sexo? ¿que se puede filmar desde fuera de la
cultura? ¿que la mirada de la cámara no responde a un universo imaginario y
simbólico determinados? ¿La cámara no nos ofrece una lectura del mundo ya
elaborada? ¿Tiene esa mirada país, época, sexo, clase social, opinión, etc.?
Desde luego que sí. Aunque el dispositivo cinematográfico tienda a ocultarlo, ya
dijo Barthes (por seguir con los autores citados por Alejandro) que uno de los
efectos de la ideología es presentar lo que es cultural y, por lo tanto
variable, como algo natural, y por lo tanto inmutable. Y más concretamente
señaló: "El rechazo a declarar sus propios códigos caracteriza a la
sociedad burguesa y a la cultura proveniente de ella: ambas exigen signos que
no parezcan signos".
¿Cuál es la posición que el film
invita a ocupar? La inmensa mayoría de las películas -gracias a la hábil
combinación de miradas de cámara y personajes, gracias al funcionamiento de los
códigos (encuadre, puesta en escena, montaje...) y gracias a la estructura narrativa-
nos lleva a identificarnos con el protagonista masculino.
Yo, espectador, hombre o mujer,
entro en el film ocupando la posición del protagonista que es el que estructura
el relato y encarna el significado. En consecuencia, tengo que ver el mundo
desde su punto de vista, comulgar con él. Esa es la propuesta que me hacen casi
todos los films.
Resumiendo lo expuesto hasta
aquí: la mirada "no marcada" no existe, cualquier mirada conlleva,
por el hecho de serlo, una lectura determinada (sin que ello implique que todas
las representaciones, todas las miradas son igualmente simplistas, complejas,
profundas, maniqueas, etc., etc.). La mirada que la inmensa mayoría de las
películas nos proponen -y, desde luego, las pornos- es masculina.
Como no creo que nadie pueda
disentir de lo expuesto basta aquí sobre las diferencias genéricas y sobre el
hecho de que cualquier representación implica siempre una postura, sospecho que
lo que crispa enormemente es que se reclame el género como foco de análisis.
Cualquier parámetro organizador se acepta con alegría; cualquiera, menos el
genérico. Así, por ejemplo, se puede hacer una muestra retrospectiva de free cinema, o un festival de cine de
terror, o de cineastas de la escuela de Praga sin que nadie se ponga histérico
(aunque pueda haber discusiones sobre la conveniencia de incluir tal o cual
película) y, sin embargo, hay quien no soporta que se organice lo mismo en
torno al cine realizado por mujeres. ¿Existen los géneros o no? ¿existen
diferencias entre ambos? Lo curioso -como acabo de señalar- es que no creo que
nadie en su sano juicio lo niegue. Lo que sí se niega es el derecho de un género
a desmarcarse de las definiciones que hace el otro, de su manera de interpretar
la realidad y de determinar cuál es el objeto de análisis. A nuestro género (y
sí, digo "nuestro") se le sigue negando el derecho y la legitimidad para
autodefinirse, para decir: esta es mi mirada, mi posición, yo soy así (sin que
ello implique que esa definición tenga que ser unívoca, esquemática, inamovible
o forzosamente maravillosa, claro está -aburre tener que ir aclarando lo
obvio-). Sencillamente se nos invita a unirnos al punto de vista del otro
género aduciendo algo así como que ese es el punto de vista de la especie, no
el de los hombres sino el de los "Hombres" -incluyendo a las
mujeres-. Se olvida que el ser humano es, ante todo, cultura y que alguien ha
definido las cosas visibles. Cargada de razón dice Jutta Brückner: "Cuando
el espacio y la mirada están ya conquistados, el ejercicio de la violencia se
convierte en algo simbólico".
¿Qué le pasa a la espectadora
ante un film cuyo punto de vista es masculino? Forzoso le resulta, para entrar
en el relato, identificarse en algún grado con la mirada de la cámara, es
decir, adaptarse a un proceso que viene organizado por la mirada masculina.
Como señala Annette Kuhn
"[...] el placer que había sentido [en el cine] se había debido en gran
medida a mi identificación con personajes masculinos. Es decir, yo me había
estado colocando en el papel del hombre, del héroe, para disfrutar -quizá
incluso para entender- las películas".
Ejemplos para ilustrar -y aligerar- la teoría
Veamos que pasa en la película Casablanca (la elijo porque todo el
mundo la ha visto y porque Alejandro cita el trabajo de González Requena sobre
este film). Ilustra a la perfección lo que venimos diciendo. ¿Quién puede ver
esa película sin identificarse con Rick? ¿qué personaje da coherencia al
caótico universo diegético que la película nos presenta? ¿a partir de qué punto
de vista entramos en la película? ¿con qué mirada la interpretamos? ¿quién
tiene las claves para moverse, comprender y redimir ese mundo? Desde luego no
el personaje de Ingrid Bergman, que sólo es un pretexto en la historia de EL. Puede que sea guapa y, desde luego,
va impecablemente vestida como si acabara de salir de una boutique de Saint
Honoré. Su personaje consigue la proeza -en medio de ese fragor ideológico,
político, guerrero- de no opinar ni una sola vez sobre lo que la rodea. Es una
especie de porcelana. No la muestran en cueros porque en la época no se hacía,
pero no le atribuyen ninguna característica que no esté ligada al hecho de que
es esposa de uno y origen del tormento del otro. Todos los personajes
masculinos tienen algo que decir. Todos son algo más que su envoltorio. Ella
no. Por no poder no puede ni determinar cuál es su deseo: ÉL la empaqueta con el otro.
El verdadero relato de esta
película circula entre los hombres. Ellos son los personajes con entidad, ellos
son los actantes, los que tienen relaciones fuertes entre sí, los que se hablan
de poder a poder, los que establecen alianzas, complicidades, definiciones,
pugnas, etc.
Ellos tienen un mundo. Hasta el
personaje de Peter Lorre se define a sí mismo (aunque se defina totalmente en
relación con Bogart).
Ellas no tienen nada. Tanto el
personaje de Bergman como el de la otra chica enamorada de Bogart (pido perdón
por no recordar los nombres pero no tiene pérdida: son los únicos personajes femeninos)
sólo son episodios que aparecen en función del protagonista. De modo que tanto
el espectador como la espectadora tiene que proyectar su yo ideal en Bogart y
encontrarlo maravilloso -incluso cuando trata a la segunda chica a la que hemos
aludido como si fuera un híbrido entre animalito alcohólico y calcetín sucio.
Bergman es un objeto de deseo, de contemplación, una recompensa, una rémora, lo
que se quiera, pero no puede ser el yo ideal. De ninguna manera. Y la más
alienada de las mujeres -aquella que aceptara ser sólo definida en función de
otro-, aspira a parecerse a ella para que EL
la elija porque lo que está claro es que, en sí, ella no tiene ningún interés.
Eso es lo que consiguen el punto
de vista y la localización combinando hábilmente las vicisitudes de la
diégesis, el núcleo del relato, la mirada de los personajes y, en definitiva,
los códigos cinematográficos: ellas son un pretexto, un episodio, un decorado.
Ellos son los portadores del significado. El, enfrentándose al caos, nos salva
y nos incluye en perspectivas coherentes de interpretación. Hasta la más
determinada feminista tiene que pasar por ahí,
¿Cómo es esto posible? En primer
lugar porque, más allá de cualquier condicionante, hay una
identificación/proyección primordial con el relato en sí. Es tan evidente que
resulta casi inútil citar referencias pero, bueno, consúltese Jerome Bruner,
por apelar sólo a un autor que, según parece, está bastante en candelera -¡qué
pesadez tener que mostrarse tan repipi!—. Cualquier historia contada es, de
alguna manera, nuestra historia. Es más, la estructura narrativa es esencial
para el ser humano. Aquel que no puede narrarse a sí mismo y a lo que le rodea,
cae en la destrucción total.
En cierto sentido, pues, los
relatos escapan a los condicionantes de tiempo, lugar, sexo, raza, etc. Pero no
deduzcamos que esos condicionantes se borran o que todos los relatos los vencen
y superan por igual. Pongamos un ejemplo no cinematográfico pero de sobra
conocido: Don Quijote. Su poder esencial sigue intacto para nosotros, nacidos
varios siglos más tarde y en sociedades distintas. Lo cual no significa que
determinados aspectos no nos resulten chocantes, hayan perdido interés o,
simplemente, no los percibamos. ¿Qué posibilidades hay de que un checo
encuentre terriblemente cómico el hecho de que Alonso Quijano naciera en La
Mancha? Es más, creo que pocos españoles de hoy tienen las claves para apreciar
ese detalle. Tampoco pasa nada: no es un punto esencial en su sentido y,
además, una obra de esa fuerza tiene la virtud de adquirir, con el paso del
tiempo, otros valores que, quizá, pasaron desapercibidos a sus contemporáneos.
Lo escrito por Cervantes afecta a hombres y mujeres, a franceses y a polacos,
aunque no a todos por igual. Pero, ¿qué pasa con la mayor parte de los libros
de caballería de aquella época, los de caballería de verdad? ¿quién es capaz de
leerlos? ¿a quién le interesan? ;de qué manera nos pueden afectar o interpelar?
Casi vergüenza me da tener que
argumentar cosas tan obvias.
¿Simples receptores?
Pero matizaré otro aspecto ligado
a lo que acabamos de exponer e igualmente evidente: nadie es una simple
fotocopiadora con ojos. Los espectadores -y espectadoras, por supuesto- tenemos
una mente activa, captamos indicios, elaboramos hipótesis, interpretamos a
partir de nuestra historia personal, nuestra ideología, nuestro sexo, etc. etc.
El texto, para construirse,
necesita un lector. En torno a esto se han producido numerosas teorizaciones
que van desde Barthes a Teresa de Lauretis o, sin ir más lejos, a la propia
Annette Kuhn que dice textualmente: "No sólo no podemos considerar
espectador y texto por separado, el primero como simple receptor de los significados
construidos de antemano por el segundo; es evidente que el proceso de
construcción del significado implica la interacción de los dos".
Los mecanismos de
identificación/proyección, la focalización y el punto de vista que el cine nos
construye (con ese poderío que le da su falsa naturalidad) encuentran ante sí
un individuo. Ello posibilita, justamente, la más amplia gama de
interpretaciones y usos. Posibilita, por ejemplo, que Beth y yo percibamos de
manera tan dispar las mismas películas.
Así, Beth afirma: "Cuando
quiero un "universo de metáforas y símbolos" miro films de la
"nouvelle vague"; si quiero emocionarme, me alquilo Bambi o E.T.; pero si quiero follar o masturbarme veo una película porno
porque "responde a las perspectivas en las que se inscribe mi deseo".
Y yo, por el contrario, puedo
emocionarme con ciertas películas de la nouvelle vague -no con todas- pero,
desde luego, ni con Bambi ni con E.T. porque, justamente, el universo de
metáforas y símbolos que ambas películas proponen, me irrita. Y lo que jamás
voy a admitir es que lo que hacen los norteamericanos no conlleve propuestas
simbólicas o metafóricas y lo que hacen los otros, sí. Es más, pienso que esas
propuestas ideológicas (las que hacen films como Bambi o E.T.), al ser más
pobres y maniqueas, destruyen y coartan muchas posibilidades de interpretación
anómicas, ¿Quién recuerda aquello que decían los del Régimen del Generalísimo
de que no se debía hacer política o que los partidos eran una plaga? Entendían
que su partido, su ideología, su política no eran tales.
Respecto al hecho de que el cine
porno "responda a las perspectivas en las que se inscribe su deseo"
no sólo no tengo nada que objetar, ni siquiera tengo por qué inmiscuirme. En
todo caso la felicito porque supongo que esa coincidencia fantástica con las
esencias masculinas más puras debe facilitarle mucho la vida. Lo digo pensando
en las notorias insatisfacciones femeninas generadas por la confrontación de
los propios deseos con el masivo modelo viril imperante.
Conclusiones
Resumiré citando a Claire
Johnston: "La idea de que el arte es universal y, por ello, potencialmente
andrógino es básicamente una noción idealista: El arte sólo se puede definir
como discurso dentro de una particular coyuntura". Más adelante, señala: "Para
Marx, la ideología es una realidad, no es una mentira… Evidentemente, si
aceptamos que el cine implica la producción de signos, la idea de una
no-intervención es pura mistificación. El signo siempre es un producto. Lo que
la cámara capta en realidad es el mundo "natural" de la ideología
dominante".
Aplíquese todo lo dicho al
terreno sexual -que es, esencialmente más irracional, emotivo e incontrolado-
Compárese Casablanca con cualquier
película porno (y aquí sí que me atrevo a decir que "cualquiera"
incluye a todas) y ríanse de los peces de colores.
Una última observación
He rehusado aludir a los ataques
personales que mis oponentes hicieron. Sin embargo hay una cuestión que sí
comentaré porque tiene un claro y profundo contenido ideológico. Se me acusa de
tener un espíritu "puritano, redentor y de cruzada". Existe una grave
confusión semántica. Tales palabras se aplican más bien a aquellos que,
aferrados a una doctrina, no soportan las discrepancias y el espíritu crítico.
A principios de los setenta un colega me propuso follar con él. Y, como no
quise, me llamó reaccionaria, retrógrada, etc. Manifiestamente el colega creía
que la liberación sexual de las mujeres consistía en follar con todos los que
se lo propusieran y no en ser dueñas de sus propios deseos y fantasmas. Las
acusaciones que ahora se me hacen me recuerdan a aquéllas.
Una vida da para mucho: me pasé
la niñez y la adolescencia soportando discursos que satanizaban los deseos y el
placer. Las cosas, afortunadamente, ya no son así. Pero sigue habiendo doctrina
-aunque tenga otro contenido- y sigue habiendo doctrinarios dispuestos a acusar
de perdidos o de ñoños -según la moda dominante- a los disidentes, entre los
que me encanta encontrarme.
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Nota actual: Mi artículo incluía referencias bibliográficas
pero la revista las eliminó (supongo que por simple conveniencia de
maquetación). No las incluyo aquí porque quiero respectar escrupulosamente la
"materialidad" de lo publicado en El Viejo Topo.
Excelentes artículos Pilar. El primero y la réplica que, además, no se circunscriben tan sólo a un género, por claro que quede el tema, sino que hace un análisis amplio, con perspectiva de género, al arte de ver cine. Gracias.
ResponderEliminarInteresantísimo. Tu réplica es bárbara. Gracias.
ResponderEliminarInteresantísimo. Tu réplica es bárbara. Gracias.
ResponderEliminarGran réplica y punto de vista, Gracias Pilar.
ResponderEliminarMuy interesante tu réplica, Pilar. Conocí algunos de los trabajos de González Requena, amigo de aquellos años universitarios, y tan dudosamente traído al pelo por quien parece fiel seguidor. Como siempre, aprendo contigo. Y ojalá tirases más de pedantería...
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