Vi Poesía sin fin, el film que Alejandro Jodorowsky ha
presentado en Cannes 2016.
Vino él. Está mayor pero estupendo (87 añitos), es entrañable
y simpático. Habla un francés fluido, por supuesto, pero, con tanto acentazo
que, a veces, cuesta entenderlo. Siempre que lo escucho, me sorprende ese
asunto porque llegó a Francia en el 53 y con solo 24 años.
En este film es la continuación de La danza de la
realidad. En él, sigue con su autobiografía, sigue contándose a sí mismo. La primera
hora (¡el film dura dos horas y ocho minutos!) me pareció muy divertida Porque, además,
es la más surrealista, disparatada y libre. Luego ya se pone en plan
filosófico-poético… Jodorowsky está convencido de que por su boca habla la
sabiduría. Claro que sus much*s seguidor*s también lo piensan.
A Jodorowsky Lo salva el hecho de que es buena gente, creo
pero, con todo, yo no puedo ser complaciente. No estoy para ese tipo de “lecciones
de vida”. Y, además, ni su personaje ni los demás que lo rodean, me enternecen.
Y, luego, es machista. No agresivamente machista. Solo
tranquilamente machista. No es de los que nos odian, no. Se nota, por ejemplo,
que a su madre la quería. Dice incluso algo muy hermoso de ella (y que se puede
aplicar a muchas mujeres): “Era un humilde cisne viviendo entre pretenciosos
patos”.
Pero, con todo, en la escena final, no es de ella de quien
se despide sino su padre, de él es de quien asume la filiación. Él es quien
simbólicamente importa.
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